Termino de leer Sol de Tokio y pienso, casi en voz alta, pero qué buena novela. Y le digo ¿por qué tú, hermosa novela, estás tan solitaria? Ningún crítico me ha hablado de tus bondades, no he hallado tampoco reseñas de ti en la prensa cultural limeña, ni mucho menos entrevistas a quien te escribió, que, valgan verdades, lo hizo soberbiamente.
Y es que de su autor, Francisco Joaquín Marro (Lima, 1981), salvo dos o tres cosas en internet, no sabemos nada. Mucho menos de la novela, que llega a mí sin muchas expectativas pero que como lector me confronta a una literatura de gran nivel. Y la sorpresa es aún mayor al enterarme que se trata del debut literario de Joaquín Marro (Joaquín de apellido).
La novela alterna dos historias. En una tenemos como escenario a la Lima de los años setentas, encarnada en el personaje de Sergio Saldarriaga, un poeta con grandes aspiraciones de sobresalir en su medio. Sergio cuenta con el dinero más que suficiente para tener una vida digna, pero la belleza física no lo acompaña. Y por el otro lado, en la época actual, está Francisco Joaquín Marro, a quien sí la pinta lo acompaña, pero que por sus escasos recursos tiene que trabajar de mozo.
Estamos frente a una novela lúdica y fragmentaria que a lo largo de sus 348 páginas se burla de todo lo que encuentra en su camino. A saber, de la crítica académica con su discurso a veces ininteligible, de las modas literarias y su auge y decadencia, de las poses de los escritores y su búsqueda de la vanguardia en las letras.
En una parte del libro se hace escarnio a cierta concepción literaria. El manuscrito de uno de los personajes está chamuscado y le faltan varias hojas. Una travesti entonces le sugiere completar lo que le falta con citas de Borges y Cortázar, o con lo que sea «con tal de que sea ajeno» (150). Y Sergio pregunta cómo llamarán a ese nuevo método: «Todos estuvieron anhelantes, cortando la respiración. / —... Metaliteratura!» (y aquí, inevitablemente, pienso en Vila-Matas).
Otros temas más serios, sin dejar de lado la parodia, se toman en cuenta. Así, por ejemplo, se aborda nuestro fenómeno de migración del campo a la ciudad, el posterior auge económico de la clase media, el conflicto racial en el Perú, la labor de los medios de comunicación, la política peruana, el valor del arte en la sociedad y nuestra tradición literaria. En muchos de estos tópicos se logran profundas reflexiones y críticas afiladas que acercan el libro al género del ensayo.
Por ejemplo, en unas breves líneas se resume de manera genial la temática que se ha tratado en toda la literatura peruana reciente: «En la época de Valdelomar todos los personajes debían volver de Europa; luego se puso de moda el que los personajes fueran periodistas y militares; en los noventa todos los personajes debían ser o chicos drogadictos o sucios policías, pero ahora se estila que sean jóvenes e impecables escritores que hablan sobre ser escritor» (60).
Sergio es un Julien Sorel que, a toda costa, intenta escalar en la gran pirámide social que Lima le depara (aunque cada escalón sea producto de su circunstancia racial: él es un mestizo). De Francisco, el otro personaje, nos enteramos que quiere ser escritor y de su desmedida ambición por lograr premios literarios, fama y reconocimiento, aunque vive a expensas del dinero de su abuela, nadando en una constante frustración por su actual trabajo y el deplorable futuro que se le avecina.
En no pocas partes, la novela alcanza altos picos de calidad literaria (sobre todo en los discursos de Irene, hermanastra de Sergio), lo cual denota además una gran pericia en el manejo del lenguaje y la narración en clave de humor. En una de las tantas desternillantes escenas, Francisco conversa con su pene y éste le revela uno de los propósitos del libro: «¡Oh, estoy harto de las novelitas de iniciación! Debería haber una ley que las prohíba. Todas son iguales: chico ama a chica y ésta lo rechaza; luego, él escribe sobre ello y se regodea en su dolor» (311). Pues Sol de Tokio, en su infinidad temática, es muchas veces eso: una novela que se burla de las bildungsroman.
Es, además, una novela fundamentalmente nostálgica, que recuerda nerviosamente al pasado, reflexiona sobre el valor de la amistad y anhela un amanecer coronado por un sol espléndido, diferente. Una obra, en definitiva, que destila ingenio y buena prosa, pero que extrañamente pasea su belleza sin que casi nadie la tome en cuenta.
JOAQUÍN MARRO, Francisco. Sol de Tokio. Lima: Casatomada, 2011.
Aparte de todo lo que expones referente a su prosa, pues es una gran persona también.
ResponderEliminarGenera un tanto de frustración compartida que su novela no sea reconocida como debiera.
M.E.
Aún no tengo la oportunidad de conocer al autor personalmente, pero imagino que el tiempo hará su parte y encumbrará esta gran novela.
EliminarLa he leído y me ha parecido divertida, pero con secciones muy confusas, mejor hubiese sido que se enfocara en una sola historia. Cuando ya estás enganchado en una de las historias, te la cortan, para ponerte la otra, y así sucesivamente. Jode un poco. El autor tiene mucho ingenio, eso sí, hasta creo que demasiado, ojalá que en su próxima novela no cometa esos excesos.
ResponderEliminarEs un buen libro; divertido como usted afirma. Pero tampoco creo que sea un error que el autor sea demasiado ingenioso. ¿No? Al final, el beneficiado es el lector.
Eliminaryo estoy leyendo esta novelaaa
ResponderEliminarte digo hace rato que una novela no me hacía leerla más allá de... la décima página? He estado tan difícil para leer, joder, y antes leía como ratón de biblioteca