lunes, 24 de junio de 2019

Urgente: necesito un retazo de felicidad

Reedición. Se publicó en 2007 y no sé qué tanta acogida habrá tenido en su momento porque por aquellos años yo andaba en la facultad leyendo cosas poco literarias o nada literarias. En fin, que ahora tenemos reedición casi una década después. Lo he leído con atención y placer. Es el primer libro de Orlando Mazeyra Guillén, a quien tuve la oportunidad de conocer el año pasado en Arequipa. Mazeyra es un tipo muy alto y a todas luces melgariano (llevaba una camiseta del Melgar). Los cuentos de Mazeyra —estos cuentos, quiero decir, porque tiene publicados muchos otros— reúnen las características que se le pide a la narrativa de nuestro tiempo: son cortos y de nudo veloz (con recursos en apariencia tan simples se compite con Netflix). Memorables son «Ella se sabe gorda», «Escribes» y «Tendré que confiar en ella». Mazeyra está hecho para el cuento porque conoce sus límites y sabe jugar en el espacio restringido del relato. El mérito crece si hacemos sumas y restas y notamos que este libro se publicó cuando el autor tenía quizá 26 o 27 años. Yo digo que está bien, o muy bien si lo comparamos con lo que se produce ahora en Lima.

Mazeyra Guillén, Orlando. Urgente: necesito un retazo de felicidad. Arequipa: Aletheya, 2018.

domingo, 9 de junio de 2019

Chernobyl

Bastan apenas diez minutos frente a Chernobyl, la miniserie de HBO, para sentirse sucio, contaminado o radioactivo. No es muy frecuente que una obra audiovisual transmita con tanta rapidez la sensación de estar en un entorno enrarecido y sórdido. De hecho, mientras veía el primer capítulo, fue inevitable imaginarme envuelto en esa aura tóxica que impregna a toda la historia, hasta el punto de sentir cierta asfixia. No miento si digo que me planteé seriamente dejar de fumar.

Está muy presente en la ambientación sonora de la miniserie. Los detectores de radiación a punto de explotar, la lluvia intermitente. Todo apunta a subrayar una atmósfera obscena y que en algún momento bordea la locura.

El tema principal de Chernobyl, no obstante, no es el suceso que todos ya conocemos, sino la mentira y su constante defensa por parte de los miembros de la ex Unión Soviética. En plena era de fake news, esta miniserie ha conseguido describirnos tomando un asunto histórico. ¿No es acaso nuestra sociedad el reino de los espejismos y de los múltiples relatos verosímiles y que nos impiden ver la Verdad (con mayúsculas)?

No hay un retrato más poderoso y sincero de esta sociedad nuestra que el construido por Craig Mazin, guionista con un dudoso pasado de películas de entretenimiento masivo y al que, sin embargo, a partir de ahora habrá que perdonarle todo. Y resulta paradójico y terrible que lo ocurrido el año en que nací, 1986, mantenga una renovada y feroz vigencia. A saber: un mundo que no se aferra más a ninguna verdad y que se muestra cómodo y conforme con el relato de la historia oficial.

Tengo, sin embargo, algunos reparos. Nada es Breaking Bad (es decir, perfecto). A esta miniserie le resta mucho que todos los personajes se comuniquen en un perfecto inglés con acento británico y no en ruso, como debiera ser. Si bien cada uno de los detalles fueron bastante cuidados para otorgarle una estética propia de la época y propia también de una sociedad soviética, habría sido ideal (por una cuestión de fidelidad) mantener el idioma original.

Y el final fue, en parte, el que merecía un gran drama como este. Y digo «en parte» porque las explicaciones posteriores, luego de que se apagara la voz en off del profesor Legásov, son de una sensiblería repelente y que desdibuja la potencia del guion de ese formidable y último quinto capítulo.

Chernobyl ha puesto nuevamente sobre la mesa un asunto sumamente grave y que pudo convertirse en una catástrofe mundial, y esto, más allá del brillante tratamiento cinematográfico, es un mérito en sí. Esto basta para afirmar que verla es algo obligatorio.