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jueves, 9 de enero de 2020

Galeote de la pluma

Yo tenía la creencia de que, días antes de recibir el Premio Nobel de Literatura, el escritor apagaba la computadora o colocaba a un lado la Olivetti o guardaba para siempre las libretas de apuntes. En suma, que colgaba las armas y se despedía un poco del mundo porque allí, en Estocolmo, iban a matarlo con honores (vean la escena con la que inicia El ciudadano ilustre).

(Creencia entendible si asumimos que dicho premio es la coronación última a la que puede acceder el escritor en aquello que se conoce como «carrera literaria». Luego de esto, supongo, la gloria y el abismo).

No obstante, la lectura de la última novela de Mario Vargas Llosa me ha hecho reflexionar sobre la vigencia de un escritor que ha recibido, quizá, todos los premios literarios más importantes del planeta. Un autor incansable y fuera de serie. Un verdadero galeote de la pluma.

Tiempos recios (Alfaguara, 2019) es un libro que se inscribe dentro del subgénero de la ‘novela de dictador’ y cuyo escenario se sitúa en la Guatemala de los años 50, durante los gobiernos de Jacobo Árbenz y Carlos Castillo Armas.

El libro inicia con un desconcertante texto titulado «Antes» y que está escrito con un lenguaje expositivo. Desconcierta porque uno llega a pensar que toda la novela ha de estar construida con una prosa tan gélida como la de ese arranque. Sin embargo, con los capítulos I y II asistimos a un cambio notable.

Es así que, alternando episodios largos junto a otros muy breves (32 en total), Vargas Llosa nos introduce en los dilemas de Árbenz y sus ideas de progreso (que Estados Unidos, a través de la CIA, cortará de raíz) y el ascenso y caída de su sucesor, Carlos Castillo Armas (el misterioso asesinato de este le dará a la historia un aura de poderoso thriller).

Si bien la novela no es tan extensa, nuestro Nobel se las ingenia para concentrar en ella los sucesos más oscuros de Guatemala y especular sobre lo que hubiera pasado si la CIA, con la excusa de una cacería de comunistas, no hubiera aplastado las reformas que trató de implantar Árbenz durante su mandato.

Por otro lado, resulta destacable la construcción de los personajes, pero, sobre todo, la de Marta Borrero Parra, tal vez el más logrado de todos los que desfilan a lo largo de la novela. Su presencia la atraviesa por completo y le sirve a Vargas Llosa para, hacia el final (en un texto titulado «Después»), llevar lo narrado hacia el límite entre realidad y ficción (en este punto hay que detenerse porque Marta existió, aunque su nombre verdadero fue Gloria Bolaños Pons, antigua amante de Castillo Armas).

Vargas Llosa reafirma con Tiempos recios su magisterio sobre el género novelesco y demuestra, a la vez, una tenacidad elogiable en el oficio. Por el momento parece estar lejos de abandonar las ficciones y hay que agradecer que sea así.

jueves, 10 de octubre de 2019

Ley del Libro

Imagen: Andina.

Lo que no se debe pasar por alto nunca es la desinformación. El 11 de septiembre se publicó una nota en un diario importante y en la que se aseguraba que un libro de Mario Vargas Llosa, La llamada de la tribu, costaba 42 dólares aquí en Lima, Perú, planeta Tierra, y, para entreverar un poco más el asunto, se decía en la misma nota que en Argentina el precio del mismo título era más barato, exactamente 26 dólares, y, claro, esto, a ojos de quienes leen con atención las cosas que atañen a los libros, no pasó por alto, a tal punto que algunos se lo hicieron saber al hombre informado que redactó eso que de información tendenciosa tenía mucho, y el implicado dijo, primero, terqueando, que no podía ser, en ningún caso, un error suyo, porque lo que había citado era un informe del Ministerio de Economía y Finanzas (MEF), que es como decir que este ministerio nunca se equivoca y yo solo he citado a la fuente, y esto, en periodismo, es imperdonable, lo de no tomarse el trabajo de verificar la fuente (y citarla bien, ojo) es propio de los aficionados o quizá de los individuos de mala fe, pero el hecho no queda allí, que sería anecdótico y trivial y hasta motivo de burlas, el hecho va más allá porque yo arrojo un dato falso o erróneo y ya no puedo revertir el daño, ya desinformé, y que se jodan los que ahora piensan que un libro de Vargas Llosa puede costar 42 dólares (asunto no menos grave es haber hecho la comparación con la economía Argentina y su desbocado caballo inflacionario), y la cosa peor, no obstante, es que alguien puede creer de verdad que un título como el ya mencionado cuesta tanto, y además, con dolo o sin, ponerlo por escrito (y yo aquí invito al hombre informado a comprar más libros, ya ni siquiera leerlos, porque, como dice Alberto Olmos, «la cultura es comprar cultura»), y en este jaleo el implicado tuvo que ceder ante la pequeña presión que se le hizo por redes y admitir su error (el error fue no mencionar que esos precios del informe del MEF estaban expresados en Purchasing Power Parity), pero el desliz, que quizá ya muchos olvidaron (cuando a mí me encanta hundir el dedo o la mano entera en la llaga), cumplirá un mes en breve, irónicamente el 11 de octubre, día en que vence la Ley del Libro y desaparecen también sus respectivos beneficios tributarios, y Petrozzi, tenor y ministro de Cultura, no ha cantado claro hasta el momento, tan solo ha dicho que «el libro en el Perú no puede quedarse sin exoneraciones», y yo, como cualquier ciudadano interesado en estos asuntos, no me conformo con palabras sino que necesito ver acciones, y hoy, mientras escribo estas líneas, no las he visto, y quizá esta columna quedé desfasada y hoy o mañana estemos celebrando la victoria del libro, o tal vez no.