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jueves, 13 de febrero de 2020

Melancolía

Adagio, según la RAE, es una «sentencia breve y, la mayoría de las veces, moral». Son adagios, entonces, los refranes o proverbios que la sabiduría popular ha derramado sobre las personas para ayudarlas a expresar una idea usando un lenguaje mínimo y depurado.

De estas palabras u oraciones que encapsulan pensamientos ancestrales se ha valido Ciro Alegría Varona para escribir Adagios. Crítica del presente desde una ciencia melancólica, texto con el que ganó el último Premio Copé en la categoría de ensayo.

Este libro se compone de 43 ensayos agrupados en tres partes: «Persona», «Poder» y «Asombro». Los títulos de cada texto sugieren sutilmente el tema que abordará. Así, «Dime con quién andas y te diré quién eres» trata sobre el conocimiento que surge cuando dos personas entablan una relación, «Vendepatria» hace referencia a la corrupción entendida como un mal de la razón y «Allí penan» presenta una sentida reflexión sobre el aura de humanidad que pervive en los lugares públicos, como las cárceles o los hoteles.

Algunas de estas cavilaciones están escritas desde la intimidad. Lo advierte el autor en la introducción: «Estos ensayos son fotos que he tomado a mis pensamientos durante años». Este llamativo rasgo de quien no teme mostrarnos las profundidades de su ser, sumado a un lenguaje claro y sencillo, por momentos nos remite a las Prosas apátridas, de Ribeyro.

Es notoria, además, la honda investigación que Alegría Varona le ha dedicado a cada tópico de este libro. Él mismo lo afirma así: «Posiblemente mis ensayos den la impresión de no ser investigaciones filosóficas porque tienen una pretensión literaria. Pero la verdad es que sí investigo, y mucho, cuando ensayo».

Asimismo, llama la atención la amplitud temática de este libro tan breve. Hay agudas reflexiones sobre los asuntos más habituales, como el sufrimiento o el amor, y otras que afrontan cuestiones menos convencionales, como las redes sociales, el consumo de música y la embriaguez. También asombra y agrada que, para ilustrar sus ideas, el autor se sirva no solo de los clásicos de la tragedia griega (Esquilo, Sófocles y Eurípides), sino también de escritores más contemporáneos (Hermann Hesse, Francis Scott Fitzgerald y Roberto Bolaño).

En Minima Moralia, Adorno —a quien Ciro Alegría Varona llama «Virgilio de mis investigaciones filosóficas»— definió a su filosofía como una «ciencia melancólica». Y aquí, en estos Adagios, resulta enigmático que solo una mirada triste arroje un poco de luz sobre la realidad del presente.

jueves, 2 de enero de 2020

Nominado


Reunión vespertina con C y J en casa de mis tíos. J ha traído un Michel Chapoutier que, para los que no sabemos de vino, suena demasiado bien. Se ha olvidado, sin embargo, el sacacorchos. Así que J pasa gran parte de la tarde intentando agujerear el corcho con un destornillador. Y mientras esperamos que haga el milagro, hablamos de lo que estamos haciendo. ¿Estamos escribiendo? Sí y no. J está redactando una tesis de Verástegui y nos dice que Teorema del anarquista ilustrado es una gran novela y que Fata Morgana, que no es de Verástegui sino de Hinostroza, es una gran gran novela. Dos veces gran es demasiado, pienso. Creo que te gustan las novelas de poetas, le digo. Me gusta el lenguaje, dice J. C, en cambio, ha estado semanas atrás en Guadalajara, donde ha visto a medio mundo de la República Letrada. Por allí andaban Fresán y Zambra. Y en fin, que no se ha tomado ninguna foto y le digo que, en los tiempos modernos, eso es un error. Que si no te tomas al menos una foto en la FIL de Guadalajara es como si no hubieras estado allí. Y es entonces que C confiesa su poco talento para las relaciones públicas y la autopromoción. Que no está mal, hombre, que no está mal, nadie es perfecto, le digo. J, que ha preferido hundir el corcho del Chapoutier en lugar de agujerearlo, dice que ahora, en el mundo hipermoderno, escribir es el requisito más indispensable para destacar. Lo importante es establecer una red de contactos (reseñistas, editores, periodistas, escritores, libreros, organizadores de eventos) y quedar bien con todos. Era lo que menos hacía Bolaño, dice J. Y agrega: aunque quizá Bolaño atacaba a medio mundo porque era demasiado temerario o demasiado consciente de su talento o ambas cosas a la vez. Pero la pregunta inicial era: ¿estamos escribiendo? Sospecho que C está en medio de una novela pese a que diga que está retocando unos cuentos. Yo, en cambio, me amparo en la prosa semanal de estas columnas y puedo decir que sí, que estoy escribiendo (en términos generales). Al caer la noche, nos despedimos sin haber bebido una gota de ese Chapoutier. En la residencia de mis tíos apenas hay mesas y sillas y algunas camas. Una casa de playa en toda regla. Aquí han de llegar algunos familiares para celebrar el Año Nuevo. Al día siguiente, muy temprano, reviso el celular y me entero de que C ha sido nominado a unos premios que tienen cierta importancia, pero donde se valora más la popularidad que el talento. Y en ese instante imagino a C en medio de su alegría y también de su encrucijada. La autopromoción, pienso. Las relaciones públicas, pienso. La va a tener difícil si quiere ganar ese premio, pero dudo que quiera. C no se mueve en el plano de lo extraliterario y, por lo tanto, es una de las pocas personas a las que yo llamaría escritor.

