jueves, 21 de mayo de 2020

Alegría


Lo conocí muy poco —con lo poco que se puede conocer a alguien en las salas de espera de los aeropuertos, durante los vuelos o en las sobremesas—. En realidad, creo que lo conocí un poco más de lo que imaginaba.

El día en que nos reunieron a los ganadores del premio, se le veía muy contento. Feliz. Pero con esa felicidad natural del alma que es independiente de la suerte que le toca a uno, de tal manera que podría habérmelo cruzado bajo otra circunstancia y lo hubiera visto o percibido igual de feliz. En el breve tiempo libre que tuvimos durante la sesión de fotos de los ganadores, conversamos sobre el poder. Su libro —aún inédito en ese entonces— tocaba ese tema, y yo, que lo he estudiado aunque desde otra perspectiva, estaba particularmente interesado.

Más tarde, cuando nos encontrábamos haciendo las primeras presentaciones de los libros ganadores, me dijo que presentar un libro ante un auditorio y hablar de él le parecía la cosa más extraña del mundo. Quizá un acto absurdo. Es como hablar de una película sin que el resto la haya visto, me dijo. Y agregó que los libros deberían presentarse quizá luego de un año de impresos y distribuidos, cuando ya han conversado con la sociedad, cuando ya se puede hablar de ellos con un mínimo de conocimiento.

En las sobremesas que compartimos lucía como un tipo alegre. Feliz. Y acompañaba su felicidad con una botellita de cerveza. Solo una. Y nos decía —porque hablaba para todos los que estábamos en la mesa— que en Alemania, donde vivió, muchos tenían un problema con la bebida, a tal punto que esos muchos se veían obligados a beber cerveza sin alcohol. Pero esas eran anécdotas intrascendentes. Estuvo en Alemania cuando cayó el muro de Berlín.

Alguna vez, en un taxi, y debido a un tema que venía investigando, le pregunté sobre los métodos de tortura que se aplicaron en Latinoamérica. Mencionó, entre otras cosas, el manual KUBARK. Aquí el gesto se le volvió sombrío. Participó en las investigaciones de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Interrogó a altos mandos de la Marina y su labor era pescar las incoherencias en sus relatos, que las había y muchas.

La última vez que conversé con él fue durante un festival. Se le veía muy alegre. Feliz. Con esa felicidad que nos genera el hecho de comprobar que las cosas que deseamos se van cumpliendo.

Ciro Alegría Varona falleció el domingo pasado. Creo que lo admiré más de lo que imaginaba.