martes, 30 de agosto de 2011

Bertrand Morane


Las piernas femeninas, menuda fijación de Bertrand Morane. Él no es un Casanova ni mucho menos un Don Juan. Morane es el hombre que ama a las mujeres. Las ama a todas y a cada uno de sus atributos o defectos, por eso es incapaz de enamorarse de una sola: las quiere a todas.

¿Qué hacer con tantas? Aparte de guardar sus fotografías y cartas, ¿dónde encapsular tantos recuerdos? Escribir un libro, ¡eso! Escribir un libro donde cada una merezca un lugar que ocupó en su vida. Es una manera de expresar el amor que sintió y bajo el que nunca dejó dominarse.

Un velorio repleto de mujeres que lloran al hombre que las deseó con intensidad. Un epitafio que reza «aquí descansa Bertrand Morane, el hombre que amaba a las mujeres». Un libro recién publicado de alguien que no quiere dárselas de escritor y que sólo escribe para sí mismo. Luego, el paraíso es aquella isla prometida donde habitan nada más que mujeres solas. Isla rodeada por un mar de piernas.
 

viernes, 26 de agosto de 2011

¿Cuándo escribir?

«Madame Gillaumin Writing» (Armand Guillaumin)
El blog de Nisaba siempre me sorprende con esos datos tan curiosos que a la vez me encantan. He aquí un texto muy motivador:

En un artículo anterior veíamos las razones por las que relegar la escritura al fin de semana lleva a un fracaso estrepitoso cuando de acabar una obra completa se trata. “¿Cuándo escribir entonces?” es la pregunta elevada en ese artículo. La respuesta es evidente y un secreto viejo entre bardos, poetas y profesionales de la escritura de todas las épocas: hay que hacerle un lugar en el trajín diario. Mejor aún, hacerle varios lugares a varias horas del día: antes de salir para el trabajo; a la hora de almuerzo; a la salida; quizás por la noche, antes de perder por completo la lucidez y sucumbir al sueño…

Cuando una actividad se suspende por un periodo prolongado, el esfuerzo para retomarla obliga a realizar un diagnóstico inicial, recordar en dónde se había interrumpido, hacer un catálogo de tareas realizadas y pendientes y, por fin, elegir alguna para implementar durante la actual sesión de trabajo.

Cuanto mayor sea el intervalo de interrupción del proyecto (horas, días, semanas, meses, años), mayor será el esfuerzo necesario para retomar las labores. En otras palabras, si disponíamos solamente de dos horas, una vez por semana, cuando por fin recordamos por dónde íbamos ya se acabó el tiempo disponible o el embotamiento nos impide continuar. Si eran seis, una tercera parte se pierde en estos preámbulos.

Si nuestras horas más lúcidas debemos entregarlas a un patrono externo, cada minuto libre del día es un tesoro. Más nos vale aprovecharlo al máximo y no desperdiciarlo en esfuerzos inútiles.

¿Cuál es la mejor solución para este problema? No interrumpir nunca. Al mantener una conexión diaria con nuestro proyecto de escritura, cada día es más fácil retomar las labores del día anterior.
Escribir diariamente tiene otros beneficios. Cuando uno encuentra un tema en donde experimenta bloqueo o siente que algo no está bien, puede seguirlo elaborando durante el resto del día, incluso durante el sueño, y levantarse al día siguiente con la solución en la punta de los dedos. Se emplean todos los recursos, tanto los conscientes como los inconscientes: aunque estemos realizando otras actividades, nuestra mente se queda ahí, dando vueltas y tratando de resolver el problema.

Por lo tanto, para escribir una obra completa, un libro o una tesis, la clave es diseñar e implementar una rutina cotidiana en donde se obtenga, en conjunto, un tiempo real de escritura de una a dos horas diarias reales, tomando en cuenta los preámbulos necesarios, el tiempo de “calentamiento” y el estado de cansancio en que nos encontramos en diferentes momentos del ciclo mensual.

La escritura debe lograr insertarse en uno o varios horarios fijos, repetidos hasta el infinito, sin fecha de inicio ni final. Debe llegar a ser una actividad tan propia de nosotros, que se confunda con las necesidades básicas, como la hora del desayuno o el sueño. Es el tipo de acción reiterada que solo se verá interrumpida por razones extraordinarias, como una enfermedad, un viaje o un descanso voluntario.

