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lunes, 1 de abril de 2019

Algunos delirantes apuntes sobre ciencia ficción


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Resulta desconcertante entrar a una librería y ver todo tan ordenado, como en un regimiento. Libros en guerra, diría. Compiten por atraer a un comprador. Aquí los de novela histórica, más allá los de ensayo y crónica, ciencia ficción en el segundo piso, al lado de los de poesía. Desconcierto, aclaro, porque las etiquetas dividen y son injustas y no me sirven en absoluto. Tal vez el orden alfabético de los anaqueles debería regir como sistema universal.

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La literatura no se caracteriza por su pureza. Una novela puede camuflar muy bien el ensayo, y las novelas históricas (sobre todo las que se publican ahora) están empapadas de la vida de quien las escribe. Los géneros hacen prestaciones entre ellos y lo que leemos a veces resulta un verdadero híbrido. La novela posee mayor dispersión y libertad. El cuento está enfocado siempre en algo y trata de ceñirse a un camino (y, por tanto, a un género).

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Según lo anterior, todo podría estar teñido de ciencia ficción. O casi. Mejor dicho: el escritor puede insertar con menuda facilidad la ciencia ficción en un texto literario. Siendo los límites tan difusos, incluso es natural que lo haga de manera inconsciente: la ciencia ficción se introduce en el relato sin que uno pueda percatarse de ello.

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Es más difícil aún saber qué es —y qué no es— ciencia ficción (o cualquier otro género) cuando lo único que uno hace es escribir. Solo escribir. Me sucede con los cuentos. Luego me percato de que podrían ganar terreno en lo fantástico o bien anclarse al realismo. Pero no antes. Jamás. Escribo sin saber (e imponiendo la ignorancia a voluntad) qué género estoy pisando. Es lo que menos debería preocuparle a nadie.

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John Banville dijo en una conversación que conoce la diferencia entre «novela literaria» y «novela negra», a tal punto que solo usa el seudónimo de Benjamin Black para firmar las obras adscritas a la segunda categoría. Esta afirmación, hecha en una universidad de Irlanda, no tiene nada de espectacular. Lo llamativo sucede minutos después, cuando añade que «es el mercado el que te pide que llegues a escribir en un género en el que no te habías visto antes». Y más adelante: «Pude comprarme una casa siendo Benjamin Black. Con John Banville solo podía aspirar a sobrevivir como periodista o profesor, con el respeto de ustedes». Sus contertulios eran catedráticos. 

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Desconozco, por tanto, de nombres y movimientos que se dediquen a escribir o difundir la ciencia ficción aquí en el Perú (o, si los intuyo, prefiero también ignorarlos a voluntad). Sin embargo, sé que existen, y los felicito o los lamento, según sea el caso. 

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¿Acaso nadie tiene una pequeña novela cyberpunk y burguesa guardada en el cajón?

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Santiago Roncagliolo es el mejor ejemplo del escritor que conoce el género que pisa. Va muy a la moda. Siempre tiene un libro sobre fútbol cuando hay un Mundial celebrándose. También ha escrito ciencia ficción, y quién sabe si no tiene ya listo un libro autobiográfico. 

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Acerca de la existencia de una burbuja sobre la novela negra que se publica en España, Paco Bescós escribió esto en Facebook: «La llamada burbuja de la novela negra no significa que los autores de novela negra ahora vendan más libros. Significa que los autores que venden más libros ahora escriben novela negra». Esto quiere decir que los escritores de best-sellers llegan a un género, vomitan un par de rentables libros, y cuando ven que el asunto ya no interesa van tras otro género redituable. 

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De la ciencia ficción me interesa lo mismo que los manuales que acompañan a los electrodomésticos: que estén bien escritos. Y, si se puede, muy bien escritos. Si me pongo antojadizo: escritos con cierto lirismo camuflado. El género (o el tema) es solo una excusa para hacer literatura. Debería serlo, no tendría que importar. Lo primero es el lenguaje, y lo segundo también.

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Si hablamos en concreto, me gusta la ficción postapocalíptica. La que más aprecio es minimalista y trata de mantener una tensión constante en el relato. Jugar con pocos elementos y enganchar al lector es un gran mérito. Pero el mayor logro es hacerle creer al lector que escribir es tarea fácil. 

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Conocí a Kaspárov en 2010. Como buen ajedrecista amateur, sabía de su histórica derrota sufrida ante la Deep Blue, pero no se me ocurrió preguntarle nada al respecto en ese entonces. Lo entrevisté brevemente para el diario en que trabajaba (la entrevista nunca se publicó). Años después Kaspárov regresó a mí mediante la escritura. Obsesionado como estaba en el ajedrez por aquella época (obtuve una medalla de plata en la municipalidad de mi distrito), me volcaba una y otra vez sobre un cuento de un ajedrecista que se comía un peón negro para evitar la victoria de su contrincante. Incluso hice los esbozos de una novela que giraba alrededor del mencionado asunto. Pero el lenguaje me traicionaba. Pronto descubrí que había que dejar que las palabras hicieran su trabajo, que la forma se construyera a sí misma, y así surgió la estructura y la narración juguetona que traté de imprimir en Azul profundo. 
No lo mandé al Copé.

