domingo, 26 de octubre de 2014

El fantasma nostálgico


Hay una cosa que cualquier narrador peruano sabe: para escribir una novela sobre la guerra interna hay haber leído el informe final de la CVR. Pero de ahí a que te salga un buen libro es otra historia.

El fantasma nostálgico, de Carlos Calderón Fajardo, aborda la guerra interna. O sea, otra novela más sobre el mismo tema. 

Todos quieren contar cómo los afectaron los años de la violencia. Okay. Es válido. Yo quiero contar cómo me afecta que mi vecino escuche Radio Felicidad cuando llego del trabajo y me dispongo a leer, y también es válido. Todo es válido en literatura, señores, y es ahí donde reside la trampa.

¿Pues cómo contar un tema tan manido de manera que parezca original? ¿Privilegiar la trama o el lenguaje? ¿Omnisciente o primera persona? ¿Boleta o factura? Son muchas preguntas como para romperse la cabeza. No sé, digo yo, pero a mí los libros no me atraen por sus temas. Jamás me pongo a leer los textos de contratapa con esos blurbs de mierda tipo: «La mejor novela sobre el nazismo. Y punto». Etcétera. El tema es lo de menos si no se sabe mentir bien. O mentir con claridad. Y si la guerra interna la van a contar Las Tortugas Ninja o unos fantasmas, insisto, me da igual.

Yo a esta novela la he notado muy fragmentaria. Repito: yo. A mí me ha parecido así. Una novela muy correctita. Muy de «quedar bien con el lector». Tal vez sea por su atmósfera onírica, su falso lirismo o qué sé yo. A mí me crispa los nervios cuando no se me está contando nada. Cuando la historia camina en círculos queriéndose morder la cola.

Este libro quedó finalista del premio Tusquets de Novela hace ocho años, si mis conocimientos de astronomía no me fallan. Otra hubiera sido la histora de Calderón Fajardo.

La novela, les decía.

Fragmentaria, difusa, abrupta. Cuando es inteligible nos topamos con frasecitas profundas a lo Coelho: «Solo podemos aproximarnos a lo que deseamos olvidar» (11). Uno no sabe al final cuántas estrellitas ponerle en el Goodreads. Creo que el mismo lenguaje de la novela trata de ser fantasmal, inaprensible. Pero es un fantasma al que se le notan las costuras. Pienso que, luego de no ganar el Tusquets, tal vez recibió excesivas correcciones a lo largo de todos estos años (y eso que encontré demasiadas erratas como para pensar que no le pagaron al corrector de estilo). 

Julian Barnes afirmó alguna vez que cuando uno corrije demasiado un texto puede llegar a echarlo a perder.

Algo así.

CALDERÓN FAJARDO, Carlos. El fantasma nostálgico. Lima: Animal de invierno, 2013.

domingo, 19 de octubre de 2014

Patricio Pron sobre Roberto Bolaño

Imagen tomada de esta web.

Cuando la flojera me domina (es decir, casi siempre), lo que suelo hacer es un copy and paste de algún texto interesante que he encontrando durante la semana. Cuelgo tan solo un extracto: una respuesta inteligente en una entrevista a un escritor equis, un razonamiento grandioso en tal artículo, alguna parte memorable de determinada novela. Y así.

Ahora me he topado con un ensayo genial de Patricio Pron sobre Roberto Bolaño (aunque la temática del ensayo se expande y abarca también otros asuntos muy atractivos). Este ensayo, decía, me ha parecido tan formidable que lo pegaría por completo en este post. Pero la flojera me domina. Aquí, un extracto:

Voy a comenzar con la siguiente afirmación, que quizás debiésemos discutir posteriormente: un escritor es principalmente un lector, si acaso uno que se caracteriza por constituirse en la pieza central de un mecanismo en el marco del cual la lectura (a menudo percibida erróneamente por algunos como una actividad pasiva) estimularía la escritura, y esta, a su vez (y no en menor medida) incitaría a la lectura. Vayamos más allá, por fin, de las historias que cuentan los escritores sobre sí mismos. Incluso los más vitalistas (aquellos que, obligados prescriptivamente a escoger entre la literatura y la vida, hubiesen escogido la vida, como si la literatura fuese un paréntesis en ella y no lo que es para muchos de nosotros: lo más valioso, lo más interesante de la vida) han sido magníficos lectores, y uno podría trazar una historia alternativa de la literatura que narrase lo que esos autores, que supuestamente no leyeron, leyeron efectivamente: una historia de cómo Charles Bukowski leyó (y muy bien) la tradición libertaria norteamericana y en particular a John Fante y a Henry Miller, así como a los beats, y cómo estos últimos leyeron deliberada y muy acertadamente la poesía modernista, así como a autores como Ernest Hemingway, y cómo éste leyó a Conrad Aiken y a John Steinbeck y a John Dos Passos mientras presumía de estar ocupado cazando elefantes, emborrachándose o perdiendo el tiempo de cualquier otra manera. Que todos los creadores son, en primer lugar, ávidos conocedores de la tradición en la que se inscriben se pone de manifiesto también en otras disciplinas, y aquí parece pertinente recordar lo que Bono (el insufrible y muy filantrópico Bono) dijo acerca del arte de escribir canciones y de Bob Dylan: «El mejor compositor es el que tiene la discoteca más grande, y nadie tiene una discoteca más grande que la de Bob». (Bob Dylan le devolvió la cortesía en una ocasión, por cierto. Bono le había dicho: «Bob, tus canciones vivirán por siempre», y Dylan le respondió: «Las tuyas también, Bono, pero ¿quién va a poder cantarlas?».)