El resto del día, cuando no se está “escribiendo” hay que seguir pensando, observando, leyendo, comentando, tomando notas, acumulando ideas… Hay que dirigir la energía personal hacia ese objetivo que tenemos por delante.

¿Cómo hacer este cambio? Con una mezcla de voluntad, disciplina, apoyo de la familia y amistades, un cierto número de ajustes en el entorno inmediato y la optimización de las herramientas empleadas para la escritura.

En los próximos artículos hablaremos de consejos prácticos para modificar la rutina y los recursos de los que nos podemos servir para obtener el máximo provecho de nuestros escasos y preciados minutos libres del día.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Lo que significa ser un Malpensante

Entrevista a Mario Jursich (Foto: Alberto Nicho)

Por: Karen Delgado Torres.

La última edición de la Feria Internacional del Libro de Lima trajo entre sus principales invitados al responsable de una de las revistas culturales más importante en Latinoamérica. Se trata de Mario Jursich, director de la publicación colombiana El Malpensante. No quisimos perder esta oportunidad para hacerle algunas preguntas acerca de la revista, su esencia y el mundo cultural en la actualidad.

«El Malpensante es una revista que empezó el 31 de octubre de 1996. ¿Acá celebran el Día de las brujas, Halloween? Bueno, pues, emblemáticamente, El Malpensante nació el 31 de octubre de 1996, bajo el auspicio de la cofradía de las brujas. ¿Por qué nace una revista como El Malpensante? En esencia, yo diría que fue la confluencia de tres factores. El primero es que a mediados de los años 90, en Colombia, empezó un declive muy pronunciado de los antiguos suplementos literarios de los periódicos. Bien sea por que dejaron de publicarse o porque empezaron a disminuir el número de páginas hasta prácticamente llegar a la inexistencia. También tiene que ver con que en esos suplementos hubo un cambio de política. Se empezó a publicar una serie de materiales que, con justicia o injusticia, a los responsables de El Malpensante, Andrés Hoyos y yo, nos parecía que eran materiales aburridos, que no respondían a la mentalidad de la literatura que se estaba escribiendo en ese momento en Colombia. Y la tercera razón es simplemente el fastidio. Creer, aunque eso sea muy narcisista, que en el país en el cual uno vive no se estaba haciendo una revista que uno quisiera leer. Entonces, el motivo fundamental para hacer El Malpensante es que nosotros queríamos fundar una publicación en la cual podamos leer lo que nosotros quisiéramos leer.

Nosotros hicimos la revista al revés. Cuando se va hacer un nuevo medio de comunicación, normalmente se hace un estudio de mercado, se identifica que haya alguna carencia o un vacío de cierto tipo de información y la revista se crea en función de eso. Nosotros lo hicimos al revés. Nadie estaba pidiendo una revista cultural. Nadie estaba pidiendo una revista literaria. Sin embargo, teníamos la intuición de que había un público, pero también teníamos la intuición de que había que crear ese público. La revista nació con un propósito de un lector hipotético. Un lector hipotético que se ha ido materializando con el tiempo. Si no hubiera sido así, nosotros no hubiéramos cumplido 15 años siendo una revista independiente. Nosotros no recibimos ningún tipo de subsidio ni por parte del Estado ni por parte de alguna otra institución. Vivimos solo a costa de nuestros medios.

El término El Malpensante nació en la época de la Revolución Francesa, en una especie de contraposición al término que existía en ese entonces que era el bienpensante. El bienpensante era la gente partidaria de la Antigua Monarquía. Por extensión, hoy en día vino a significar todo tipo de actitudes, no solo muy liberales, sino cierto espíritu vanguardista, arriesgado. Tratar de incursionar en terrenos en los cuales no había tradición y había que ir creando de la nada. Y la revista se fundamentó en esa propuesta. Tradicionalmente hay algo. No sé si acá existe la expresión la malicia indigna. Bueno, en Colombia la malicia indigna es un término de uso muy popular. Es Tener cierto escepticismo, ver un poco más allá de lo literal que le están diciendo a uno. Entonces, la malicia indigna tiene que ver, al menos ante nuestros ojos, con ser un malpensante, que finalmente es tratar de promover un espíritu escéptico, el espíritu tolerante. Y tratar de explorar terrenos que no han sido muy visitados por el periodismo o por la literatura.