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Soy supersticioso. Si me preguntan qué estoy escribiendo, normalmente digo que nada (casi siempre es verdad debido a que me hacen este interrogante en etapa de vacaciones o de infertilidad). Peor aún es que te pregunten qué te gustaría escribir (hombre, a mí me gustaría escribir El horizonte, pero ya la escribió Patrick Modiano). En relación con la ciencia ficción, quizá ahora mismo esté desarrollando un relato acerca de una computadora escritora de novelas cuya obra recibe muchos elogios porque, ya se sabe, las computadoras son incapaces de caer en el error y la máquina de mi relato acertaría con los giros inesperados que requieren ciertas tramas. Quizá estoy escribiendo eso y no me estoy dando cuenta. Sin embargo, en mi fuero interno, me he convencido de estar borroneando una novela policial.

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Miento hasta en las entrevistas. Cuando digo que estoy escribiendo una novela, no estoy escribiendo una novela. Y cuando digo que su género es el policial, no lo es en absoluto. O quizá sí.

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Volviendo a lo de las librerías, yo pondría a La Biblia en el estante de Ciencia Ficción. 

miércoles, 30 de enero de 2019

Talleres


Enero, verano, calor, vacaciones. Vacaciones útiles. Talleres. De un tiempo a esta parte he notado —quién sabe por qué— la gran oferta de talleres literarios que pululan en nuestro medio. Los hay de todos los precios e intensidades, y los dictan gentes de todo tipo. Escritores que salen de la sombra de diciembre para anunciar: he aquí que ha llegado enero y les ofrezco la sabiduría a cambio de unos denarios. Incluso los dictan quienes nunca han publicado un libro, pero eso no importa a la hora de compartir saberes. Porque el que dicta un taller es el sabio y si alguien se inscribe a uno asume su posición de Lazarillo y aprendiz. En las primeras cárceles de Padua, a los prisioneros se les obligaba a llevar un taller y de allí, quizá, viene esa tradición de confeccionar cosas que luego se suelen vender cuando el antiguo reo se ha reinsertado en sociedad. Vuelto del ostracismo, es dueño de una técnica. Posee un saber y lo ejerce sobre la materia prima. En los talleres literarios, si es que son honrados y respetuosos, se trabaja con el lenguaje. Las palabras se tienden sobre la mesa y uno las examina ante los demás, bisturí en mano, advirtiendo lo beneficioso que es fecundar de sustantivos un párrafo. He dictado, años atrás, talleres de este tipo al público más difícil por exigente, y me refiero a los niños. Exigente porque en ellos la palabra manzana aún no adquiere la infamia de ser roja y colgar de un árbol. Su imaginación es droga constante y hay que saber dirigirla. He dictado y mañana volveré a dictar un taller, porque ahora me llaman para estas cosas. Piensan, con gran equívoco, que puedo enseñar a juntar letras porque tal vez he escrito algunas cosas que valen la pena. Volveré a dictar, ya digo, pero esta vez a chicos de universidad, periodistas en fase de crisálida. Espero pasármela bien y no malgastar las monedas del tiempo que aún me tintinean en los bolsillos. A fin de cuentas, asumo, soy yo quien va a este taller para ser instruido por mentes más jóvenes y voraces. Juré no volver a la universidad —fui profesor y alumno— y he aquí que escupiré en mis promesas y regresaré a ella.     

lunes, 24 de diciembre de 2018

Un premio

Foto: Rodrigo Rodrich

El primero en recibir un premio Copé de cuento fue Washington Delgado. Luego, a principios de los ochenta, se lo dieron a Julio Ortega y Óscar Colchado. También lo recibieron Cronwell Jara, Fernando Iwasaki y Gregorio Martínez («Guitarra de palisandro» es el mejor relato de la literatura peruana). Hace unas semanas me lo dieron a mí.

Fue Umbral el que dijo que se robó un premio —el Fernando Lara— para satisfacer una fantasía infantil. Dicho de otra manera, escribió una novela con el único propósito de llevarse el premio porque se le antojaba tenerlo. Y lo tuvo, claro. Cosa distinta pasa conmigo. No sé si se me antojaba ese trozo de mármol (debe serlo) que culmina en una dorada pluma. Pero lo veo ahora en mis estantes y me gusta. Brilla como los ojos de un joven Walser.

No me había percatado de la importancia de todo esto hasta que un buen amigo me llamó al móvil y me dijo: te has ganado el mejor premio de la literatura peruana. Y quizá nunca llegue a entender qué quiere decir «mejor» ni mucho menos «literatura peruana», pero cuando colgó me sobrevino un silencio áspero. A lo mejor, pensé, no me estoy sintiendo a la altura del premio. ¿Qué le sucede a tu organismo cuando te anuncian como ganador de un Copé de Oro? En mi caso, nada. El vacío. Le sigue a esto la rutina diaria, las horas que tengo que llenar con una traducción de los poemas de Julien d'Abrigeon .

