lunes, 26 de enero de 2015

Alonso Cueto sobre el silencio y el riesgo

Imagen tomada de esta web.

El domingo pasado apareció en Revista de Libros una muy buena entrevista a Alonso Cueto. Es de ese tipo de contenido que me encantaría copiar y pegar por completo; sin embargo, me quedo con dos partes. La primera es una reflexión sobre la vida de un escritor en estos tiempos modernos (llenos de distractores) y la búsqueda del silencio:

-¿Existen en la actualidad autores del peso de Henry James?
Creo que no va a darse algo así de nuevo. Porque para James no había otra dimensión en la vida que no fuera la literaria. Vivió ensimismado en la creación y eso es algo muy difícil hoy. Vivimos en un mundo lleno de estímulos. El mundo te dice no puedes contemplar, no puedes pensar. No puedes elaborar interiormente nada. Tienes que responder a Twiter, Facebook, internet, la televisión... Lo cual, por un lado, implica muchas ventajas, pero te quitan toda la posibilidad de la reflexión. Recuerdo algo que me dijo un profesor: los tres grandes bienes perdidos en el mundo moderno son el espacio, el tiempo y el silencio. Cada vez hay menos espacio, menos tiempo y menos silencio. El arte de cierto modo es la recuperación de esos tres valores. Te da un nuevo tiempo, un nuevo espacio y el silencio es indispensable para exponerse a las obras.

La otra parte es una confesión. En ella el autor cuenta el riesgo que le supuso abandonarlo todo para dedicarse a la literatura. Disfruto tanto encontrar este tipo de testimonios cuando leo entrevistas a escritores:

-¿Su cónyuge es su aliada en la escritura?
A los 48 años dejé todos los trabajos para dedicarme a escribir. Decidí dejarlo todo y no buscar trabajo. Yo tenía dos hijos pequeños. "¿Pero de qué vas a vivir?", me decían mis amigos. No tenía tanta confianza en mí mismo, pero era un instinto que yo debía seguir. Hubo dos personas que me animaron a hacerlo: Alfredo Bryce Echenique y mi mujer. Si mi mujer se hubiera opuesto, habría sido muy complicado. Los dos años siguientes de mi salida de El Comercio sin buscar trabajo, los dediqué por entero a La hora azul. No hice otra cosa más que eso. Y no recuerdo cómo hemos vivido. No tengo ninguna memoria. Creo que habría valido la pena aun cuando La hora azul no hubiera tenido el éxito que tuvo o no hubiera escrito nada bueno, porque creo que uno tiene que vivir en el riesgo. No se puede vivir en la comodidad.

domingo, 18 de enero de 2015

Un fraude epistolar


Gran parte del éxito o fracaso de cualquier representación teatral radica en la buena o mala elaboración del texto, y, luego de ver Un fraude epistolar, solo queda decir que Fernando Ampuero ha escrito una obra genial. 

La acción se ubica entre Lima y España durante los primeros años del siglo XX. Dos jóvenes peruanos (aspirantes a escritores), deslumbrados por los versos del también joven Juan Ramón Jiménez, deciden jugarle una broma al poeta español para obtener sus primeros libros de manera gratuita: crear una mujer ficticia llamada Georgina Hübner y escribirle una carta en nombre de ella. 

Georgina Hübner existe. Es prima de uno de los dos verdaderos autores de la carta, en la cual se ensalza la poesía de Juan Ramón y se le solicita el envío de sus dos primeros libros hacia Lima. El poeta accede, envía los libros pero además una respuesta: él se ha visto muy tocado por aquella dama sensible que aprecia sus escritos. 

Aquí se inicia un carteo interesante y que pasará a formar parte de un capítulo atractivo en la historia de la literatura universal. La broma se le va de las manos a los jóvenes cuando, en otra carta de Juan Ramón, se enteran que este piensa ir en barco a Perú para conocer a su musa irreal. De inmediato, los muchachos deciden acabar con la broma. No les queda otro remedio: tienen que matar a Georgina. Para esto consiguen que el Cónsul de Perú en Madrid le envíe un telegrama al poeta. Allí se le comunicará que Georgina Hübner ha muerto.

El vate quedará devastado y escribirá uno de sus poemas más notables y dolorosos: Carta a Georgina Hübner en el cielo de Lima.

La obra se compone solo de un acto. En ella podemos apreciar brillantes diálogos, un adecuado tratamiento del tema literario (eje central de lo narrado), el pertinente uso del metateatro y aquel tono melancólico que se dispara hacia el final. Incluso la continua aparición de Tatiana Astengo (quien interpreta hasta cinco papeles distintos), y que en un principio podía parecer algo burdo, termina acoplándose muy bien al conjunto.