Después de llegar al nombre de Malpensante, la verdadera discusión fue si era niña o niño. Es decir si la revista se llamaría El Malpensante o La Malpensante. Ahí sí hubo una polémica bastante fuerte. Finalmente, Andrés, que es el gran accionista de la revista, dijo "tiene que ser niño" y quedó como El Malpensante.

En efecto, yo he trabajado de disc jockey. Es una especie de profesión alternativa que tengo. Disc jockey de salsa… Varias veces que me han preguntado alguna definición de la revista, a mí me gusta recordar la época en que existían los discos de acetato. Los discos de acetato tenían dos caras: lado A y lado B. Bueno, para los que tenemos experiencia con esas cosas, era muy clara la distribución de esos discos. En el lado A estaban todos los temas que presumiblemente iban a hacer un éxito. Todas las cosas que presumiblemente iban a pegar en la radio. Y en el lado B estaban todos los temas raros, donde el grupo exploraba sus opciones musicales verdaderamente a fondo. Una de las paradojas de la música es que muchísimos pero grandísimos éxitos eran temas del lado B. Incluso, a veces, el último del lado B. Entonces, por esos azares del gusto se convirtieron en iconos, en clásicos de la música. Utilizando esa analogía, a mí siempre me ha gustado decir que El Malpensate es una especia de lado B de la cultura. Para volver a lo que estábamos conversando, no buscamos bienpensantes, sino las cuestiones malpensantes. Ese lado B donde presumiblemente tratamos de publicar las cosas que se podrían convertir en clásicos del periodismo y de la literatura.

El periodismo cultural

Siempre he tenido la impresión de que -y esta es una de las razones por las que acabamos fundando El Malpensante-, el rasgo definitorio de la mayoría de editores de hoy en día es la cobardía. Digamos que ninguno se atreve a tomar algún riesgo. Todos quieren funcionar con redes de seguridad. Las cosas que hacen soy muy predecibles. Por eso no me extraña que el público haya ido abandonando los periódicos y las revistas. Y una de las causas por las cuales ha pasado esto es que no hay nada polémico. Todo el mundo quiere ser muy amigable, muy diplomático, darse palmaditas en la espalda. Yo creo que, como dice el dicho, que si uno quiere hacer tortilla tendrá que quebrar algunos huevos, y, a veces, pues tienes que quebrar la vajilla entera.

Esto apunta a una cuestión. Las revistas en el pasado fueron muy ideológicas, siempre consideradas como un órgano de un determinado tipo de ideas. El Malpensante, por lo menos en esta parte, creo que es algo muy diferente, como una especie de zona de tensión en la cual se discuten muchas ideas. Por ese motivo, alguna vez hemos publicado un artículo que causó mucha polémica que se llama "Démosle un chance a la guerra", de algunos de los halcones de George W. Bush. Pero también hemos publicado un elogio al manifiesto comunista. A mí me interesa que la gente no nos encasille ideológicamente. Por el contrario, que piensen en El Malpensante como una revista donde no se defiende un ideario, sino que hay puntos de vista que pretenden ser inteligentes y, por supuesto, estar bien escritos. Por eso, la revista tiene un subtítulo que es "Lecturas paradójicas". Es decir, nosotros esperamos que el lector vea el índice y piense que somos unos esquizofrénicos.

El hecho de que se estén cerrando páginas culturales no significa que el público haya perdido interés en el tema, sino que la forma cómo se aborda, lo que se llama lo cultural, resulta poco atractivo para el público. Y una de las razones es que en el periodismo cultural hay mucho fariseísmo. Hay una insinceridad. Te pongo como ejemplo el de las reseñas de los libros. Realmente, un lector que tenga interés de conocer si determinada novela o determinado libro es bueno o vale la pena leerlo, no se puede guiar de las reseñas porque normalmente las escribe una persona que conoce muy poco el libro; que, en la mayoría de los casos, ni siquiera lo ha leído; y que, por lo tanto, da una opinión muy utópica sobre eso. En El Malpensante hemos tratado de revertir ese estado de las cosas hasta donde es posible. Entonces, después de 15 años, la gente sabe que puede estar de acuerdo con nosotros o no, pero sabe que la gente está opinando con franqueza, que se está haciendo artículos en los cuales hay un punto de vista informado y que opina sin pelos en la lengua.

