miércoles, 17 de agosto de 2011

Barajando las cartas

Entrevista a Alexis Iparraguirre (Foto: Alberto Nicho)

Alexis Iparraguirre (Lima, 1974), ganador del Premio Nacional PUCP de narrativa del 2004 con el libro de cuentos El inventario de las naves, es una de las voces más notables de esta última generación de narradores. En esta entrevista, el escritor nos comenta algunos detalles poco conocidos acerca de la gestación de este libro y sobre su próximo paradero.

-¿Qué tanto le afecta a un escritor la escasez de lectores en su propio país?
Un público lector poco o nada exigente representa la muerte de la formación de un escritor. En algunos casos, hace débil la formación de un tipo de escritor, que es el escritor que propone originalidad, novedad, densidad o rigor en lo que escribe. Es decir, para un público lector malo lo que vas a tener a largo plazo son también malos escritores. Según mi punto de vista, por lo menos en el Perú, el primer problema es el debilitamiento del sistema educativo nacional en todos sus niveles y aspectos, y, segundo, es el de la débil formación de escritores en un ambiente de este tipo. Entonces, encontrar a buenos lectores –que los hay en el Perú– es como encontrar una pepita de oro en un montón de arena de río.

-Cuéntanos un poco sobre la tercera edición de El inventario de las naves.
El objetivo principal era hacer una edición que pudiese ser adquirida por un público que no consiguió la de los Cuadernos Esenciales, que es la colección estrella de la editorial Estruendomudo. A parte de esto, la idea que yo tenía era la de hacer (nunca me salió y creo que me voy a ir del Perú sin que salga) un glosario del Inventario como si fuese un libro objeto. Cada texto iba a ser la espalda o la contracara de una carta del tarot y este glosario iba a formar un mazo de cartas. Entonces, el planteamiento era que este mazo de cartas del tarot, que es también uno de los temas del libro, pudiera ser una prolongación de las historias bajo la premisa de que –en realidad, es un concepto de Ítalo Calvino, no es mío– las historias solamente son una serie de tópicos que se mezclan al azar y que nosotros leemos en ellas lo que queremos leer. Este libro objeto jamás llegó a plasmarse. Es un pendiente.

-¿Cuánto demoraste en escribir El inventario de las naves?
Empecé el Inventario el 92 o el 93 y lo habré terminado unas cuatro o cinco semanas antes de que venciese el plazo para entregar los textos al Premio Nacional PUCP. Cuando convocaron al premio, el 2003, yo tenía seis cuentos acabados y me faltaba el cuento que da título al libro, el que yo consideraba el más difícil, aunque ya tenía una primera parte escrita dos años antes. Ese cuento lo habré conversado con algunas personas durante aproximadamente seis o siete años y finalmente lo escribí; incluso necesité valor para poder escribirlo pues no me decidía a llegar al final. Un día, aprovechando que todo el mundo en mi casa estaba alegre, me preparé una jarra de pisco sour y como ya sabía todo lo que tenía que escribir, solamente que era demasiado cobarde como para afrontar con valentía ese momento cien por ciento consciente, iba tomando la jarra mientras iba escribiendo y así llegué al final.

-¿En qué momento surgió la idea de hacer un libro orgánico?
Con el segundo cuento: “Proximidad del huracán”. Yo estaba en Piura en esa época, en pleno fenómeno de El Niño del año 98. Recuerdo muy bien la imagen que me provocaba Piura: una ciudad una y otra vez azotada por las crecientes y por las lluvias, todos los días rogando porque el rio Piura no se salga. Recuerdo también a estos ancianos del lugar, imbatibles e inamovibles, que todos los días sacaban el agua y barrían en la puerta de su casa como si fuera una fatalidad bíblica. Entonces, en mi cuarto de pensionista, solo, con el lapicero en la mano y un block Loro de esos antiguos, escribí el cuento. Ese texto fue el que presenté a los Juegos Florales de la PUCP cuando volví a Lima. Me dije “es ahora o nunca”. Lo presenté y ganó. Con eso, aún más incentivado, continué con el resto del libro.

(Foto: Alberto Nicho)
-¿Cuál es el efecto narrativo que le quisiste dar al libro con esas ilustraciones al inicio de cada cuento?
En la Edad Media, la idea del Apocalipsis, curiosamente, coincide con el auge de un tipo de artesanía que ahora sería inconcebible con la imprenta. Me refiero a este tipo de ilustración al inicio de cada texto, como en La Biblia, que se le denomina “iluminación”. La mayoría de esas ilustraciones que están al comienzo de cada cuento son iluminaciones del Apocalipsis; hay de un apocalipsis alemán y otro italiano, y son ilustraciones que de alguna manera contienen una metáfora del cuento al que preceden. Muchas de estas ilustraciones las recolecté de enciclopedias y otras las encontré en Internet.

