jueves, 19 de septiembre de 2019

¿Aún crees en Dios?

No es habitual que en nuestra cartelera se exhiban películas buenas o muy buenas y, además, europeas. Hace poco se estrenó una cinta franco-belga que resulta genial y cruda al mismo tiempo y que yo juzgo imperdible (ganó el Gran Premio del Jurado en la Berlinale de este año). Es de François Ozon (guion y dirección) y se titula Grâce à Dieu (que aquí en Latinoamérica han tenido a bien traducir literalmente Gracias a Dios). En fin, que es una peli con muchos diálogos y extensa documentación y gran fotografía y que va del Caso Barbarin, el cardenal que jamás denunció a Bernard Preynat, un cura que, entre las décadas de 1970 y 1990, abusó sexualmente de más de 70 niños que tenía a su cargo. Una peli, ya digo, durísima porque desde los primeros minutos la voz en off de Alexandre Guérin nos dice: «Seré directo: durante casi dos años, en los scouts, entre mis 9 y 12 años, sufrí repetidos tocamientos por parte del padre Bernard Preynat». Ozon es inteligente y atinado para abordar un tema tan espinoso. La historia, como estructura, es un tríptico en el que el espectador se va introduciendo en la vida adulta de tres hombres que sufrieron los abusos de Preynat. Así, junto a Alexandre, se nos muestran a François Debord y Emmanuel Thomassin (interpretado de manera formidable por Swann Arlaud). A partir de su relato somos testigos no solo de las marcas presentes que el cura pedófilo dejó en ellos, sino también de la manera particular que cada uno tuvo para abrir esa pieza oscura que es el pasado. Y he dicho inteligencia, refiriéndome a Ozon, porque la película jamás grafica lo ocurrido, pero hace que los personajes lo digan con gran detalle. El director apenas sugiere esa infancia atormentada revelando algunos flashbacks. Esto basta para perturbar al espectador (sin tomar en cuenta que todo lo que se cuenta aquí es real, y el hecho de saberlo, por lo menos a mí, me generó tristeza y escalofríos). Ozon nos hace visitar el dolor de las víctimas junto con ellas. Y mientras la película va ahondando en la construcción de los testimonios y la manera en que las jerarquías eclesiásticas hacían como que nada pasaba, el espectador ya tiene el estómago revuelto. Otro gran acierto del filme es mostrar las consecuencias íntimas de las denuncias contra Preynat. Los personajes cuestionan no solo el sistema católico, sino a su propio entorno familiar y, finalmente, a su fe misma. No en vano, al final de la cinta, uno de los hijos de Alexandre le hace a su padre una pregunta decisiva y que nos hace reflexionar sobre qué es lo que queda luego de una vida que ha sido reconstruida pese al sufrimiento.

jueves, 12 de septiembre de 2019

Escritor se salva de ser quemado muerto


Hoy me estreno (otra vez) como columnista (y en versión entintada, qué gusto). Y ya me encantaría hablarles de cosas tan fundamentales y que me apasionan tanto, como el fútbol y la moda, pero tengo que defraudarlos porque lo que nos concierne aquí (nuestro tema) son artefactos démodés y que quizá ya solo interesan a un puñado de gentes de bien. O sea, vengo a hablarles de libros. (También de películas y series y lo que se tercie. En resumen, la cultura. Ese vicio solitario, como dijo Gide). Y yo, que me disponía a llenar el folio, tenía que ponerme en forma y, para tal efecto, busqué cualquier columna de Francisco Umbral, cuya lectura es una manera eficaz de entrar en calor para escribir columnas. Y, como decía, me disponía y entonces busqué en internet la web de su fundación (Fundación Francisco Umbral, a secas; allí está el archivo de sus colaboraciones en prensa) y la página andaba caída y me dije qué raro. Y así, por cosas del azar, me topé con una noticia del año pasado. El asunto es más o menos este: en 2017, Umbral cumplía diez años desde que abandonó la existencia, y Planeta, la editorial que posee sus derechos de autor, tuvo la precavida o insana decisión de no publicar ningún libro suyo ese año porque no vende. Ya antes, a través del sello Austral, habían reeditado un puñado de sus libros y yo tenía la esperanza de que pudieran reeditar su obra completa (alrededor de 130 libros, sin contar con lo que pudo haber guardado en el cajón y que, en el caso de otros autores, son verdaderos tesoros: la lista del mercado, recetas de cocina, garabatos; lo que hacen con Bolaño, es decir). Pero no. La editorial de marras tuvo una mejor o peor idea: quemar sus libros. (En España no se andan con medias tintas. Aquí lo que no vende se remata en Crisol). Y allí acudió la Fundación para rescatar los libros que, según leí, ya solo se obsequian en algunos eventos. Este acto neroniano de incendiar un trozo del mundo se me antoja terrible. Que Umbral no venda me parece espantoso (Juan Bonilla me dijo, a manera de vaticinio, que Umbral iba a revalorizarse, pero esa predicción la hizo hace muchos años, cuando sus libros parecían generar interés). Umbral, el escritor prolífico que publicaba hasta cuatro libros por año y escribía una columna diaria, ahora es casi un don nadie (Víctor Hurtado Oviedo lo definió como un «Sansón literario atado a columnas de periódicos»). Hoy en España solamente lo publica Renacimiento. Volvió a morirse don Paco hace unas semanas y nadie se enteró. En fin. Una desgracia.