Nosotros tenemos una revista literaria que publica, por lo tanto, materiales que tienen que ver con la literatura: cuentos, ensayos, reseñas de libros, reseñas de cine, etc. Pero frecuentemente nosotros también hacemos incursiones en muchos otros campos que no se consideran como campo de la literatura. Es un espíritu de exploración. A menos como yo lo pienso, una revista no solo puede ocuparse de la literatura. En ese sentido yo te diría que sí, que cualquier cosa podría ser objeto de nuestra curiosidad. Finalmente, más que como una zona temática, yo diría que nos define eso: la curiosidad. Y esa curiosidad nos lleva a terrenos inexplorados, por eso en la revista hemos publicado artículos sobre culinaria, cuestiones de análisis geopolítico y una larguísima lista que yo me acabaría la noche enumerándote.

El trabajo de la edición

Suelo citar esa frase que dice que "un editor es un maquillador de muertos". Bueno, yo empecé así, editando muchísimo los textos; a menudo reescribiéndolos completamente. Pegado a ese tipo de doctrina, de intervenir muchísimo en los textos, de cambiarlos bastante. Pero con el pasar del tiempo, llegué a entender que eso a veces uniforma, para mi gusto, de una manera no apropiada la voz de una revista. Otra de las metáforas que yo empleo para definir la revista es que me gustaría que cuando la gente está revisando el índice, sintiera como si estuviera pasando el dial. Entonces está pasando muchas emisoras, muchos tipos diferentes de música. Me interesaría que en esta revista que yo hago hubiera voces, puntos de vista, enfoques claramente diferenciados. Cuando uno edita tanto, fatalmente tiende a acomodar los textos a las cosas que uno piensa sobre el periodismo o sobre la literatura. Eso es un peligro muy latente, que yo lamento mucho, pero veo muchísimo en las revistas anglosajonas. Seguimos editando, pero en algún momento yo me detengo. Me detengo simplemente porque me doy cuenta que, con algunos autores, si uno edita demasiado con ellos, arruina el texto. Entonces yo prefiero eso que llamo la imperfección dinámica a algo que probablemente esté mejor construido, tenga una estructura más nítida, pero cuya vibración vital es menor. Yo soy muy consciente de que hay textos que publicamos en la revista que se pudieron haber mejorado bastante. Pero también es cierto que si nosotros hubiéramos avanzado, hubiera sentido como si estuviera maquillando un cadáver, que se ve lozano y todo, pero está así. Y es lo que yo no quiero que se vea en los textos de nuestra revista.

Rescatando la ilustración

En El Malpensante, casi desde sus comienzos se empezó a insistir mucho con la ilustración, y hoy en día es una especie de marca-estilo de la revista. Todo el tiempo estamos probando con varios ilustradores. Diría que ahora se ha convertido como una especie de escuela para gente que está empezando, que hace sus primeras artes en la revista y ha sido muy constante que se proyecten en otros medios. Lo que quería resaltar era que, en Colombia, en los años 50 y 60 hubo una gran tradición entre los ilustradores. En la prensa, en las revistas aparecían bastantes las ilustraciones. Cuando se popularizó la fotografía, pasó un fenómeno muy curioso y es que la ilustración -haciendo la excepción de la caricatura- desapareció casi por completo. El resultado de eso es que son como 25 o 30 años de que en Colombia es muy extraño publicar una ilustración. Ese espíritu de contradicción que buscamos en los textos, también lo hemos llevado a la parte gráfica. Por esa razón, hemos venido publicando muchísima ilustración desde el comienzo. Yo haría énfasis en que, a menudo, el diseño se considera como amueblamiento, diseño de interiores, poner algunas cosas por sentido cosmético. Yo considero que la ilustración es parte de la información, por eso discutimos mucho con los ilustradores qué es lo que queremos lograr con eso. Porque además que imágenes que idealmente deberían ser hermosas, también deberían ser informativas.