Tampoco mi ánimo se ha excitado cuando me han dicho la cifra que gané. Un sujeto me preguntó por Facebook de cuántos soles era el premio, y tuve que consultar nuevamente las bases. Para mi sorpresa, el monto era un poco más alto de lo que creí.

Ahora me llaman para dar algunas entrevistas (es la primera vez que siento que me escuchan, como si hablaran con un anciano, como si el Copé te diera respetables canas) y los extraños me dan sus señas de identidad y los duros de carácter se tornan amables. (Un antiguo amigo que optó por darme su mayor enemistad tuvo el enorme gesto de saludarme. Es un feroz crítico del premio, aunque siempre participa en él. Incluso en la pasada bienal de poesía habló con uno de los miembros del jurado y le rogó que filtrara su poemario. No llegó ni a finalista. Es persistente y este año envió un libro para la categoría de ensayo. Texto, por demás, ya publicado como tesis vía online, cosa que prohíben las reglas del concurso. Tampoco ganó). Quizá el premio los cambia a ellos con respecto a mí.

Por ratos temo. Ni el prestigio del Copé ni el premio en metálico han obrado alguna grieta en mi persona. Me da miedo de que sea un síntoma de pérdida de sensibilidad.

El resto sí ha cambiado, ya digo. Los sanmarquinos se alegran y me hacen recordar que he pasado por las aulas de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas. Los huancaínos me reclaman como suyo, pese a que he residido casi toda mi vida en la capital. Algunos escritores ahora afirman que el premio es justo y no amañado porque lo he ganado yo (mi mérito, dicen, es habitar fuera de las argollas y haber publicado mis libros en editoriales independientes). Tal vez algún día termine por enterarme de la repercusión de todo esto. Quizá algún día lejano, durante las vacaciones que K y yo tenemos por costumbre tomar en junio, la mire sorprendido y diga: ¿a que me he ganado un Copé, verdad?

lunes, 28 de agosto de 2017

Umbral del estilo


Salón enorme y empinado de San Marcos. Clase de miércoles por la tarde. A esa solo asistía para aterrizar el viaje del cannabis. A esa solo asistían periodistas que no habían concluido la carrera, pero que ya ejercían de esclavos en prensa (les urgía aprobar el curso más fácil). Un profesor llegaba siempre puntual y renqueante, apoyándose la vida en un bastón. Un profesor que hablaba poco y decía mucho diciendo ese poco, y que una vez nos leyó una cosa muy triste y muy poética y nos preguntó que a quién pertenecía la prosa aquella. Ahora mismo recuerdo el silencio que se hizo pronto, las sílabas aún doliendo en el ambiente. Lévano leyendo a Umbral. Nunca lo adivinamos, desde luego.

Francisco Umbral moriría unos meses después (un día como hoy, hace ya una década), y yo, tan cándido o despistado, leería esos mismos meses después Un ser de lejanías creyendo estar ante un autor vivo. (Uno lee al autor vivo pensando que, cuando se muera —el autor, claro―, podrá jactarse de haberlo disfrutado mientras el resto lo ignoraba. Y hablando de candidez, cándido también es o fue César Lévano, ya que por esos años prestaba libros —mi imprecisión solo hace referencia al gesto—. Recuerdo que a un chico de esa clase, actual redactor en una revista de lujo, lo vi una tarde fascinado con aquel íncipit insuperable de Mortal y Rosa, libro que nunca terminó porque esa misma tarde pasó a manos de otro y después nunca supe si finalmente regresó a los estantes del buen Lévano). 

Hay una soberbia respingada en el que va acumulando lecturas y llenando sus anaqueles con las obras de autores varios (familia putativa con la que solo hemos hecho buenas migas por la asombrosa coincidencia de la soledad y el silencio). Tú crees, certificas, reiteras y proclamas que has leído buena parte de la mejor literatura hasta que te topas con la música de Umbral. Y este conjunto de sonidos nuevos y sinuosos te revela que aún no has leído nada, pequeño arrogante. Si has tenido la fortuna de llegar a esta melodía, es preferible que guardes silencio. Porque aquí es cuando descubres que había una Literatura que solo habría que escribir con mayúscula para diferenciarla del resto.

Con Umbral uno vuelve a leer en castellano por primera vez. Y tan pronto como se aprende esta nueva lengua vieja, se puede escuchar la respiración del idioma. Basta con asomarse un poco (apenas unos párrafos) para experimentar el solo sonido de la palabra, la concisión violenta de muchas ideas en una lúcida frase, la metáfora descomunal y atrevida. Música tipográfica del castellano. 

Umbral, que decía no entender de música, «nació con la música del idioma dentro», como afirmó con tanto acierto alguna vez Juan Manuel de Prada, dejando a un lado su enfado (una relación de padrino-ahijado de la que solo se sabe que no terminó bien). Portando el don escribió más de cien libros, y hasta le alcanzó el tiempo para leer siglos de literatura y follar. Sería entonces erróneo afirmar que Umbral colonizó el lenguaje. Este ya venía subyugado ante él, sumiso, dispuesto a cumplir su voluntad. Y la voluntad de Umbral era que el lenguaje dijera las cosas con un foulard al cuello.

