lunes, 25 de agosto de 2014

Cartero


Había sido un domingo brutal. Habían venido algunos amigos de Fay, se habían instalado en el sofá y habían empezado a cacarear lo grandes escritores que eran, realmente lo mejor de la nación. La única razón de que no fueran publicados era, decían, porque no enseñaban su obra a los editores.
Yo los había mirado. Si escribían conforme a su aspecto, tomando sus cafés, soltando risitas y mojando sus rosquillas, daba igual que enseñasen su obra a los editores o que se la guardasen metida en el culo.

BUKOWSKI, Charles. Cartero. Barcelona: Anagrama, 1996.

lunes, 18 de agosto de 2014

Rodrigo Fresán sobre la literatura freak

Imagen tomada de este otro blog.

Hace ya mucho que se celebró aquí en Lima el Primer Festival de la Palabra, y como en este blog lo hacemos todo a última hora, no queríamos dejar de apuntar algo muy interesante que dijo uno de sus invitados (dicho sea de paso, me parece increíble que un festival que solo duró cinco días haya traído mejores escritores que los que vinieron para nuestra última Feria Internacional del Libro). El caso es que Rodrigo Fresán, el invitado al que me refiero y que vino de paso a promocionar su libro La parte inventada, fue entrevistado por un medio local y subrayó algo importante:

Me parece que está muy bien la obra de Vargas Llosa, aquí todavía se están preguntando en qué momento se jodió el Perú. ¡En Argentina sabemos cuándo se jodió nuestro país desde el primer día! (ríe) No tenemos que escribir una gran novela latinoamericana para investigarlo. Lo cierto es que en la literatura argentina todos somos freaks. Borges, Aira, Alan Pauls, Piglia, Fogwill, y de la tradición rioplatense Onetti, Macedonio Fernández o Felixberto Hernández. Después de mucho tiempo, hace tres semanas estuve en Buenos Aires en calidad de escritor y vi una especie de coqueteo con el realismo social crónico, algo que me pareció una especie de “vanguardia” en Argentina (ríe). Lo cierto es que en Argentina no hubo ni siquiera la idea de hacer la gran novela latinoamericana. Todas las grandes novelas argentinas son bastante extrañas, desarticuladas, atomizadas, centrifugadas. Tiene una cosa que a mí me enorgullece mucho: no hay pudores frente al tema del género. Probablemente lo que hace grande a la literatura es que es la única apoyada sobre lo fantástico. No hay ninguna otra literatura en el mundo que lo sea, en toda la historia de la humanidad, me atrevería a decir.

Fuente: El comercio.

domingo, 10 de agosto de 2014

El fin de la lectura


La noche en que ingresaron a mi madre confirmé una sospecha: algunos amores no pueden devolverse. Por mucho que un hijo recompense a sus padres, si es que los recompensa, siempre habrá una deuda temblando de frío. He oído decir, yo mismo lo he dicho, que nadie pide nacer. Esta seca obviedad nos excusa de la responsabilidad que supone llegar al mundo. Pero nacer por voluntad ajena nos compromete más: alguien nos ha hecho un regalo. Un regalo que, como es habitual, no habíamos pedido. La única manera coherente de rechazarlo sería suicidarse en el acto, sin queja alguna. Y nadie que acompañe a su madre renqueante, a su madre encogida a un hospital, pensaría en quitarse la vida. Lo que ella le ha regalado.

NEUMAN, Andrés. El fin de la lectura. Lima: Estruendomudo, 2011.

lunes, 4 de agosto de 2014

Los emigrados


Hacía un día hermoso, yo tenía el compartimiento, por no decir el vagón entero, para mí solo, por la ventanilla entraba el aire, y noté cómo bullía en mí una especie de alegría festiva. Hacia las diez o las once de la noche llegué a Colmar, pasé una buena noche en el Hotel Terminus Bristol en la Place de la Gare y a la mañana siguiente fui de inmediato al museo para empezar a estudiar los cuadros de Grünewald. La radical cosmovisión de este hombre tan extraño, que impregnaba todos los detalles, contorsionaba todos los miembros y se propagaba por los colores como una enfermedad, resultó —como siempre había sabido y ahora pude corroborar con mis pripios ojos— radicalmente de mi agrado. La monstruosidad del dolor, que partiendo de las figuras plasmadas se adueñaba de toda la naturaleza para refluir de los paisajes sin vida a las cadavéricas estampas humanas, esa monstruosidad subía y bajaba entonces en mí como lo hace la marea. Así comprendí poco a poco, mirando los cuerpos horadados y las figuras —encorvadas de pena como los juncos del río— de los testigos de la ejecución, que a partir de cierto grado el dolor anula su propia condición, la conciencia, y por ende a sí mismo, tal vez... sabemos muy poco de todo eso. De seguro, en cambio, que el sufrimiento del alma prácticamente no tiene fin. Cuando se cree haber alcanzado el último límite, siempre quedan aún nuevos tormentos. Caemos de abismo en abismo.

SEBALD, W. G. Los emigrados. Barcelona: Anagrama, 2006.