Lo que se viene

Como todas las publicaciones, estamos en una encrucijada que es si seguimos persistiendo en el formato de papel o lanzarnos definitivamente a la web. En este momento estamos funcionando de una manera anfibia. La revista sigue saliendo de papel 11 veces al año, y, mientras tanto, tenemos una página web que cada vez estamos mejorando mucho. Por lo pronto te diría que eso significa que vamos a hacer dos revistas. Porque es un error pensar que lo que está en la web debe ser un espejo de lo que está en papel. En realidad, la revista en la web empieza a tener una vida propia. Y eso lo pensamos hasta el punto que ya tenemos una editora que se está ocupando en eso. Y estamos haciendo cuestiones que planificamos con mucho cuidado de nuestra intervención en redes sociales y su desarrollo posterior. Lo que viene es que habrá artículos hechos especialmente para la página web, habrá un blog que empieza a funcionar dentro de un mes, el que ya hemos venido haciendo internamente para ver cómo funciona.  En ese blog habrá mucha cuestión de coyuntura, que normalmente no aparece. Yo intento ser un poco escéptico y no pronunciarme mucho al respecto porque nadie sabe cómo irá este asunto. Supongo que conforme van las cosas, lo iremos descubriendo.

Como en muchos países latinoamericanos, en Colombia sigue existiendo mucho fanatismo. El Malpensante es una revista que intenta mostrarte la complejidad en muchas cuestiones. En ese sentido, si El Malpensante contribuyera a que sus lectores tuvieran una cabeza menos cuadrada, yo me daría por satisfecho.

El Malpensante empezó con un director que se llama Andrés Hoyos, que sigue siendo el principal accionista de la revista, pero hoy en día él ya no está dentro de la revista, sino que es una especie de asesor espiritual. Ahora yo estoy enfrente. Yo tampoco pienso eternizarme porque sí sé, lo he visto siempre, que en el trabajo editorial hay un momento donde uno pierde la perspectiva. Entonces, yo espero que alguno de los chicos que están hoy con nosotros asuma después la bandera. Y él hará su Malpensante. Y llevará su Malpensante hasta la dirección donde a él le apetezca o que le parezca correcto. Entonces yo llegaré hasta algún punto en ese espíritu de tratar que la gente entienda que los problemas son complejos, que no tienen soluciones fáciles, eso que te describía como no formar una cabeza cuadrada. Me gustaría que la revista sea reconocida por eso. Que intento aclimatar ese espíritu dentro de la cultura también.»

miércoles, 17 de agosto de 2011

Barajando las cartas

Entrevista a Alexis Iparraguirre (Foto: Alberto Nicho)

Alexis Iparraguirre (Lima, 1974), ganador del Premio Nacional PUCP de narrativa del 2004 con el libro de cuentos El inventario de las naves, es una de las voces más notables de esta última generación de narradores. En esta entrevista, el escritor nos comenta algunos detalles poco conocidos acerca de la gestación de este libro y sobre su próximo paradero.

-¿Qué tanto le afecta a un escritor la escasez de lectores en su propio país?
Un público lector poco o nada exigente representa la muerte de la formación de un escritor. En algunos casos, hace débil la formación de un tipo de escritor, que es el escritor que propone originalidad, novedad, densidad o rigor en lo que escribe. Es decir, para un público lector malo lo que vas a tener a largo plazo son también malos escritores. Según mi punto de vista, por lo menos en el Perú, el primer problema es el debilitamiento del sistema educativo nacional en todos sus niveles y aspectos, y, segundo, es el de la débil formación de escritores en un ambiente de este tipo. Entonces, encontrar a buenos lectores –que los hay en el Perú– es como encontrar una pepita de oro en un montón de arena de río.

-Cuéntanos un poco sobre la tercera edición de El inventario de las naves.
El objetivo principal era hacer una edición que pudiese ser adquirida por un público que no consiguió la de los Cuadernos Esenciales, que es la colección estrella de la editorial Estruendomudo. A parte de esto, la idea que yo tenía era la de hacer (nunca me salió y creo que me voy a ir del Perú sin que salga) un glosario del Inventario como si fuese un libro objeto. Cada texto iba a ser la espalda o la contracara de una carta del tarot y este glosario iba a formar un mazo de cartas. Entonces, el planteamiento era que este mazo de cartas del tarot, que es también uno de los temas del libro, pudiera ser una prolongación de las historias bajo la premisa de que –en realidad, es un concepto de Ítalo Calvino, no es mío– las historias solamente son una serie de tópicos que se mezclan al azar y que nosotros leemos en ellas lo que queremos leer. Este libro objeto jamás llegó a plasmarse. Es un pendiente.

