Alice Munro. Hay quienes la llaman
«la Chéjov canadiense
» (personas con problemas mentales las hay en todo lado). Lo cierto es que si Chéjov estuviera vivo y pudiera leer un solo cuento de esta autora, la mataría sin rodeos. O le daría por el culo y luego la mataría sin rodeos. Sin rodeos, repito, como son los cuentos del genial autor ruso.
A mí me exaspera que un cuento no vaya directamente a donde quiere ir. Que los desvíos por donde el autor quiere conducir la historia duren tantas y tantas páginas. El adorno infinito de algunos relatos. Y los relatos llegan agotados al tramo final. O muchos de ellos perecen a mitad del trayecto. Una cosa muy mala eso de estirar un cuento. Algo propio de sádicos.
Muy sádica la Munro. Cada cuento de este libro bien podría ser una nouvelle. Demás está decir que los suyos son relatos que no llegan nunca al tramo final. La historia (y el lector, qué duda cabe) ya se agotó a mitad del camino.
Y es que la Munro siente una fascinación por enumerar todo en sus textos. Todo. Descripciones de paisajes, de recuerdos, de rostros, de sensaciones, de rostros atravesados por sensaciones, de paisajes difuminados por el recuerdo. Todo entra en los cuentos de Munro, y no todo debería entrar. A la canadiense le gusta recolectar la basura en sus historias. Uno encuentra bodrio concentrado en los peores casos.
Y su mundo parece... perdón, la frase debe afirmar: su mundo es puramente femenino. Un universo plagado de menstruación, histeria, pasiones, hijas adoptadas, bebés perdidos, y todo lo que callamos los hombres que no sabemos nada de mujeres. En esto Munro es una experta. (Creo que es mujer; o venga, vamos a darle una concesión. Lo es.) Munro, decía, te refriega en la cara tu ignorancia sobre el otro sexo.
(Bueno, eso para quienes no conocen del otro sexo.)
Mejor comprensión del universo femenino representado en los textos de la Munro, la tuvo Almodóvar. Ya en
La piel que habito él/la personaje principal, recluido/a en su prisión lujosa lee
Escapada. Este año, en medio del escándalo de los
Panama Papers, Almodóvar estrenó
Julieta. Esta cinta está basada en tres cuentos del libro de marras:
«Destino
»,
«Pronto
» y
«Silencio
».
Vimos a un Almodóvar raro. No había tracas, personajes desesperados, muy desesperados, el encuentro de seres explosivos. No hubo culebrón. Rarísimo en Almodóvar. O, en todo caso, Julieta fue un culebrón discreto y respetable. Almodóvar (y esto pocas veces lo he visto en el cine) supo ceñirse al texto literario. Quizá a eso se debe su contención. Los textos de la Munro ayudaron a que el cineasta español no se desbocara.
No obstante, Almodóvar logró apropiarse de la historia y, sin desvirgarla, insertar finos detalles que permitían asimilar mejor lo que la Munro, con sus santos y eternos rodeos, jamás logró expresar. Las historias de la Munro, contadas por Almodóvar, tenían más vigor y SÍ llegaban al tramo final, fuertes y vitales.
Munro en Almodóvar sabe mejor. Munro sola no conduce a nada.
MUNRO, Alice.
Escapada. Barcelona: RBA, 2009.