jueves, 24 de octubre de 2019

Para C

Robert Braithwaite Martineau. (Kit’s Writing Lesson, 1852)

Me ha escrito C a raíz de una columna que publiqué el jueves 3 de octubre. Me dice que le parece una maravilla todo eso que cuento allí: el lugar que describo, sus personajes, sus etcéteras. Me dice que el hecho de estar rodeado de escritores le parece un ensueño. Sin embargo, C es joven y a su edad hay cosas que ignora (aunque yo, a mi edad, ignoro muchas otras y apenas les he cogido la maña a algunas durante estos últimos años).

A su edad, y por una cuestión de salud mental, es bueno ignorarlo todo sobre el «mundillo literario», y si escribo esto no lo hago con la intención de aleccionarlo. Creo que C descubrirá los espantos y alegrías del «mundillo» por cuenta propia.

C ha publicado este año tres cuentos en distintas antologías, y apenas terminé de leer su mensaje me puse a examinar sus textos y encontré ese rasgo tan autobiográfico y tan propio de los autores que se inician en el oficio de juntar letras.

Debo reconocer, no sin pudor, que yo jamás he ido tras un consejo literario (es decir, tras esas palabras de aliento que le da el escritor distinguido al aprendiz). Para mí ha sido más importante entablar amistad con lectores que son realmente voraces (tal vez yo valoro más al lector puro que al lector que escribe, pero ese es un tema aparte). No obstante, me tomaré el atrevimiento y le diré a C, sin mayores aspavientos, que persista en este oficio. Que tendrá todo en su contra (porque así tiene que ser) y que, por tenerlo todo en contra, el fruto de su esfuerzo será doblemente gozoso. Quizá C llegue a preguntarse si tiene talento, y aquí me gustaría detenerme un instante.

Cada vez me convenzo más de que el talento no existe. O podría no existir si uno no se impone una necesaria disciplina. Y yo te exhorto, C, a que perseveres. No hay que rendirse nunca en este oficio que, más que una demostración de don innato, es una carrera de resistencia. Llegan lejos quienes pueden soportar rechazos, indiferencia y soledad (porque la soledad que conocerás cuando escribas, cuando de verdad te sumerjas en la escritura, será inmensa y angustiante pero también placentera).

Imagina que esto es como el sujeto que está obsesionado con su cuerpo y, por tanto, va al gimnasio todos los días para conseguir los músculos perfectos. En lo que a ti respecta, tu tarea es escribir siempre, leer siempre, ejercitar ese músculo de la prosa que, apenas te descuides, se dormirá pronto y adoptará una consistencia gelatinosa.

Yo te deseo suerte y una cabeza fresca, y ya que ambos creemos en la palabra, espero que estas líneas sirvan de algo y te marquen aunque sea un poco. Recuerda estos versos de Roberto Bolaño: «Escribiendo hasta que cae la noche / con un estruendo de los mil demonios».