Francisco Umbral fue uno de esos pocos superdotados que podía escribir sobre cualquier cosa y escribirla excesivamente bien (incluso la lista del mercado). Cuando sostenemos que se puede escribir «sobre cualquier cosa» queremos decir que el tema no existe; es solo una excusa para el estilo, la coartada que necesita un tipo de lenguaje para existir. Creo que esto es lo primero que uno aprende cuando se empapa de Umbral. Por eso es que a veces cuesta creer que la literatura se aprecie y hasta se justifique por el tema antes que por la configuración del lenguaje. El detestable imperio del argumento que propicia preguntas del tipo: «¿Y de qué va el libro de Umbral que acabas de leer?». No sé de qué va, tío, de verdad que no lo sé. Se me ha olvidado de qué trata eso que he leído porque su autor escribe delicioso.  

El que escribe, si llega a Umbral, si por azar oye su música, se preguntará qué es el estilo (es fácil deducir que el juntaletras que se formula este interrogante no lo tiene, así como en una república bananera se preguntan qué es la democracia). Umbral lo definía citando a Paul Valéry: «El estilo es una facultad del alma». Hay muchas maneras de ejercerlo, de manifestarse ante el lector con su brillo. Estilo es obligar a que tu prosa vista zapatos blancos durante un funeral. Hacer inolvidable o reconocible aquello que uno escribe (el adjetivo «unánime» solo es de Borges, y con esto la Kodama tendría motivos suficientes para expoliar a tantos borgecitos). Se entiende que el escritor personaliza su escritura a través del estilo, la salva de aquella tiranía de la uniformidad desde donde se comienza a escribir (aunque, ya sea por comodidad o pereza, algunos nunca salen de ella), le otorga por fin su apellido para diferenciarla de la bastardía que trepa cada semana a la mesa de novedades. En suma, le da una marca registrada. «Tengo un Tàpies colgado en la pared de la sala». «Me he robado un Umbral de la biblioteca».  

A Umbral ese estilo umbraliano quizá le venía de beberse por las mañanas un vaso de leche antes de acariciar su Olivetti (o uno de whisky para espabilarse un poco). Lo cierto es que, haciendo columnas diarias, Umbral mantenía firmes los abultados músculos de su prosa. Y así, escribiendo siempre, con la facilidad y diligencia con que se tiende la cama, Umbral tomó por asalto casi todos los géneros literarios hasta convertirse él mismo en uno. 

Habiendo sido este hombre tan prolífico resulta inconcebible no llegar a él. En mi caso, quiso el azar que yo estuviera presente mientras un esforzado profesor lo leía en clase —un poco para llenar las horas muertas de su cátedra, otro poco para llenar a esos alumnos vacíos—. También se llega por Mercedes Milá, aunque este quizá sea un atajo más vulgar. O por Roberto Bolaño. A este respecto, siempre he pensado que el chileno, en sus consejos para escribir cuentos —y por efecto de la psicología inversa—, recomienda de forma vehemente leer a Umbral (y de paso a Cela). No en vano le advierte al lector, hasta en dos oportunidades, que no hay que leer a Umbral (ni a Cela). 

Quizá Umbral sea más recordado por sus rivalidades antes que por su obra. En su época de púgil literario, ebrio de su prosa, iba por los barrios letrados en busca de broncas. Y las encontraba, qué duda cabe. Con Javier Marías o Arturo Pérez-Reverte, por ejemplo (le gustaba mucho pelearse con autores que hasta ahora no han ganado el Cervantes). También, divertido, pellizcaba a los muertos («Azorín escribe cobarde»). 

Fuera ya de la anécdota, insiste un interrogante en búsqueda de su veredicto: ¿cómo se hace para escribir sobre cualquier cosa y, además, escribirla tan bien? Con apenas 23 años, Umbral, que ya se sabía genial y poseedor de un talento, tuvo una respuesta a esta pregunta: «Para poder escribir de todo, hay que estar dispuesto a creer en todo. Los malos escritores son siempre los más incrédulos».

(Texto publicado originalmente en el blog de Librería Sur).

domingo, 22 de febrero de 2015

Predicciones para el Óscar 2015



Otra vez me dejé engañar por la industria del entretenimiento. En un par de semanas me he atiborrado de 18 películas. La verdad, no sé cómo he sobrevivido a tanto cine mediocre (aunque no puedo quejarme pues quedé maravillado con tres de ellas). Pero la balanza, al final, es esa: muchas películas malas, de esas que solo verías para matar el tiempo. Y a mí que no me sobra; en fin.

El juego es simple y, para los que ya leyeron la entrada del año pasado, seguiremos con la misma mécanica. Es decir, resalto en rojo la película, director, actriz, actor o guion que me parece que debería llevarse la estatuilla. Que empiece la carnicería.


