sábado, 19 de mayo de 2012

Sol de Tokio

Termino de leer Sol de Tokio y pienso, casi en voz alta, pero qué buena novela. Y le digo ¿por qué tú, hermosa novela, estás tan solitaria? Ningún crítico me ha hablado de tus bondades, no he hallado tampoco reseñas de ti en la prensa cultural limeña, ni mucho menos entrevistas a quien te escribió, que, valgan verdades, lo hizo soberbiamente.

Y es que de su autor, Francisco Joaquín Marro (Lima, 1981), salvo dos o tres cosas en internet, no sabemos nada. Mucho menos de la novela, que llega a mí sin muchas expectativas pero que como lector me confronta a una literatura de gran nivel. Y la sorpresa es aún mayor al enterarme que se trata del debut literario de Joaquín Marro (Joaquín de apellido).

La novela alterna dos historias. En una tenemos como escenario a la Lima de los años setentas, encarnada en el personaje de Sergio Saldarriaga, un poeta con grandes aspiraciones de sobresalir en su medio. Sergio cuenta con el dinero más que suficiente para tener una vida digna, pero la belleza física no lo acompaña. Y por el otro lado, en la época actual, está Francisco Joaquín Marro, a quien sí la pinta lo acompaña, pero que por sus escasos recursos tiene que trabajar de mozo.

Estamos frente a una novela lúdica y fragmentaria que a lo largo de sus 348 páginas se burla de todo lo que encuentra en su camino. A saber, de la crítica académica con su discurso a veces ininteligible, de las modas literarias y su auge y decadencia, de las poses de los escritores y su búsqueda de la vanguardia en las letras. 

En una parte del libro se hace escarnio a cierta concepción literaria. El manuscrito de uno de los personajes está chamuscado y le faltan varias hojas. Una travesti entonces le sugiere completar lo que le falta con citas de Borges y Cortázar, o con lo que sea «con tal de que sea ajeno» (150). Y Sergio pregunta cómo llamarán a ese nuevo método: «Todos estuvieron anhelantes, cortando la respiración. / —... Metaliteratura!» (y aquí, inevitablemente, pienso en Vila-Matas).

Otros temas más serios, sin dejar de lado la parodia, se toman en cuenta. Así, por ejemplo, se aborda nuestro fenómeno de migración del campo a la ciudad, el posterior auge económico de la clase media, el conflicto racial en el Perú, la labor de los medios de comunicación, la política peruana, el valor del arte en la sociedad y nuestra tradición literaria. En muchos de estos tópicos se logran profundas reflexiones y críticas afiladas que acercan el libro al género del ensayo.

Por ejemplo, en unas breves líneas se resume de manera genial la temática que se ha tratado en toda la literatura peruana reciente: «En la época de Valdelomar todos los personajes debían volver de Europa; luego se puso de moda el que los personajes fueran periodistas y militares; en los noventa todos los personajes debían ser o chicos drogadictos o sucios policías, pero ahora se estila que sean jóvenes e impecables escritores que hablan sobre ser escritor» (60).

Sergio es un Julien Sorel que, a toda costa, intenta escalar en la gran pirámide social que Lima le depara (aunque cada escalón sea producto de su circunstancia racial: él es un mestizo). De Francisco, el otro personaje, nos enteramos que quiere ser escritor y de su desmedida ambición por lograr premios literarios, fama y reconocimiento, aunque vive a expensas del dinero de su abuela, nadando en una constante frustración por su actual trabajo y el deplorable futuro que se le avecina.

En no pocas partes, la novela alcanza altos picos de calidad literaria (sobre todo en los discursos de Irene, hermanastra de Sergio), lo cual denota además una gran pericia en el manejo del lenguaje y la narración en clave de humor. En una de las tantas desternillantes escenas, Francisco conversa con su pene y éste le revela uno de los propósitos del libro: «¡Oh, estoy harto de las novelitas de iniciación! Debería haber una ley que las prohíba. Todas son iguales: chico ama a chica y ésta lo rechaza; luego, él escribe sobre ello y se regodea en su dolor» (311). Pues Sol de Tokio, en su infinidad temática, es muchas veces eso: una novela que se burla de las bildungsroman.

Es, además, una novela fundamentalmente nostálgica, que recuerda nerviosamente al pasado, reflexiona sobre el valor de la amistad y anhela un amanecer coronado por un sol espléndido, diferente. Una obra, en definitiva, que destila ingenio y buena prosa, pero que extrañamente pasea su belleza sin que casi nadie la tome en cuenta.

JOAQUÍN MARRO, Francisco. Sol de Tokio. Lima: Casatomada, 2011.

sábado, 12 de mayo de 2012

Acuérdate antes de irte

Jesús Barahona Marín (Lima, 1989) es un joven narrador que, con apenas 18 años, publicó en el 2008 Jaquecas y sonrisas despiadadas, su primera novela. En esta ocasión nos entrega su segundo trabajo: Acuérdate antes de irte. Se trata de una novela de poco más de 300 páginas y que la editorial Casatomada se encargó de publicar a finales del 2010.