-¿Cuál es tu interés en el tarot?
Hay un interés meramente estético que se resume en la admiración por Ítalo Calvino. Hay un libro de él que es excelente, se llama El castillo de los destinos cruzados. Allí aborda la lectura en clave semiótica del tarot. Es decir, si el mundo es un discurso, como pensaban los expertos en semiótica, y está articulado por una serie de signos que se mezclan siguiendo reglas más o menos aleatorias, entonces el tarot es una buena expresión de cómo funcionan los discursos del mundo porque cuando lees el destino de una persona lo que haces es barajar las cartas, tirarlas al azar, formar series de signos aleatorios y leer historias. Entonces, ¿qué es el mundo?: es el castillo de los destinos cruzados. Es un libro lindísimo porque todo está ilustrado con cartas del tarot. La idea me pareció tan desequilibrante –además, hay unos cuentos excelentes porque son los cuentos que resultan de leer las cartas del tarot– que decidí, modestamente, interpretar solamente una carta: “La luna”. Calvino se las interpreta todas, juega con ellas, las baraja. Él ha ido más hacia la sintaxis de las cartas, yo quise ir solamente hacia la fonología de una de ellas.

-¿Cómo conciliabas el trabajo de escritor con el de burócrata en la PUCP? ¿Cuál ha sido tu método de escritura hasta el momento?
En eso cito a un amigo, Julio Meza: “Yo he podido escribir gracias a la generosidad de mis jefes, que miraban en otra dirección”. Justamente cuando estaba más tenso en el trabajo me ponía a escribir o corregir lo que tenía escrito. Sobre el método, pienso que cada quien encuentra el suyo propio. Encontrar el método no es imponerse unas reglas. Hay algunos a quienes les funciona trabajar con reglas y, si es así, magnífico.

-En una entrevista disertabas sobre cómo la cultura pop ha influenciado mucho a los escritores actuales. ¿Crees que todos los narradores de hoy están influenciados por la cultura pop?
El pop es un parásito, es flora intestinal –para ponerlo en términos no denigrativos– con el cual se vive, se dialoga, se combate, ya sea como reflejo o como espada. El pop bate muchos duelos, ya sea como aceptación, como lugar desde donde escribir y lugar contra el cual escribir, incluso. Son inevitables las manifestaciones de la cultura de masas y sus tópicos, y es interesante ver cómo la propia cultura de masas ha adoptado a la alta cultura como parte de su propio discurso. Por ejemplo, ahora van a pasar un mito popular peruano en la televisión que es el de La Perricholi. Pero, ¿cuál es el esquema que sigue esta telellorona para peruanos y de peruanos con “proyección internacional”, como dicen ellos?: El conde de Montecristo (risas). Entonces vemos cómo la cultura popular reprocesa la alta cultura de muchas maneras.

-Cuéntame un poco sobre tu viaje. El 20 de agosto partes a Estados Unidos.
Claro. Lo que pasa es que postulé a una beca de escritura creativa en español en la Universidad de Nueva York. De alguna manera, también es un sabático de mis obligaciones académicas. Ya no podía un ciclo más, honestamente. No podía un ciclo más sin escribir, sin dedicarme a mis obsesiones personales. Entonces, la alternativa era postular a un posgrado y habían dos opciones: hacer el doctorado, que es una opción meramente académica, o hacer esta maestría en escritura creativa, que era volver a un compromiso que había abandonado, y, a pesar de que económica e intelectualmente me convendría más el doctorado, preferí la maestría en escritura creativa y en Nueva York, además. Y me es importante Nueva York porque el contacto con la cosmópolis, con estas megaciudades, es una experiencia que un peruano generalmente no tiene. Es decir, no hay ninguna megaciudad en el Perú; lo hay en la India, en Emiratos Árabes Unidos o en Taiwán, por ejemplo. Esa gente tiene un contacto con las megápolis. Nosotros no lo tenemos y siento que es una experiencia que la aspiración por una literatura ambiciosa debe poseer.  

-¿Te consideras un escritor encasillado en algún género en particular? Te lo pregunto porque muchas veces te nombran dentro del circuito de ciencia ficción.
No. Lo que pasa es que me gusta mucho la ciencia ficción. Es decir, una de las cosas que me gustaría es que la ciencia ficción no sea considerada un género menor o despreciable o cosas de niños o que solamente leen adultos tarados. Por ejemplo, tú lees Dune de Frank Herbert, la saga de la Fundación de Asimov, o La tierra multicolor de Julian May y no estás para nada ante libros pequeños.

-Finalmente, ¿cuánto tiempo estarás ausente del país?
En principio, dos años, pero lo que yo quisiera hacer es, luego de terminar la maestría, postular a un doctorado allá, porque ahí sí  me tengo que poner mucho más realista. Mi regreso al Perú, eventualmente, será para un puesto académico porque yo considero irreal vivir en el Perú de escritor, salvo que tenga ciertas condiciones mediáticas muy particulares. Un amigo decía –una vez más Julio Meza con su ironía– que había que acostarse con Bayly o matar a tu madre para ser escritor y que puedas vivir de tus libros en el Perú (risas). Sin embargo, antes de partir, mi primer impulso en estos momentos es la nostalgia. Deseo terminar lo que tengo que hacer en Estados Unidos y volver. Yo creo que, en el momento en que he elegido irme, el afecto por la querencia es muy grande; aquí tengo a mis padres, a la mayoría de mis amigos, tengo, ¿cuántos?, decenas de miles de alumnos tal vez. Esta es mi casa, pero quien sabe qué pase cuando esté allá.

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