Mejor actor

-Benedict Cumberbatch (The Imitation Game)
-Steve Carrell (Foxcatcher)
-Michael Keaton (Birdman)
-Bradley Cooper (American Sniper)
-Eddie Redmayne (The Theory of Everything)

Acá me llama la sorpresa ver al maquillado Steve Carrell. Me gusta como actor, pero en Foxcatcher no encuentro nada digno de antología. Tal vez sea el maquillaje, digo. Bradley Cooper también suena fuerte. Es su tercera nominación consecutiva; sin embargo, no creo que sea para tanto. No lo es. No lo merece. Acá el ganador indiscutible debe ser Michael Keaton. ¿Por qué? Tengo muchos argumentos. Luego de ver Birdman elaboré uno muy particular: Keaton debe ganar el Óscar porque está «actuando al actor». Y con eso tenemos más que suficiente.

Mejor actor de reparto

-J. K. Simmons (Whiplash)
-Mark Ruffalo (Foxcatcher)
-Ethan Hawke (Boyhood)
-Edward Norton (Birdman)
-Robert Duvall (The Judge)

¿Existe alguna duda de que lo hecho por J. K. Simmons en Whiplash es inmensamente superior al resto? Acá el consenso es universal, me parece. No hay nada que discutir. Punto. (Sí, Edward Norton puede dar la sorpresa, lo sé. Pero en lo concerniente a esta categoría, apelo al buen gusto.)

Mejor actriz

-Reese Whiterspoon (Wild)
-Rosamund Pike (Gone Girl)
-Julianne Moore (Still Alice)
-Felicity Jones (The Theory of Everything)
-Marion Cotillard (Deux jours, une nuit)

Cotillard, mal; Whiterspoon, mal; Jones, mal; Moore, mal. Todo mal en esta categoría. Podríamos dejarla desierta. No obstante, los muchachos de la Academia van a elegir a la menos peor. Yo eligiré a Rosamund Pike. ¿Por qué? Pues porque no he visto aún la película (estoy en las primeras páginas del libro en que se basa la cinta).

Mejor actriz de reparto

-Meryl Streep (Into The Woods)
-Keira Knightley (The Imitation Game)
-Emma Stone (Birdman)
-Patricia Arquette (Boyhood)
-Laura Dern (Wild)

Pasa lo mismo que en la categoría anterior. Es cuestión de elegir a la menos mala. Y la menos mala es Patricia Arquette. No es una gran actuación la que vemos en Boyhood, pero supera de largo a las demás actrices de reparto.

Mejor guion original

-Boyhood (Richard Linklater)
-Nightcrawler (Dan Gilroy)
-Birdman (Alejandro González Iñárritu, Nicolás Giacobone, Alexander Dinelari y Armando Bó)
-The Grand Budapest Hotel (Wes Anderson y Hugo Guinness)
-Foxcatcher (Dan Futterman y E. Max Frye)

¿Ya dije que esta es mi categoría favorita? El guion, caray. El esqueleto mismo de la película. Es lo que más analizo cuando veo una cinta. No me cabe la menor duda cuando digo que Nightcrawler ha de llevarse el galardón. Lo extraño es que esta es una muy buena película que no está nominada a ninguna otra categoría. Y lo todavía más extraño es que Jake Gyllenhaal no está nominado a mejor actor. Espero que Nightcrawler no pase desapercibida si no recibe ningún premio. Es muy recomendable (para empezar porque la recomiendo yo). 

Mejor película extranjera

-Leviathan (Rusia)
-Timbuktu (Mauritania)
-Mandariinid (Estonia)
-Ida (Polonia)
-Relatos salvajes (Argentina)

No he visto Timbuktu. Los años me han enseñado que de las cinco nominadas en esta categoría, siempre una de ellas es imposible de conseguir. La gran calidad del resto es indudable. Pero hay que decirlo: Relatos salvajes es inmensamente superior. ¿Por qué? Pues porque me parece la película con más literatura. Es como un  perfecto libro de cuentos. Es un homenaje al cuento. 

Mejor director

-Wes Anderson (The Grand Budapest Hotel)
-Morten Tyldum (The Imitation Game)
-Richard Linklater (Boyhood)
-Alejandro Gonzáles Iñárritu (Birdman)
-Bennett Miller (Foxcatcher)

La pelea estaría entre Wes Anderson y Alejandro González Inárritu. Tal vez premien el lenguaje original que Wes Anderson se ha ido labrando película tras película. Sin embargo, mi apuesta va por González Iñárritu. El problema es que todos sabemos que la Academia no va a premiar a otro mexicano cuando el año pasado premió a Cuarón (deseo equivocarme con todas mis fuerzas).

