La mayor parte de enero me la he pasado enfermo, quizá por eso es que he leído más que en anteriores meses. Definitivamente los reposos en cama ayudan a que uno progrese en las lecturas y se olvide un poco de las dolencias físicas. De esta forma empiezo bien y mal el año. Bien por el ritmo de lectura que me gustaría mantener o superar, y mal por la sucesión de enfermedades que azotaron mi sistema.
Un arte espectral. Reflexiones sobre la escritura. Lo venía leyendo desde hace mucho. Empezó bastante bien; aún conservo las geniales citas que extraje de él. Pero lamentablemente empieza a hacerse tedioso y hasta soporífero pasando la mitad, cuando Norman Mailer empieza a divagar sobre cine.
El orden de las cosas. Me lo prestaron con la advertencia de que leería el peor libro de Iván Thays. Es lo bueno de las recomendaciones negativas, el libro puede resultar no ser tan malo a las finales. Lo que encontré fue una novela bien estructurada y, sobre todo, una idea o teoría que se impregna en todo y que se explaya a lo largo de la narración. Lo mejor es el trabajo de carpintería aplicado al texto. La novela presenta unos cortes de párrafos bastante precisos y sutiles. La cadencia del lenguaje conseguido fue lo más agradable.
Ben quiere a Anna. Ya me había deslumbrado con este mismo libro de Peter Härtling cuando era un niño. Sucede que lo encontré en la biblioteca de mi trabajo y empecé a hojearlo, pensando con cierta excitación: «Me parece que esto ya lo he leído antes.» Y era verdad. Lo releí entonces con mucho temor. El temor se debía a que no me volviera a gustar. Recuerdo que cuando era un niño aquella Anna que le acerca el rostro a Ben me produjo una turbación que duró muchos días en desaparecer. De forma increíble la novela me volvió a encantar, y leerla fue como vivir en un déjà vu constante.
La pista de hielo. Era necesaria una dosis más de Bolaño para iniciar bien el 2013. Se trata de una novela que presenta todo lo que nos gusta de Bolaño, pero que, sin embargo, llega a volverse repetitiva o monótona.
La virgen de los sicarios. La escogimos para el Círculo Literario, el cual no se ha celebrado aún. La prosa explosiva y la estructura casi caótica de esta novela me ha gustado más que la de El desbarrancadero. Incluso no pude contener las lágrimas cuando el narrador recuerda (¿o canta?) aquella canción titulada Senderito de amor que yo recuerdo en la versión de Lisandro Meza.
Parménides. Este es sin duda el mejor libro que he leído en el mes y también en mucho tiempo. Tal vez a varios no les haya gustado, pero César Aira me dijo mucho entre líneas. Aquel personaje llamado Perinola, que sería el primer negro literario en la historia de la literatura, es un hombre atrapado en grandes proyectos literarios que nunca llega a cristalizar. Me hizo reflexionar sobre la manera en la que uno se prepara demasiado para una labor que nunca hará realidad y solamente convertirá en una eterna víspera.
Las batallas en el desierto. No puedo negar que me encantan las bildungsroman, pero esta fue demasiado veloz. Esperé mucho más de ella por el nombre del autor.
Dichos de Luder. Julio Ramón Ribeyro es el tipo que le cae bien a todos. Gocé tanto con este libro en una madrugada de hermoso insomnio.
Perros héroes. Nunca había experimentado con Mario Bellatin. A la mayoría de mis amigos les encanta, pero leí esta novela y no me enteré de nada.
La maleta de mi padre. Son tres discursos de recepción de premios en donde Orhan Pamuk reflexiona sobre la literatura (no iba a hablar sobre mecánica automotriz, ¿no?). Me maravilló el primero, que es el que leyó cuando recibió el Premio Nobel de Literatura. Se me quedaron muchas de sus ideas, sobre todo aquella de encerrarse en un cuarto a escribir. Únicamente a escribir.