lunes, 28 de marzo de 2016

Cinco esquinas


Se le piden muy pocas cosas a un Premio Nobel de Literatura. Que quiera a su esposa y que siga escribiendo buenos libros, por ejemplo. Mario Vargas Llosa ha hecho todo lo contrario. Se divorció de Patricia y nos atormenta ahora con Cinco esquinas. Es un rebelde sin causa.

Se podrían decir tantas cosas de nuestro héroe nacional y tal vez solo una sea atinada: Mario Vargas Llosa es el único autor (peruano, se entiende) que se puede dar el lujo de publicar una novela en plena campaña electoral, ser best-seller y patearle el culo al resto de novedades literarias.

Su categoría de Zeus, sin embargo, lo vuelve un blanco fácil. De las manos de un Nobel uno solo espera libros correspondientes a un Nobel. La cosa es así de simple. Uno jamás lee a Mario en el bus; lo lee en el sofá de la sala y con la máxima concentración.

La novela de marras es terrible. Sus lustrabotas van a decir que esta novela es buena, o que no es ni buena ni mala. Pero empieza muy mal, realmente, y esto es por una simple razón: está dedicada a Alonso Cueto (eso es empezar pésimo; de hecho, muchos pasajes de la novela parecen escritos por este autor). Luego tenemos una escena sexual lésbica que lo coloca debajo incluso de la propia E. L. James. Y esto es solo el inicio. Y se vienen peores cosas, dice la Biblia.

Tenemos la historia de un rico ingeniero llamado Enrique Cárdenas, quien pronto pasa a ser víctima del chantaje de un periodista, Rolando Garro. El ingeniero ha participado en una orgía y el periodista tiene las fotos de la fiesta. La historia va tejiéndose (aunque a tropezones) de una forma bastante decente para luego funcionar como una suerte de crítica hacia la dictadura de Fujimori y Montesinos. Hay cierta cohesión en la trama y hasta un poco de intriga en determinadas escenas. ¿Es lo mínimo que le pedirías a un Nobel, cierto?

Se trata de una novela light, sin embargo. Lenguaje plano, personajes vacíos, diálogos insustanciales. El tema de la dictadura hasta parece gratuito, como una tanda comercial entre los dramas sobredimensionados de sus personajes principales.

Por momentos, no solo es una novela mala y light, sino también risible («Trágate esos juguitos deliciosos que te saco cuando te chupo»)  y llena de lugares comunes («se encontró con uno de esos días grises, color panza de burro, del invierno limeño»). Nuestro arquitecto de la novela construye este libro en base una linealidad evidente. Son veintidós capítulos cuya disposición no logra ocultar la simple y previsible alternancia de historias. Vargas Llosa es un escritor sin estilo. Él mismo lo sabe. Por eso apela a estructuras. 

Quizá Mario, cuando fraguaba el capítulo XX, tuvo la mejor erección de su vejez (o solo una digna erección y punto) y escribió las páginas más logradas del libro. Sin embargo, el resto es pobrísimo y, sobre todo si se toma en cuenta el capítulo XVI, un capítulo que no tiene ABSOLUTAMENTE nada que ver con la novela, hasta nos hace pensar que nuestro «sartrecillo valiente» está atravesando por los achaques más duros de la tercera edad. 

Son ochenta años, nada menos. Y no hay nada que lo detenga. No obstante, luego de tantas décadas santificadas a la ficción, una pregunta todavía queda flotando en el aire: ¿en qué momento se jodió Mario?

VARGAS LLOSA, Mario. Cinco esquinas. Lima: Alfaguara, 2016.

jueves, 10 de marzo de 2016

Mario Vargas Llosa sobre la catarsis


Te descargas de algo que es un gran peso. Pero sólo descubres qué es y cómo es cuando eres capaz de expresarlo, o a través de la literatura, de la pintura o de la música o de cualquier manifiestación creativa. Porque tú puedes sentirte muy mal pero no saber por qué. Y creo que una de las maravillas del arte es que te permite formular aquello que para ti es incierto, confuso, una fuente de angustia terrible. Pero qué es lo que ves cuando el arte le da una forma y lo hace comunicable. Muchas veces esa sensación, esos estados de ánimo, no sabes a qué se deben. Son unos estados de ánimo que padeces, pero la explicación profunda no la tienes. Y yo creo que sólo eso es claro cuando la literatura o el arte te los ponen a cierta distancia y te permiten apreciarlos con todos tus sentimientos, tus instintos, tus intuiciones. Creo que es una de las grandes funciones del arte: hacer un retrato de lo más profundo, de lo más secreto que hay en nosotros.

Fuente: ABC.

miércoles, 2 de marzo de 2016

Rosa Montero sobre los efectos benéficos de la lectura


Siempre me han dado pena las personas que no leen. Y no porque sean más incultas y menos libres, aunque es bastante probable que sea así. No, las compadezco porque creo que viven mucho menos. Leer es entrar en otras existencias, viajar a otros mundos, experimentar otras realidades. Y además, ¡qué inmensa soledad la de quien no lee! Porque la literatura nos une con el resto de los habitantes de este planeta, nos hermana con la humanidad entera, más allá del tiempo y el espacio. Podemos experimentar las mismas emociones que un escritor inglés del siglo XVI o que una autora contemporánea de la remota Nueva Guinea. Y al fundirnos con los demás, al salir de nosotros mismos, salimos también por un instante de nuestra muerte, que nos espera enroscada en la barriga. Leer te hace inmortal.

Fuente: El País.