domingo, 6 de septiembre de 2015

El novel (III)



Esta vez fue S quien esperó a F. Quedaron en verse a las ocho. Lo esperó algo de quince minutos. Nada del otro mundo. El tráfico de Lima es comprensible a cualquier hora.

Apenas se encontraron, se dieron un cordial apretón de manos y fueron en búsqueda de un silencioso bar. Hasta eso, S había notado que F venía con un buen estado de ánimo. F tenía el semblante de un hombre ganador. Además, era viernes. ¿Quién no está feliz un viernes? Y, siendo viernes, ¿acaso existe algún bar tranquilo en el centro de la ciudad?

Pero lo encontraron, para lamento de S.

Pidieron unas cervezas, con mucha insistencia por parte de F. S rechazó la bebida. Quería permanecer lúcido para desbaratar la novela frente al escritor. El solo hecho de pensar lo que haría, lo ponía mal. ¿No era mejor desistir de una vez por todas y decirle que su novela era una maravilla y que lo suyo era la escritura? ¿No era mejor —como siempre suele serlo— mentir?

Mientras iba merodeando estos pensamientos, le fue preguntando a F cómo es que empezó a escribirla, cuánto tiempo le tomó. Ya saben, las preguntas de relleno.

Le dijo que le había tomado mucho de su tiempo libre. En los ratos muertos que se permitía tener en el trabajo, se ponía a redactar la novela. Antes de ir al trabajo, soñoliento, se ponía a redactar la novela. Al llegar a casa y después de cenar con su mujer, se ponía a redactar la novela. 

Redactar. 

Entre escribir y redactar hay una diferencia abismal. Es como hablar de tener sexo y masturbarse. Redactar y frotar la lámpara de Aladino son cosas que uno hace casi de forma distraída y sin interés.

Estaba claro que F se había esforzado en escribir la novela. Nadie podría negar eso. Y siempre da gusto, pensó S, estar sentado al lado de alguien que por fin acabó una novela.

Una novela de mierda, dicho sea de paso.

F le dijo que ese primer borrador le había demorado más de dos años de esfuerzo y disciplina. Y S pensó que una persona puede hacer algo mejor con su vida durante dos años. Uno se gasta la vida escribiendo.

—Entonces, ¿te gustó mi novela? —preguntó F, a bocajarro.

S dudó aún si continuar con su decisión de ser sincero, y echar sobre ella la capa de la mentira. Podría salir de este meollo con la fórmula básica: «Tu novela lo único que necesita es ser publicada».

Pero ya era tarde cuando dijo: «No, no me gustó». Luego agregó:

—De hecho, es una novela incoherente. Descuidas el estilo (suponiendo que tienes uno), tus personajes son demasiado imbéciles y la trama es rosa. En realidad, a Corín Tellado le hubiera encantado tu novela.

Y para dar mayor credibilidad a su discurso, abrió el manuscrito en la primera página y comenzó a señalar todos los errores que encontró.

—Esas cosas se corrigen luego —arguyó F.

—Matas a un personaje en el capítulo tres. El personaje vuelve a aparecer hacia el final del libro.

—Eso fue un descuido.

—Tu novela es mala, malísima.

F fue agachando la cabeza. Luego soltó:

—Me la van a publicar a fines de este mes.

—Es un bodrio, y eso no se arregla. Te están estafando.

F miró detenidamente a S, y en esos instantes este sintió cómo la amistad se estaba diluyendo.

—Lo que pasa es que me tienes envidia.

—No, tu novela me va a servir para saber cómo NO se hace una novela.

—Tus gustos son otros.

—¿Qué editorial te va a robar tu dinero?

F estalló en cólera. Apuró su vaso de cerveza. Se paró para marcharse.

S le ofreció el manuscrito y F le dijo que se lo podía quedar.

—Pero aprovecha las erratas que encontré para que tu novela salga limpia.

—No tengo ninguna falla. Mi editor dice que a mi libro no le tocará una coma. Me dijo también que es una novela soberbia.

Y se fue.

F presentó su novela hace algunas semanas. F ya no habla más con S. 

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