Foto: Pablo Prados. |
En 2013 apareció en España Prohibido entrar sin pantalones, novela
de Juan Bonilla (Jerez de la Frontera, 1966) que casi pasó desapercibida por
esos lares. Un año más tarde, y gracias a que el escritor español ganó el
Premio Bienal ‘Mario Vargas Llosa’ aquí en Lima, su libro ha recobrado una
nueva visibilidad. La trama se centra en torno a la figura del poeta futurista
Vladimir Maiakovski, pero también aborda la convulsa Rusia de inicios del siglo
XX. Sobre este y muchos otros temas conversamos con el reconocido autor.
-¿Qué fue lo más
difícil al momento de abordar un personaje tan exuberante y caótico como
Maiakovski?
Encontrar la voz desde la que contarlo, o
mejor dicho, desde la que hacerlo cuento: una voz que se permitiera el lujo de
ser personal y utilizar todo el material que quería utilizar, que no temiera
ser pedagógica (¿por qué ya apenas se escriben novelas en las que se aprenden
cosas?) ni brutal, que fuera poética sin renunciar un ápice a la potencia
narrativa.
-Al indagar en la
vida de este poeta futurista, ¿encontraste similitudes de algún tipo entre
Maiakosvki y tú?
Maiakovski fue un adolescente casi toda su
vida y todos los adolescentes se parecen algo, pertenecen a un país distinto,
así que encontraba similitudes entre él y el adolescente que fui, esa tendencia
al maximalismo, al «esto es una mierda» y «esto es una gloria», ese deseo de no
quedar encallado nunca en la rutina.
-En una columna que Mario Vargas
Llosa le dedica a tu novela, menciona que no le hubiera gustado tratar a
Maiakovski porque asume que en persona debió ser «inaguantable». En tu caso,
¿te hubiera gustado tratar a este poeta futurista? ¿Hubieras congeniado con él?
Vargas Llosa lleva razón, Maiakovski resultaba
inaguantable a menudo. Pero tenía una cosa que a un joven podría hechizar: dado
su narcisismo, le daba igual quién fueras tú, de ahí que lo mismo se llevaba a
su casa a recitarle sus poemas a un chico al que acababa de conocer en el Café,
como alborotaba con sus amigos futuristas para molestar a autores consagrados.
Yo, en la vida real, esos personajes los puedo soportar un rato, hasta donde me
llegue la paciencia, pero creo que solo le hubiera tomado verdadero cariño si
nos hubiéramos conocido de chavales.
-Una de las
cuestiones centrales de la novela es la relación entre el escritor y el poder.
¿Cuál es el panorama actual que observas en torno a los escritores que
coquetean con el poder?
Muy deprimente, como casi siempre: todo el
mundo sabe que el poder vampiriza, y los escritores no son inmunes a ese
efecto.
-A Francisco
Umbral le preguntan en una entrevista acerca de qué piensa de los premios
literarios. Él responde que «están muy bien cuando me los dan a mí. Si no, no
me interesan nada». Tus libros han cobrado cierta visibilidad por los premios
que has cosechado. ¿Qué tan importantes son los premios para Juan Bonilla?
Depende del premio, naturalmente. El Bienal
Vargas Llosa le ha devuelto la vida a mi novela, un año después de que
apareciera sin hacer demasiado ruido, y ha venido acompañado de algo que había deseado
desde hace mucho: que mi libro pudiera leerse en algunos países de
Latinoamérica en ediciones hechas allá, sin la carga del precio de los libros
de importación. Así que este premio ha sido muy importante, aunque solo sea
porque importar significa traer de fuera lo que no generabas en casa, y en casa
mi novela no generó apenas interés, y he tenido que importarlo del Perú y
gracias a un jurado internacional entre los que no había uno solo que yo
conociera personalmente.
-Se rumoreaba
que, luego de recibir el premio, compraste una primera edición de César
Vallejo. ¿Podrías aclararnos esto y darnos más detalles?
¿Y esos rumores dónde los has escuchado? Solo
diré que me prometí a mí mismo regalarme, si ganaba, una primera edición del
que considero el libro de poemas más hermoso en español del siglo XX, y que ese
libro es Poemas Humanos de César
Vallejo. También diré que un par de días antes del fallo del premio, vi en una
preciosa librería de Lima una primera edición de Cien años de soledad al
alcanzable precio de 300 $, y la dejé pasar porque no tenía plata suficiente, y
cuando tuve plata, ya se la habían llevado.