Narrada en tercera persona, la novela está dividida en 22 capítulos (algunos cortos, otros largos) donde se aborda la vida de Gerardo Ponce de León en su infancia, adolescencia y corta adultez. Destaca mucho la fluidez con que se desarrolla la novela, la cual puede leerse de un tirón. Los diálogos (que podríamos considerar como excesivos) resultan dinámicos y amenos, y la mayoría de escenas tienen lugar en Miraflores y San Isidro.

Gerardo, el personaje principal, es un enfermo de cáncer en fase terminal. Tras una convulsión en casa de su mejor amigo, Antonio Baltuano de la Torre, ha sido internado en una clínica donde pasará el resto de sus días. Es un hombre de 30 años, profesor de Filosofía y con una próspera carrera como escritor; sin embargo, la enfermedad lo ha postrado en una cama y desde allí recordará toda su corta vida pasada.

La mayor parte de la novela se enfoca en detallar estas remembranzas, casi todas sobre las mujeres a las que Gerardo conquistó. Es en estos saltos temporales donde se narran todos sus amoríos. Aquí, el sexo tiene un lugar privilegiado al momento de la construcción de las escenas. Gerardo llega a ser un personaje cínico y desalmado, a veces tierno y a veces cruel.

No recuerdo, sin embargo, haber leído en mucho tiempo una novela con tanta cantidad de erratas. Tal vez una corrección de estilo y cierto cuidado en la diagramación habrían ayudado mucho a mejorar este aspecto del libro.

Si bien se abordan temas como la corrupción en los colegios y las dependencias policiales, el racismo por parte de las clases sociales altas y el aborto clandestino, el texto recae en temas tan manidos como el sexo y las drogas en el mundo adolescente (temas clásicos, por así decirlo, en los narradores jóvenes de las últimas décadas).

Existe un abuso de la replana española al momento en que hablan los personajes. Expresiones como «cojones», «coño», «vale», «follar», son dichas por casi todos ellos e incluso por el narrador, sin tomar en cuenta que la novela se circunscribe en Lima como zona geográfica donde tienen lugar los sucesos del libro.

El narrador omnisciente hace uso constante de un lenguaje procaz, incluso plagado de jergas: «Quedó boquiabierta, estática, con cara de cojuda, sin saber qué carajo hacer» (56). «...y, desde la ventana del auto, vislumbra las actitudes sátiras y criollas que se cometen en, generalmente, los buses populares que a uno lo lleva de un distrito a otro por, a lo mucho, luca-china» (66-67). «Pero, la verdad, con Constantino no se podía aprender ni un carajo de inglés: tenía una pronunciación hasta las huevas» (107). «Gerardo se quedó huevón. No supo qué decir» (131).  

La información que se le entrega al lector suele ser abrupta. Por ejemplo, en alguna parte del libro, Gerardo se entera que su padre pertenecía hace mucho tiempo a una mafia internacional de tráfico de órganos. El personaje principal, además, no está muy bien definido ni posee gran profundidad psicológica. Su labor como escritor se reduce a la de ser un poseur.

El autor refleja en el libro una Lima de adolescentes con una exacerbada curiosidad por el sexo, y es aquí donde la novela se pierde pues abunda en estos detalles de manera gratuita, descuidando al Gerardo de la clínica, quien, hacia el final de la historia, le encargará a Antonio que termine de escribir la que sería su última novela.

BARAHONA, Jesús. Acuérdate antes de irte. Lima: Casatomada, 2010.

sábado, 5 de mayo de 2012

Rebelión en la granja


El libro para comentar en la última edición del Círculo Literario fue Rebelión en la granja, de George Orwell (libro que acabé, dicho sea de paso, ese mismo día). Los asistentes a la reunión fuimos Lunazul, Chicocool, Karendt, Le rayon vert, Pollo, Joanot y quien escribe.

Hablamos sobre la importancia de cada personaje dentro de la novela y lo que simbolizan dentro de ésta. Según lo dicho, el Viejo Mayor, el cerdo, era Karl Marx (hoy se celebra su natalicio); Boxer, el caballo, representaba el trabajador ideal que no critica al sistema (alguien comentó que el personaje está basado en un obrero que en verdad existió); Mínimus, el poeta, como el intelectual vendido a la causa pseudo-revolucionaria; y Napoleón, otro cerdo, como el dictador megalómano. 

Concluimos que Rebelión en la granja es una fabulación de cualquier dictadura, la cual siempre estará destinada al fracaso. Su simpleza en el lenguaje, sin embargo, está acompañada por una riqueza temática abundante. Con esta crítica al comunismo, Orwell nos provocó interesantes reflexiones sobre la naturaleza de los más nobles ideales humanos y cómo éstos se van trastocando en su intento por imponerse.

ORWELL, George. Rebelión en la granja. Lima: El Comercio, 2000.