-¿Cuánto demoraste en escribir El inventario de las naves?
Empecé el Inventario el 92 o el 93 y lo habré terminado unas cuatro o cinco semanas antes de que venciese el plazo para entregar los textos al Premio Nacional PUCP. Cuando convocaron al premio, el 2003, yo tenía seis cuentos acabados y me faltaba el cuento que da título al libro, el que yo consideraba el más difícil, aunque ya tenía una primera parte escrita dos años antes. Ese cuento lo habré conversado con algunas personas durante aproximadamente seis o siete años y finalmente lo escribí; incluso necesité valor para poder escribirlo pues no me decidía a llegar al final. Un día, aprovechando que todo el mundo en mi casa estaba alegre, me preparé una jarra de pisco sour y como ya sabía todo lo que tenía que escribir, solamente que era demasiado cobarde como para afrontar con valentía ese momento cien por ciento consciente, iba tomando la jarra mientras iba escribiendo y así llegué al final.

-¿En qué momento surgió la idea de hacer un libro orgánico?
Con el segundo cuento: “Proximidad del huracán”. Yo estaba en Piura en esa época, en pleno fenómeno de El Niño del año 98. Recuerdo muy bien la imagen que me provocaba Piura: una ciudad una y otra vez azotada por las crecientes y por las lluvias, todos los días rogando porque el rio Piura no se salga. Recuerdo también a estos ancianos del lugar, imbatibles e inamovibles, que todos los días sacaban el agua y barrían en la puerta de su casa como si fuera una fatalidad bíblica. Entonces, en mi cuarto de pensionista, solo, con el lapicero en la mano y un block Loro de esos antiguos, escribí el cuento. Ese texto fue el que presenté a los Juegos Florales de la PUCP cuando volví a Lima. Me dije “es ahora o nunca”. Lo presenté y ganó. Con eso, aún más incentivado, continué con el resto del libro.

(Foto: Alberto Nicho)
-¿Cuál es el efecto narrativo que le quisiste dar al libro con esas ilustraciones al inicio de cada cuento?
En la Edad Media, la idea del Apocalipsis, curiosamente, coincide con el auge de un tipo de artesanía que ahora sería inconcebible con la imprenta. Me refiero a este tipo de ilustración al inicio de cada texto, como en La Biblia, que se le denomina “iluminación”. La mayoría de esas ilustraciones que están al comienzo de cada cuento son iluminaciones del Apocalipsis; hay de un apocalipsis alemán y otro italiano, y son ilustraciones que de alguna manera contienen una metáfora del cuento al que preceden. Muchas de estas ilustraciones las recolecté de enciclopedias y otras las encontré en Internet.

-¿Cuál es tu interés en el tarot?
Hay un interés meramente estético que se resume en la admiración por Ítalo Calvino. Hay un libro de él que es excelente, se llama El castillo de los destinos cruzados. Allí aborda la lectura en clave semiótica del tarot. Es decir, si el mundo es un discurso, como pensaban los expertos en semiótica, y está articulado por una serie de signos que se mezclan siguiendo reglas más o menos aleatorias, entonces el tarot es una buena expresión de cómo funcionan los discursos del mundo porque cuando lees el destino de una persona lo que haces es barajar las cartas, tirarlas al azar, formar series de signos aleatorios y leer historias. Entonces, ¿qué es el mundo?: es el castillo de los destinos cruzados. Es un libro lindísimo porque todo está ilustrado con cartas del tarot. La idea me pareció tan desequilibrante –además, hay unos cuentos excelentes porque son los cuentos que resultan de leer las cartas del tarot– que decidí, modestamente, interpretar solamente una carta: “La luna”. Calvino se las interpreta todas, juega con ellas, las baraja. Él ha ido más hacia la sintaxis de las cartas, yo quise ir solamente hacia la fonología de una de ellas.

