lunes, 14 de septiembre de 2015

Siete paseos por la niebla


Que de estas siete narraciones no haya encontrado ninguna buena habla muy bien de mí: soy un lector de cuentos cada vez más exquisito. El puto amo, si gustas. Habla muy mal, en cambio, de los que han dicho que este libro es una joya, pero a ellos no los vamos a mencionar ahora (ni nunca, al parecer). Habla peor del libro. Y de este sí habrá que decir algo, lamentablemente.

Siete paseos por la niebla. Haciendo una abstracción, podemos deducir que está compuesto por siete cuentos.

Siete es un buen número. Da suerte el siete. Nolberto Solano, siete. Cristiano Ronaldo, siete. Acasiete, Almería. Si te va mal con el siete, es que no naciste con buena estrella. Si le pones siete cuentos a tu libro y ninguno es apenas notable, tal vez lo tuyo no sean ni los números ni las letras.

Al hecho.

Todos estarán de acuerdo en que la fluidez es algo que se señala siempre como un atributo. En literatura —dicen los que no saben qué decir— la fluidez se asume como un punto a favor. Si el texto fluye, es «bueno». ¿Y si no fluye? ¿Es deficiente? ¿Parálisis cerebral con las subordinadas de Michon? El libro de Yeniva fluye. So? Is it good? 

No, my friends. Solo es un libro que fluye y ya. Es lo mínimo que se le puede pedir a algo que pretenda ser leído por la masa. 

Los errores del libro son de otra índole. Vamos a por ellos.

Hay mucha cosa inverosímil, tosca. De cuando las historias se arman mal, sin partitura. El lector nota la forma abrupta en que se desarrolla la trama (el lector entrenado, quiero decir; el otro no puede notar un carajo). Por ejemplo, en el primer cuento, Persona desaparecida, un personaje llamado Jorge tiene la esperanza de que su amada regrese del extranjero y, ¡PUM!, de pronto recibe una llamada telefónica de la desaparecida y ella le dice que está «a la vuelta de la esquina». Página 25. Como para lanzar el libro por la ventana y continuar con los placeres de la procrastinación. Sigo leyendo, no obstante. Lo mío es el masoquismo.

SPPLN es la delicia de los fantastólogos, pero ninguno advierte que repite todos los clichés más odiados del género. En el primer cuento, se aplica un dispositivo burdo. Un personaje nos advierte sobre un mensaje que tiene en su poder y luego la narradora lo reproduce íntegro en el cuento. ÍNTEGRO. El 90% del cuento es ese mensaje. Lo mismo se encuentra un papel en una botella y se reproduce el contenido textualmente, y así se escriben los cuentos más fáciles de la literatura. Cuentos de taller de escritura creativa para dummies.

Otros clichés son los personajes metamorfoseados. Ya saben. Un personaje que se convierte en algo. En un animal. En un gato. Jamás en otro animal. Tiene que ser un gato. Y luego del michi, tenemos la casa abandonada. Clásico de los clásicos. En La pequeña compañía, una familia llega a un lugar extraño donde suceden cosas extrañas, vistas únicamente por la hija única, solitaria y extraña de la familia. Es un cuento que bebe de las peores películas de terror yanquis.

Fuera de la fascinación de la autora por darles ojos azules y verdes a todos sus personajes, podríamos decir que SPPLN no es un libro de cuentos logrados, sino de algunas pocas frases logradas. Cito:

(...) recorrer la distancia que hay entre lo que pareces y lo que eres, caminar hacia dentro para descubrir cómo cambia el paisaje, hasta que de repente interior y exterior son uno y sabes que has llegado a casa.

Lo demás descansa en el viejo truco de reunir cuentos regulares (dos) y malos (el resto) bajo una misma capa temática: lo fantástico. Hubiera sido fantástico, digo, haber encontrado un cuento bueno. Uno aunque sea. Dicha unidad temática es una artimaña ordinaria —de quinta— y origina conversaciones como estas:

—Oye, Manolo, ¿qué malos son estos cuentos, no?
—Sí, pero el libro tiene unidad.

Hay unidad en esto: textos todos planos. Cuentos sin tetas, en resumen. Y la carencia de un estilo que urge y no aparece nunca en un segundo libro de alguien que pretende destacar escribiendo cuentos.

FERNÁNDEZ, Yeniva. Siete paseos por la niebla. Lima: Campo Letrado, 2015.

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