sábado, 30 de abril de 2011

El día que maté a Sabato

Ernesto Sabato (1911 - 2011)
Eran principios del 2010 y no había pegado el ojo en toda la noche. ¿La razón? Al día siguiente tenía que rendir una prueba de redacción en el diario El Comercio para optar por un puesto de practicante. ¡Ah, el periodismo y su carnicería! Nos mandaban al ruedo para destazarnos con las plumas. El vencedor tendría derecho a pasar a la siguiente etapa de criba periodística. Las teorías de Darwin también se cumplen aquí: solo el más fuerte sobrevive.

Como la noche anterior había leído sobre la actualidad nacional e internacional, y había ensayado algunas notas (a pesar que no sabía ni qué era un "gorro") me sentía medianamente seguro de dar un buen examen. Pero el insomnio se quedó en mi cama. La ansiedad por entrar a una empresa periodística hizo que las horas pasaran lentas como finos cuchillos sobre mi espalda. Cuando me "levanté", tuve la sensación de que no sería un buen día.

Al llegar al lugar, me di con la sorpresa de que la prueba era "libre". Quería que habláramos de un libro "que los haya impresionado", y, mientras caminaba por los pasillos del imperio MQ, me detuve a pensar en mis últimas grandes lecturas. Faulkner podría ser, pensé.

Sentado frente a la computadora, escribí finalmente acerca de "Sobre héroes y tumbas", que fue la novela que tenía fresca en la memoria y que me había deparado gratos momentos. En mi híbrido literario daba por muerto a Sabato.

Ya en casa, reparé en ese pequeño detalle. Ese nimio error que constaté buscando en Internet me vomitó mi ignorancia en el rostro. Sabato estaba muy vivo y, según las malas lenguas, pintaba a ciegas.

La culpa de un ominoso asesinato creció en mi pecho. Me sentí miserable. Pero, sobre todas las cosas, había dejado constancia en la prueba de redacción sobre mi soberana ignorancia acerca del escritor argentino.

Anduve apesadumbrado por muchos días. Muchos días en los que no me perdonaba el haber asesinado a Sabato, hasta que alguien llamó a mi casa. ¿Aló? Sí, con él habla... ¿De verás? Sí, allí estaré. Colgué. De inmediato, me arrellané en el sillón para digerir la noticia: me habían seleccionado para la entrevista.

Hoy ha muerto Sabato y no lo he inventado yo. Ha muerto de verdad y eso me libra de la culpa de haberlo asesinado en el papel. Ahora eres una estrella en el cielo. Y podrás charlar con Borges.

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