-Ignacio
Echevarria, en un polémico artículo, señala que la
Bienal es una suerte de premio de la derecha, (en clara competencia, según este
crítico, con el Rómulo Gallegos). Dicho esto, y siendo el primer galardonado,
¿te sientes un representante de la derecha?
Supongo que estás de coña, pero te tomaré en
serio. Tendríamos que definir qué es la derecha, para entendernos. La derecha,
por lo menos en Europa, la definió muy bien Julio Cerón: la derecha empieza en
la extrema derecha, sigue por la derecha, baja por el centro derecha, alcanza
el centro, sube por el centro izquierda, trepa por la izquierda y acaba en la
extrema izquierda: eso es la derecha. Según esa definición, no, no soy de
derechas.
-En tu novela
retratas también el arribismo del escritor que juega con estar siempre al lado
del poder. ¿Crees que ahora el poder está menos interesado en seducir a los
artistas de nuestro tiempo?
Creo que quizá los artistas de nuestro tiempo
no son los artistas de entonces, pero que siguen siendo tan útiles al poder
como siempre. Lo que pasa es que ya no se llaman Maiakovski sino Oprah Winfrey.
-Si comparamos el
ambiente que reflejas en tu novela con el contexto actual, encontramos que
incluso la figura del escritor ha perdido cierto prestigio. ¿Los escritores ya
no le generan temor al poder? ¿Ya no son importantes para él?
Depende de tantas cosas. Depende del país,
depende del escritor, depende de qué tipo de escritor. Parece claro que sigue
siendo importante un tipo de escritor: el periodista mediático. No creo que los
novelistas le hayan importado mucho al poder nunca como tales novelistas, sino
como generadores de corrientes de simpatía, como personajes a los que siguen
miles de personas. De hecho, fíjate que en la Rusia revolucionaria, y luego la
de Stalin —que no son ni mucho menos lo mismo— eran más combatidos los poetas o
dramaturgos que los novelistas, y ello porque los primeros podían llenar
teatros o cabarets, eran agentes peligrosos a los que había que domesticar.
-Mencionas que
para escribir no tienes ningún horario establecido. O ninguna disciplina. ¿Para
escribir novelas no te disciplinas un poco? ¿No lo consideras necesario?
Trato de que sea la novela la que me
discipline a mí y no al revés, es decir, que me levante temprano para ponerme a
escribir con ganas. Cada cual tiene sus métodos, hay quienes son muy
meticulosos con los horarios y otros que lo que consideramos fundamental es
precisamente no tener horarios. Es un asunto de mera política doméstica y por
lo tanto carente de interés.
-¿Tienes algún
método de escritura? ¿Escribes siguiendo tu libre impulso o haces un esquema
previo?
Suelo ponerme a escribir cuando la novela se
me ha puesto muy pesada, después de haber tomado notas y apuntes, cuando creo
tenerlo claro todo. Nunca escribir por escribir a ver adonde llega una
narración. Pero también es cuestión de métodos: tan válido es uno como el otro,
porque lo que interesa siempre es el resultado, no el «cómo se hizo».
-¿Has
experimentado algún tipo de bloqueo? Y,
de ser así, ¿cómo lo enfrentas?
Sí, claro, como todos, y es natural, y procede
siempre de la pregunta ¿para qué? Lo enfrento con paciencia, dejando pasar el
tiempo, esperando que vuelvan las ganas, no dándole demasiada importancia.
-Eres un autor
versátil. ¿Está en tus planes incursionar también en la literatura infantil?
En 1996 publiqué un libro de versos para
niños, Multiplícate por cero
(Ediciones Hiperión, varias ediciones). Aparte de eso, no tengo la menor
intención de hacer ninguna incursión en la literatura infantil. Se me tendría
que ocurrir algo muy bueno.
-Para terminar (y
esta es una pregunta que entenderán quienes ya han leído la novela): si te
transparentaras delante de Vladimir Maiakovski, ¿qué es lo que vería el poeta
futurista en lugar de tu corazón?
Ahora mismo una computadora apagada que está
deseando ser encendida.