-¿Cómo conciliabas el trabajo de escritor con el de burócrata en la PUCP? ¿Cuál ha sido tu método de escritura hasta el momento?
En eso cito a un amigo, Julio Meza: “Yo he podido escribir gracias a la generosidad de mis jefes, que miraban en otra dirección”. Justamente cuando estaba más tenso en el trabajo me ponía a escribir o corregir lo que tenía escrito. Sobre el método, pienso que cada quien encuentra el suyo propio. Encontrar el método no es imponerse unas reglas. Hay algunos a quienes les funciona trabajar con reglas y, si es así, magnífico.

-En una entrevista disertabas sobre cómo la cultura pop ha influenciado mucho a los escritores actuales. ¿Crees que todos los narradores de hoy están influenciados por la cultura pop?
El pop es un parásito, es flora intestinal –para ponerlo en términos no denigrativos– con el cual se vive, se dialoga, se combate, ya sea como reflejo o como espada. El pop bate muchos duelos, ya sea como aceptación, como lugar desde donde escribir y lugar contra el cual escribir, incluso. Son inevitables las manifestaciones de la cultura de masas y sus tópicos, y es interesante ver cómo la propia cultura de masas ha adoptado a la alta cultura como parte de su propio discurso. Por ejemplo, ahora van a pasar un mito popular peruano en la televisión que es el de La Perricholi. Pero, ¿cuál es el esquema que sigue esta telellorona para peruanos y de peruanos con “proyección internacional”, como dicen ellos?: El conde de Montecristo (risas). Entonces vemos cómo la cultura popular reprocesa la alta cultura de muchas maneras.

-Cuéntame un poco sobre tu viaje. El 20 de agosto partes a Estados Unidos.
Claro. Lo que pasa es que postulé a una beca de escritura creativa en español en la Universidad de Nueva York. De alguna manera, también es un sabático de mis obligaciones académicas. Ya no podía un ciclo más, honestamente. No podía un ciclo más sin escribir, sin dedicarme a mis obsesiones personales. Entonces, la alternativa era postular a un posgrado y habían dos opciones: hacer el doctorado, que es una opción meramente académica, o hacer esta maestría en escritura creativa, que era volver a un compromiso que había abandonado, y, a pesar de que económica e intelectualmente me convendría más el doctorado, preferí la maestría en escritura creativa y en Nueva York, además. Y me es importante Nueva York porque el contacto con la cosmópolis, con estas megaciudades, es una experiencia que un peruano generalmente no tiene. Es decir, no hay ninguna megaciudad en el Perú; lo hay en la India, en Emiratos Árabes Unidos o en Taiwán, por ejemplo. Esa gente tiene un contacto con las megápolis. Nosotros no lo tenemos y siento que es una experiencia que la aspiración por una literatura ambiciosa debe poseer.  

-¿Te consideras un escritor encasillado en algún género en particular? Te lo pregunto porque muchas veces te nombran dentro del circuito de ciencia ficción.
No. Lo que pasa es que me gusta mucho la ciencia ficción. Es decir, una de las cosas que me gustaría es que la ciencia ficción no sea considerada un género menor o despreciable o cosas de niños o que solamente leen adultos tarados. Por ejemplo, tú lees Dune de Frank Herbert, la saga de la Fundación de Asimov, o La tierra multicolor de Julian May y no estás para nada ante libros pequeños.

-Finalmente, ¿cuánto tiempo estarás ausente del país?
En principio, dos años, pero lo que yo quisiera hacer es, luego de terminar la maestría, postular a un doctorado allá, porque ahí sí  me tengo que poner mucho más realista. Mi regreso al Perú, eventualmente, será para un puesto académico porque yo considero irreal vivir en el Perú de escritor, salvo que tenga ciertas condiciones mediáticas muy particulares. Un amigo decía –una vez más Julio Meza con su ironía– que había que acostarse con Bayly o matar a tu madre para ser escritor y que puedas vivir de tus libros en el Perú (risas). Sin embargo, antes de partir, mi primer impulso en estos momentos es la nostalgia. Deseo terminar lo que tengo que hacer en Estados Unidos y volver. Yo creo que, en el momento en que he elegido irme, el afecto por la querencia es muy grande; aquí tengo a mis padres, a la mayoría de mis amigos, tengo, ¿cuántos?, decenas de miles de alumnos tal vez. Esta es mi casa, pero quien sabe qué pase cuando esté allá.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Taller de cine con Lars von Trier

En 1967, el danés Jorgen Leth estrenó el cortometraje intitulado "The perfect human", en donde se ve a un hombre y una mujer realizando actividades tan domésticas como quitarse una media o ingerir los alimentos, mientras una voz en off describe su rutina.


