«Aquel domingo, por lo tanto, solté la bomba. Sonia Goldenberg, la más guapa y la más brillante reportera que haya tenido jamás en la tele, metió una cámara troyana en el Centro de Reclusión de la Policía de Investigaciones —la famosa PIP, la encargada de combatir el vicio siendo parte de él— y demostró que los reclusos se iban de pachanga de viernes para domingo y dejaban sus camas tendidas y abandonadas y a un vigilante que declaraba que todos estaban, mi capitán, que todos presentes, mi mayor, que las condenas se cumplían rigurosamente, señor ministro.
El señor ministro estaba viendo el programa junto a Mauricio Arbulú y los güisquis los habían envalentonado. Cuando terminó de propalarse la secuencia que jamás debió emitirse, un Mauricio requerido para demostrar su autoridad llamó a Control Maestro y ordenó:
—Esa mierda no va más. Córtenle el programa al enano ese.
—Pero está en el aire. Ha anunciado que volverá después de comerciales —dijo, aterrorizado, el jefe del Control Maestro.
—Me importa una mierda que esté en el aire o no, carajo. ¿Quiere usted salir también del Canal, carajo?
—No, don Mauricio. Sólo pregunto qué hacemos —susurró la voz aterrorizada.
—Pongan cualquier huevada, carajo… Pongan un capítulo de “Los Detectilocos”, eso es… “Los Detectilocos”, carajo…
Y allí estaba yo, sentado como un huevón olímpico, con el micrófono colgado, esperando que la tanda de comerciales se acabara.
—¿Esta tanda dura mucho, verdad? —le pregunté por el micrófono interno a Lucho Carrizales.
—Te han puesto dos seguidas —dijo Carrizales, sospechando algo».
En Hildebrandt en sus trece.
(‘La cámara del terror’).
No hay comentarios:
Publicar un comentario