Fuente: Revista Dossier.

lunes, 13 de octubre de 2014

El día que Nietzsche lloró


Mi editor, Schmeitzner, de Chemnitz, se equivocó de profesión. Debería haberse dedicado a la diplomacia internacional o al espionaje. Es un genio de la intriga y mis libros son su gran secreto. En ocho años no ha gastado ni un céntimo en publicidad. No ha enviado ni un solo ejemplar a la crítica ni a las librerías. De modo que no encontrará mis libros en ninguna librería de Viena. Ni en casa de ningún vienés. Se han vendido tan pocos que conozco el nombre de casi todos los compradores y no recuerdo que entre mis lectores haya ningún vienés. Por lo tanto, debe ponerse en contacto directo con mi editor. Aquí tiene la dirección. –Nietzsche abrió el maletín, escribió unas líneas en un pedazo de papel y entregó éste a Breuer–. Si bien yo podría escribirle en su lugar, preferiría, si no le importa, que él recibiera una carta directamente de usted. Tal vez un pedido de un eminente hombre de ciencia lo induzca a revelar la existencia de mis libros a otras personas.

YALOM, IRVIN D. El día que Nietzsche lloró. Barcelona: Booket, 2008. 

lunes, 6 de octubre de 2014

Sabático


A veces me pregunto si las novelas posmodernas merecen una reseña posmoderna, es decir, un reseña que hable poco o nada de la novela y que más bien se pierda en datos irrelevantes como el número de caracteres de la que está compuesta o cuántos arbolitos murieron para que la publicaran.

Pero no, acá no vamos a inaugurar ninguna nueva modalidad de hacer reseñas. La posmodernidad es flojera y nosotros nos vamos a tomar el trabajo de hablar de Sabático.

Sí, otra vez John Barth. Aunque es la primera vez que lo menciono en mi blog, lo de otra vez es porque todo el mundo habla de Barth y Barth. Barth por aquí, Barth por allá. Todos han leído Barth y de tanto pronunciar su apellido parece que ladran (¡Barth! ¡Barth!).

Sabático.

¿De qué va?

Se trata de un viaje. El 99% de la novela los dos protagonistas se la pasan en un yate. Suse y Fenn. Una joven profesora de literatura inglesa y un tardío aspirante a escritor.

Bueno, ambos disfrutan de su año «sabático», que no es otra cosa que pasar un año leyendo a Sabato.

Bromeo. Es un año sabático que usan para replantear su relación y el futuro de sus carreras. Y, sobre todo, la importante decisión de tener o no tener hijos.

Con letra apretada y poco margen, la novela tiene unas 322 páginas que bien hubieran podido ser unas 500 en otra edición con mayor presupuesto. Y digamos que Barth se gasta las tres cuartas partes de la novela en hablar exclusivamente de yates, tempestades, puertos, más yates, rutas marítimas y un monstruo marino que emerge en alguna parte del libro. Lo demás es bastante delicioso. La narración en segunda persona del plural que muda a primera del singular y viceversa, los diálogos desprovistos de rayas y donde un omnisciente interviene sin que nadie lo note (de verdad, amo esos diálogos), las historias dentro de otras historias y más. 

Es decir, literatura posmoderna.

(Los personajes saben que están siendo leídos y, por tal motivo, se ponen a discutir sobre cuál sería la mejor técnica literaria para contar su historia. En una parte de la novela ambos se sienten cansados y deciden dormir para pasar al siguiente capítulo con energías renovadas.)

Valgan las enormes diferencias, por momentos tenía la impresión de estar leyendo Tantas veces Pedro (Alfredo Bryce Echenique, ¿escritor posmoderno?). Este ritmo disoluto que tienen los personajes y la novela misma en sí. Como si, pese a estar en un yate, no tuvieran movimiento alguno. Una suerte de estancamiento. Barth.

Pero a los posmodernillos les va a encantar. Es decir, a los que devoran todo Gaddis, todo Pynchon, todo Barthelme, todo, todo (especialmente a los davidfosterwallacianos).

Dato extra: en su traducción al español, la novela tiene ciento ochenta y cuatro mil doscientos cincuenta y cuatro caracteres y murieron mil doscientos noventa y seis arbolitos para su publicación.

BARTH, John. Sabático. Barcelona: Montesinos, 1988.