Cervantes nos dejó la obligación de continuar siendo creadores en el ejercicio de la lengua y ciertamente debe sentirse estos tiempos sorprendido al comprobar con cuánta porfía la lengua española sufre, aquí y allá, censurable desatención y estropicio constante. No es fácil saborearla en puridad en los periódicos, es infrecuente hallar testimonios de armónica congruencia en la prosa oficial, no la comprobamos cultivada con esmero en la escuela, la maltratan en forma estridente los locutores de la radio y la televisión.
Deber de nosotros es defenderla de confusiones y malentendidos, propiciar el buen uso, censurar el manejo indebido de cultismos. Deber nuestro es asimismo llamar a reflexión sobre el hecho, cada vez creciente, sobre el alejamiento cada vez más hondo que se ha venido propiciando de la lectura. Y tiene que preocuparnos que la lectura haya dejado de ser sana costumbre de los jóvenes. El ejercicio de la lectura es el camino mejor para dar firmeza al derecho de ser persona.
Y nos tiene que llamar a relfexión honda que el evidente progreso de la tecnología -que tanta presencia otorga a la lengua oral- no corresponda paralelamente con un escrupuloso manejo de la lengua escrita. Propiciar el buen uso del lenguaje es cuidar el modo de ser de las gentes y ayuda a que la lengua sea, como debe ser, instrumento de cohesión entre los hombres, sobre todo en un país pluricultural y multilingüe como el Perú. Ha comenzado a olvidarse qué poderoso es el lenguaje.
¡Ah, el poder del lenguaje! Los poderosos lo necesitan para imponerse. Los menesterosos lo anhelan para alcanzar poder. En su nombre y por influjo se cometen crímenes e infamias, pero también se administra justicia entre los hombres. La universidad lo cuida, lo investiga, enseña sus secretos y virtudes, la escuela alerta sobre sus excelencias, se entusiasman las gentes cuando lo gozan al servicio de la belleza guiado unos días por Cervantes u otros días por Borges y Quevedo.
Le temen, lo adoran, lo administran. Su poder aterra, muestra cuán lejos están los unos de los otros, señala cuántos son precisamente "los otros". Los enemigos del hombre esmeran su perversa estrategia sabiendo cómo está el lenguaje mezclado con el ser mismo del hombre: la casa del ser, dijo el filósofo. Es una hermosa herencia que no podemos rechazar y que incrementamos insensiblemente.
("¡Ah, el poder del lenguaje!" en El Comercio, 21 de abril de 1996).
Por: Luis Jaime Cisneros (Lima, 1921 - 2011)
Fuente: El Dominical (Lima, domingo 23 de enero del 2011).
Imagen: Gustavo Kanashiro
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