Mejor película

-The Theory of Everything
-Boyhood
-Whiplash
-Selma
-American Sniper
-Birdman
-The Grand Budapest Hotel
-The Imitation Game 

La Academia quizá elija a ese bodrio chauvinista que es American Sniper (es lo más probable). Yo, personalmente, siento una particular admiración por dos películas. Una de ellas es Whiplash. Desborda tanta energía y tiene un hechizo particular que lo convierte en un filme memorable. La otra es Birdman, y en esta pondré mi firma. Porque Birdman es la vida misma del cine: el actor y su eterna frustración. Es la catarsis de Michael Keaton. Una suerte de autobiografía. Es la vida de un hombre que descubre que su verdadero lugar está por encima del resto. Un hombre miserable que tiene un ego que lo desafía a cada instante. Lamentablemente no hay puntos medios con esta cinta: o la odias o la amas. Y a mí me tocó amarla.



lunes, 16 de enero de 2012

Gastronomía literaria

Gastón Acurio (tomado de 4D2Studio)

No cabe duda que la gastronomía está en el podio de las actividades e intereses nacionales. Cada vez, más jóvenes optan por estudiarla y los medios se dan el triste lujo de quitarle espacio a la página cultural para tener una sobre restaurantes y platillos. Demás está decir que los periodistas gastronómicos aparecen ahora con mayor frecuencia; uno levanta una piedra, y allí salen tres o cuatro, cuchara o teneder en mano.

Y Gastón Acurio, por favor, ¡qué duda cabe!, es el adalid de todo esto.

Lo cual no es malo, en absoluto. La cocina peruana se ha impuesto a nivel mundial y, a su vez, cada día este negocio genera más y más puestos de trabajo. Pero lo que resulta discutible es que el zapatero no quiera estar en su zapato. Al señor Acurio se le piden opiniones que trascienden su ámbito restringido. Es un gurú que puede dar la solución en cualquier materia. Quizá la gastronomía tenga algún vínculo con otros aspectos de la sociedad -y de hecho los tiene-, pero es una exageración que se la convierta en una bestia que acapara todo, que devora todo. El resultado, como ustedes sabrán, es que Gastón Acurio ha sido nombrado como jurado del famoso concurso de cuento de la revista Caretas. Sí. El de las mil palabras.

Ya la gastronomía había estado tentando, empujado por la hambruna editorial, a sectores en los que no se les solía ver. Las editoriales Planeta y Mesa Redonda apostaron por la publicación de libros en donde un cocinero daba cuenta de su vida, recetas y sufrimientos. Así se diseñó la receta del éxito: el publicado por Mesa Redonda logró ser best-seller en la pasada Feria Internacional del Libro de Lima.

Ahora, para darle mayor publicidad al concurso que todos los años organiza Caretas, se ha designado a Gastón Acurio como jurado. Este señor, en el uso de su más infinita inteligencia, hubiera dicho: «Lo siento, pero no soy la persona adecuada para desarrollar esta labor». Pero, no. Gastón no ha querido ser sabio y, según tengo entendido, hasta ahora no ha declinado su participación.

Por otro lado, lo de Caretas es más risible aún. Quienes manejan esta revista quieren convertir el concurso (que tuvo a Mario Vargas Llosa como jurado en su primera edición, allá por 1982) en una suerte de show mediático, en donde tienen voz y voto los personajes más famosos y visibles. (Dicho sea de paso, Patricia del Río, la periodista a quien todo mundo acosa, también figura como nueva miembro del jurado, lo cual merecería un post lapidador por el horror que también significa su elección.)

¿Es Gastón Acurio alguien representativo de las letras peruanas? ¿Bajo qué criterios designará cuáles textos son importantes y cuáles no (supongo que el mismo que usa para separar los tomates podridos)? Su designación, como es evidente, obedece más a razones de márketing que a un refinamiento de la cañería por donde transitarán los cuentos concursantes. En vano sería también hacer un llamamiento a que los plumíferos no participen en este concurso. Sería estúpido. Es más, creo que enviaré un par de cuentos. Tal vez una historia de amor en torno al ceviche o las cuitas de un joven cheff al cocinar un lomo saltado.

lunes, 30 de mayo de 2011

No es un buen momento


En Mad Men, una frase clásica para decir que las cosas van mal es "It´s not a good time" y es la que ahora titula mi post. Y es que, la verdad, no es un buen momento. Toda esta campaña electoral la empecé con mucha expectativa y entusiasmo. Pero la segunda vuelta, de un solo golpe, me borró la sonrisa.

Descubrí pronto que hay gente que le importa poco o nada los Derechos Humanos. Ver que en tu país el partido que envileció a las intituciones, asesinó impunemente a sus adversarios e intentó peregnizarse en el poder vuelve a tomarlo, es algo que te pone cara a cara con el rostro deformado de la podredumbre moral y la miseria del alma humana. Hoy, tristemente, he descubierto que los peruanos no somos hermanos. Tal vez inquilinos de un horrible departamento del que uno quiere largarse a la primera oportunidad.

Descubrí que no existe el "voto duro". Que lo duro es el prejuicio que se forma en las mentes y que es  cubierto por capas y capas de una impenetrable piedra y que reforza sus cimientos cuando se expone ante los medios de comunicación.