Resulta que a Lars von Trier siempre le fascinó este "corto" (lo ha visto más de 20 veces) y, muchos años después, le propone a Leth hacer cinco remakes de aquél bajo cinco premisas, es decir, cinco obstáculos o reglas a seguir. De esta descabellada idea nace el documental "Las cinco obstrucciones".

¿De qué trata esta puesta en escena de nuestro amigo Lars? Conociendo muy bien el afán de perfección de Leth, Lars von Trier le propone realizar el mismo "corto" pero bajo ciertas condiciones, cinco en total. Por ejemplo, que tendrá que ser filmado en Cuba y sin escenario, o que lo haga utilizando caricaturas, etcétera. El resultado de este campo de experimentación cinematográfica resulta demasiado estimulante; es más que recomendable para los futuros cineastas.

El documental alcanza unos picos muy altos de belleza, sobre todo al final, donde es casi imposible verse expuesto -hablo de mi caso particular- a unos enormes segundos de catarsis. El misterio de la perfección creadora, la del artista, busca ser bloqueada con cada osbtrucción de Lars, ¿para qué? Pues para demostrar que es también necesario perder el miedo a realizar un fiasco, lo cual otorga inevitablemente altas dosis de libertad. Y así, el hombre perfecto se libera del estigma de tener que serlo a cada instante.

(Imagen: GastroPorn)

jueves, 4 de agosto de 2011

Lo que compré en la FIL

Mi presupuesto era poco, pero apenas llegué a la Feria Internacional del Libro de Lima me topé con la famosa novela de Thomas Pynchon y tuve que rendirme. 

Cosas para olvidar: la programación (muy triste, con decir que Luis Corbacho inauguró el evento), el local (un laberinto borgiano, podías pasarte horas de horas buscando un stand), las ofertas (salvo Océano, al que el faltó poco para regalar sus libros, Crisol, La Familia o Editorial Planeta dieron un descuento más que irrisorio. Mis respetos para Íbero, que al final nos hizo la navidad con un 25%), y la entrada (le subieron de precio nuevamente, pero no contaban con mi ingenio ;) ).

Cosas para recordar: los amigos (era la primera vez que iba con tantos apasionados lectores. Compramos compulsivamente y el último día de la fería no dejamos piedra sobre piedra) y algunas ofertas (había libros que se tenían que comprar sí o sí pues su precio era una ganga).


 Al final, compré:

1.- El arco Iris de Gravedad (Thomas Pynchon). Por ahora no es prioridad. Lo guardaré.
2.-Veinte mil leguas de viaje submarino (Julio Verne).
3.- Escuela de Robinsones (Julio Verne).
4.- Vida y destino (Vasili Grossman). Tremendo ladrillo.
5.- El resplandor (Stephen King). La quiero leer hace cuatro años.
6.- Franny y Zooey (Salinger).
7.- Nueve cuentos (Salinger). Estoy en toda la onda de Salinger.
8.- Cinco Semanas en globo (Julio Verne).
9.- París en el siglo XX (Julio Verne). ¿Les dije que me gusta Verne?
10.- Cuentos (Hemingway).
11.- El jardín de la doncella (Carlos Rengifo).
12.- La mujer respetuosa / A puerta cerrada (Sartre).
13.- Alta fidelidad (Nick Hornby).
14.- El núcleo del disturbio (Samanta Schweblin). Me dijeron que era tan poderoso como "Pájaros en la boca".
15.- Pálido fuego (Vladimir Nabokov). Ya es hora de leerlo.
16.- La vuelta al mundo en ochenta días (adivinen de quién).
17.- Don Juan Tenorio (José Zorrilla).
18.- Caronte (Eduardo Leyton). Me lo obsequiaron. :)
19.- Prosas apátridas (Julio Ramón Ribeyro). Actualmente leyendo. Una delicia. Filosofía pura.