La representación es realmente loable. En un acertado escenario minimalista (lo cual ofrece infinitas posibilidades), se consiguen grandes momentos estéticos: una luz anaranjada que recorta el perfil de los personajes, el símil entre un escritor actual y un escritor de antaño, la facilidad de trasladar la acción de Lima a España, de un salón a un hospital, etc.
 
La historia (que podría contarse de un modo usual) tiene un quiebre magnífico cuando aparece el personaje de El Dramaturgo (Sebastián Monteghirfo). Es así que el mismo «autor» de la obra se dirige al público y explica los acontecimientos, y en algún momento interviene en escena para confrontar a sus personajes y contrastar la información que él maneja.

Un fraude epistolar no pasa por la simple anécdota de cómo dos peruanos embaucaron al ganador del Premio Nobel de Literatura de 1956. Esta obra es, ante todo, una reflexión sobre el poder de la ficción. Aquella necesidad tan humana que tenemos por la mentira, pues solo importa que esta sirva y punto.
 
Ficha técnica:
Un fraude espistolar, de Fernando Ampuero.
Dirección: Giovanni Ciccia.
Actuación: Roberto Ruiz, Alicia Mercado, Emanuel Soriano, Sergio Gjurinovic, Sebastián Monteghirfo y Tatiana Astengo.
Lugar: Teatro Larco (Av. Larco 1036, Miraflores).
Hasta el 15 de febrero.

lunes, 12 de enero de 2015

Writer's block

Encuentro en esta web un recomendable cortometraje que explora el bloqueo en los escritores. ¿Cómo resuelven aquí este bloqueo? Según la animación, uno tiene que estar al borde de algún peligro para que la única salida sea a través de la escritura. Escribir o escribir.  


domingo, 4 de enero de 2015

La vida inevitable


En la literatura peruana, la aparición de un buen libro de cuentos es algo atípico. Un suceso que demora en concretarse. Después de leer La vida inevitable, de Lenin Heredia Mimbela, podemos asegurar que esa espera aún continúa.

Seis relatos conforman este libro, de los cuales no se podría rescatar ninguno. O quizá sí; una frase: «Muchas veces desde mi cama la oí despedirse, en voz baja para no despertar a los chicos, decía, y su susurro ablandaba la almohada y cerraba mis ojos» (12). Muy hermosa, no hay por qué ser mezquinos. Luego, lo demás es un desierto.

Ambientados en Piura y Lima, los ejes temáticos son principalmente dos: las relaciones de pareja y los lazos familiares. En ninguno de ambos Heredia logra contar una historia. Pese al lenguaje «correctito», hay mucho escombro, mucho despilfarro del espacio restringido que exige un buen cuento.

Otros defectos: la innecesaria y larga enumeración de personajes que no tienen la más mínima importancia o participación en la trama.

Cuestiones básicas de redacción: abuso de los incisos —esos que empiezan con una raya, como ven en este ejemplo—. Solo que al autor, en todos los casos, se le olvida colocar la raya de cierre cuando el final del inciso coincide con un punto.

Frases cliché: «Pasaron las de Caín...» (17) o «...cruzó entre las mesas como pedro (sic) por su casa» (45).

Abundantes lapsus: «...las vecinas regaban baldes de agua todo el día, para que la tierra endurara...» (28); mejor «endureciera». Los cuerpos no lloran: «Tras revisar el cuerpo débil y lloroso de Catita...» (31). Redundancia: «...esperó a la expectativa» (63). «Se peinó una hermosa trenza crespa...» (66); si la trenza se peina, entonces se deshace. «Se apegó cuanto pudo a su cuerpo...» (69), «Rita le apegaba su cuerpo...» (75): «apegar» no se usa para indicar que una cosa se junta con otra. Y, para colmo, en la página 73 el personaje «destapa» una lata de cerveza.

La ilación de lo narrado no es torpe, eso hay que reconocerlo; sin embargo, en estos cuentos no se percibe una mínima tensión, nada que atrape al lector. Y, además, todos los finales son insípidos o muy mal cerrados.    

Lo extraño es que ningún relato podría ser calificado como malo. Y eso es peor pues, si atendemos a la definición de «calidad media», estamos ante un conjunto mediocre.
 
HEREDIA MIMBELA, Lenin. La vida inevitable. Lima: Paracaídas, 2014.