Hoy tuve el sincero deseo de que no gane Ollanta. ¿Por qué? El fujimorismo proclama su existencia por una Carta Magna que data de 1993 y a la que se quería cambiar. El plan de Gana Perú tenía muchas utopías las cuales tuvieron que ser enmendadas para buscar una concertación: Ollanta declinaba su candidatura y sus propuestas para que se sumen otras fuerzas políticas y sociales. ¿Para qué? ¿Qué se ha conseguido con todo esto? La opinión de la gente que apoya a Keiko es de una inmovilidad teatral. Si gana Ollanta, sería un gobierno simplón, que no tomaría ningún riesgo político ni asomaría siquiera a la utopía que planteaba. Si han castrado a ese plan de gobierno "por el bien de todos", ¿qué me interesa que llegue al poder un partido al que han mutilado políticamente y, encima, si todo lo sacrificado por el líder de Gana Perú es en vano? Ahora deseo que gane Keiko y que nos jodamos todos.

Quiero que gane Keiko para ver con no poca satisfacción cómo ésta libera a su padre al primer guiño del Poder Judicial. Que gane Keiko para ver cómo en el Perú se borra de una vez por todas esa memoria endeble que no ha logrado impedir que la mafia vuelva al poder. Que gane Keiko para que celebren los medios de comunicación que se la chuparon al fujimorismo pues la victoria es también de ellos. Que gane Keiko para que el gobierno que nos destruyó moralmente se lave la cara e intente reivindicarse con la Historia.

No. Definitivamente, no es un buen momento.

sábado, 30 de abril de 2011

El día que maté a Sabato

Ernesto Sabato (1911 - 2011)
Eran principios del 2010 y no había pegado el ojo en toda la noche. ¿La razón? Al día siguiente tenía que rendir una prueba de redacción en el diario El Comercio para optar por un puesto de practicante. ¡Ah, el periodismo y su carnicería! Nos mandaban al ruedo para destazarnos con las plumas. El vencedor tendría derecho a pasar a la siguiente etapa de criba periodística. Las teorías de Darwin también se cumplen aquí: solo el más fuerte sobrevive.

Como la noche anterior había leído sobre la actualidad nacional e internacional, y había ensayado algunas notas (a pesar que no sabía ni qué era un "gorro") me sentía medianamente seguro de dar un buen examen. Pero el insomnio se quedó en mi cama. La ansiedad por entrar a una empresa periodística hizo que las horas pasaran lentas como finos cuchillos sobre mi espalda. Cuando me "levanté", tuve la sensación de que no sería un buen día.

Al llegar al lugar, me di con la sorpresa de que la prueba era "libre". Quería que habláramos de un libro "que los haya impresionado", y, mientras caminaba por los pasillos del imperio MQ, me detuve a pensar en mis últimas grandes lecturas. Faulkner podría ser, pensé.

Sentado frente a la computadora, escribí finalmente acerca de "Sobre héroes y tumbas", que fue la novela que tenía fresca en la memoria y que me había deparado gratos momentos. En mi híbrido literario daba por muerto a Sabato.

Ya en casa, reparé en ese pequeño detalle. Ese nimio error que constaté buscando en Internet me vomitó mi ignorancia en el rostro. Sabato estaba muy vivo y, según las malas lenguas, pintaba a ciegas.

La culpa de un ominoso asesinato creció en mi pecho. Me sentí miserable. Pero, sobre todas las cosas, había dejado constancia en la prueba de redacción sobre mi soberana ignorancia acerca del escritor argentino.

Anduve apesadumbrado por muchos días. Muchos días en los que no me perdonaba el haber asesinado a Sabato, hasta que alguien llamó a mi casa. ¿Aló? Sí, con él habla... ¿De verás? Sí, allí estaré. Colgué. De inmediato, me arrellané en el sillón para digerir la noticia: me habían seleccionado para la entrevista.

Hoy ha muerto Sabato y no lo he inventado yo. Ha muerto de verdad y eso me libra de la culpa de haberlo asesinado en el papel. Ahora eres una estrella en el cielo. Y podrás charlar con Borges.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

The consciousness of the last edge

When I started to write this, I tried to remember the last kindness´s episode I lived… but it was almost impossible. So I thought how difficult is to find amiability in my life. Why? I try to be good and helpful with other people. Sometimes I´m egocentric -I recognize it- but most of the time I´m the most generous person in the whole world.

I remember one day in the Book Fair in Lima. I was working for a newspaper and had to interview a writer the next week because of the publication of his last novel. There was me, looking for a guy called V., who was the editor of this book. He would give me the phone of CCF, the writer.

When I arrived to his stand, he mentioned that CCF was in Ecuador, having a short time of holidays with his family. “He will come back in two weeks”, said V. I was pleased to hear this news. I had a lot of things to do and the only thing I wanted was to finish the interviews.

I begun to look at the new books that V. had edited the last year. In the stand there was a guy commenting with V. about the same books. I was amazed that he had read all CCF´s Books, and that was a hard work because he is a prolific author. So I started to talk to this guy with clear eyes and blond hair. He studied Laws and had a pretty taste for literature, like me. He also wanted to be a writer. “Like Hemingway”, he said, checking the portrait of a book.

