jueves, 31 de diciembre de 2020

Magistral

Magistral (Jekyll & Jill, 2006), de Rubén Martín Giráldez, es un libro raro, rarísimo. Literatura experimental, le llaman. Y ante el experimento solo cabe la unanimidad: o se le repudia o se le idolatra. O se le rechaza de inmediato o, con la misma inmediatez, se le coloca en un pedestal.

¿Y de que va un libro tan raro como este (si es que los textos experimentales pueden resumirse)? Dicho de manera simple, el asunto del libro es el lenguaje. Desde el inicio se anuncia la inutilidad del castellano. El narrador se pregunta: «¿Para qué voy a seguir dejando por escrito este idioma melancólico, una lengua que ha perdido toda tenacidad?». Y luego propone que «a lo mejor deberíamos ir pensando en cambiar algunas cosas, en cambiar lo que ya no sirve. Tal vez sea hora de cambiar de idioma».

Si no resulta muy enrevesado, y a efectos de esta reseña, hay que decir que existe un segundo Magistral que se menciona en el libro y cuyo autor es el narrador. Este, sin pudor alguno, lo califica de obra maestra porque, entre otros atributos, marca el final de la literatura escrita en castellano. Este libro, lo dice el narrador, es un libelo que ha sido alabado por los lectores comunes y por la crítica oficial, y nos cuenta que «en las presentaciones todos compraban Magistral, lo empezaban a leer allí mismo (...) hasta llegar a la última página». 

Volviendo al texto de Rubén Martín Giráldez, se puede decir que su libro aborda al castellano como tema central: sus usos y carencias, su inferioridad con respecto a otras lenguas, su insalvable decadencia, la necesidad de encontrar otra cosa que lo sustituya.

Por eso el narrador confiesa que está encerrado en una «Boca Norteamericana de la que pretendía llevarme la lengua». Ha hurgado aquí y lo que ha descubierto es una novela superlativa: Notable American Women, de Ben Marcus. Su fascinación por lo escrito por Marcus lo lleva a reproducir extractos de esa novela (portada, contraportada y algunas páginas aleatorias).

Existe también una inquietud sobre los límites del lenguaje que entraña una reflexión sobre la traducción (dicho sea de paso, Rubén Martín Giráldez es un experto traductor). En estos pasajes, Magistral se emparenta con el ensayo literario, aunque también existen partes que lo acercan a la poesía en prosa. 

Como catador de venenos, mi sentencia es que vale la pena sumergirse en este psicodélico libro.

jueves, 24 de diciembre de 2020

Panza de burro

Hay una expectativa alta en los libros que tienen resonancia en redes sociales. Son libros que, de a pocos, van ganando una visibilidad que es anterior a su consagración en los medios tradicionales. Un ejemplo de esto es Panza de burro (Barrett, 2020), la primera novela de Andrea Abreu.

Lo que se narra aquí es, en pocas palabras, la amistad entre dos niñas. En pocas palabras porque, claro está, este libro es mucho más. Es un poema salvaje cuya historia es contada por una de estas pequeñas. Lo que ella nos dice se centra en su mejor amiga, Isora, a quien idolatra y tiene como modelo («yo quiero ser como ella, tan echadita palante, tan sin miedo»).

En sus primeras páginas, Panza de burro parecería el simple anecdotario de una niña en un pueblecito de Islas Canarias, y, llegado a este punto, el lector podría experimentar cierta decepción si se toma en cuenta que el libro de marras ha granjeado excelentes comentarios.

No obstante, pronto uno se va sumergiendo dentro de un lenguaje. Abreu se ha dado el trabajo de edificar un mundo a partir del habla canaria, y es entonces que la novela resulta envolvente. Asimismo, la historia de amistad entre las dos niñas (la narradora e Isora) se va tornando cada vez más estrecha. Hay además un despertar sexual que no es nada sutil, sino feroz, y que cobra tensión a medida que la novela avanza.

Otro acierto del libro es el contexto temporal en el que está inscrito porque conecta con determinado público. La autora, nacida en 1995, nos cuenta una niñez decorada por un programa de mensajería instantánea (el «mésinye», que es como llama la narradora al antiguo MSN), una telenovela (Pasión de gavilanes) e incluso canciones de bachata (de Aventura, para ser más precisos). Es decir, los elementos con los que se formó una parte de la generación milenial.

Sin duda, lo que más agrada del libro es el tono lírico que adquiere por momentos y que discurre con una portentosa naturalidad: «isora tenía los ojos verdes como un verdino verde como una mosca en agosto sobre el bocadillo de salpicón de atún en la playa de teno (…)».

Hoy Panza de burro ya es un fenómeno editorial con más de 20 mil ejemplares vendidos. Ha cumplido de sobra las expectativas que las redes sociales sembraron en ella y esta reseña no tiene más que agregar.