Then he shows me the novel. “Here is”, he expressed. “This is the best novel of CCF”. He was happy, like a teacher with his pupil. He showed me the book called LCDLU, and I felt immediately anxiety to read it.

He put the book in its place and then commented that this novel was “almost perfect”. This words increasing my wishes of read the book, but it cost s/. 20 and I had no money.

So I was abandoning the stand -and the Book Fair too- passing by other stores, when V. came to me, held my arm and gave me the book that the boy with clear eyes mentioned. “Take it”, he said. “I know you will do a great interview”. And I said “thank you”, but I was astonished with my mind in blank.

This last week, when I finished the book, I remembered this kind episode I lived, and the first thought that came to my mind was “this guy was not wrong. What great book!”

miércoles, 24 de noviembre de 2010

El Premio Nobel

No me encontraba de muy buen estado de ánimo cuando Vargas Llosa ganó el Premio Nobel de Literatura. Y no era precisamente a causa de eso. Esas semanas que antecedieron al Nobel, a mi cuerpo se le dio por no dormir a las horas que debía, lo cual me ocasionaba ciertos desórdenes de todo tipo (no desayunaba, puesto que dormía a las 9 am; tampoco almorzaba bien, porque despertaba sin hambre a eso de las 3 o 4 pm, y estaba todo el día muy irritable por la ausencia de sueño y la fatiga).

Una emoción proveniente del miedo me dominaba cada vez que veía el alba. Miedo porque el imsomnio era muy resistente (más que otras veces). Miedo porque estaba mal acostumbrando a mi cuerpo. Miedo porque la noche anterior había tomado una pequeña dosis de Clonazepam, la cual no me había hecho efecto alguno. Miedo de sentir que todo esto podría ser el prólogo del pánico. Miedo, en fin, de todo lo que pasaba por mi exhausta cabeza.

Ese jueves la noticia me cogió en ese estado. Recuerdo que, después de haber intentado dormir muchas horas, prendí la tele y empecé a dar zapping. No tenía la más mínima esperanza de quedarme dormido viendo algún programa; simplemente quería distraerme y olvidar que tenía insomnio. Antes de tomar el control remoto dudé en si debería prender la computadora pues sabía que el Premio Nobel -el más esperado por mí- posiblemente ya había sido anunciado. O quizá pensé, sin ver la hora, que era muy temprano para que el Premio Nobel se haya entregado y que quizá podría entrar a Internet más tarde. Ahora, mientras escribo esto, recuerdo exactamente lo que pasó: había olvidado que se entregaba el Nobel. O, mejor dicho, no creía en la más remota posibilidad de lo que iba a suceder a continuación.

Zapeaba yo, muy alegre, de canal en canal, hasta que -no habré apretado más de tres veces el botón- me topo con una conversación transmitida en vivo con Mario Vargas Llosa en Canal N. Inmediatamente leí el rótulo debajo del nombre del escritor: decía Premio Nobel de Literatura 2010. Inmediatamente un "puta madre" explotó dentro de mi cuerpo y se deshizo en miles de partículas que me erizaron la piel. Apagué el televisor terriblemente asustado. No había explicado otro estúpido síntoma que el insomnio también me había traído como regalo. Y era que mi estado emocional no era del todo bueno. Me sentía sumamente sensible a todo. Digamos que estaba como en una etapa de menstruación constante. Cualquier noticia "fuerte" (y por eso evitaba ver los noticieros gore peruanos) me laceraba el ánimo y me generaba ansiedad. Lo del Premio Nobel claro que era una noticia sorpresiva.

Esto que me he demorado en relatar en muchas frases sucedió en apenas tres segundos. Prendo la tele, canal N, premio Nobel, me sorprendo (uno, dos, tres). Así de rápido sucedió. Así de rápido estaba otra vez con la tele apagada, cubierto por completo con la frazada que me defendía de esa luz que entraba por la cortina y que solo me hacía recordar el triunfo del imsomnio, otra vez. Repetía en mi cabeza "Premio Nobel", "Vargas Llosa", y no lo podía asimilar.

Recién ahora me siento a escribir este post animado porque ayer K. me prestó su dossier de Vargas Llosa. Uno muy hermoso, grande y pesado, con miles de fotografías del escritor y documentos inéditos que de solo verlos se convierten en un gran acicate para mí. Había intentado escribir algo desde hace ya varios días. Había tomado mi cuaderno de notas y había esperado que las ideas surgan, pero nada. Ayer fue luna llena. La luna brillaba y votimaba un pedazo de luz blanquecina sobre el piso de la sala. Ver eso me provocó escribir. Entonces tomé mi cuadernito verde y escribí un párrafo que no pude continuar. Hoy, sin querer, he escrito. Iba a comentar sobre el dossier de Vargas Llosa que K. me prestó pero no pude evitar recordar cómo la noticia del anuncio del galardón llegó a mí.

PD: Adjunto la foto que el tomé a MVLL cuando visitó el Centro Cultural de España el año pasado. Pensándolo bien, pude haber estrechado su mano y no haber tomado la foto.