El cuento, género rígido y muy hermético, posee ciertas reglas que son imposibles de eludir. Por este motivo, hay una valentía en el acto de escribirlos y burlar sus lugares comunes o huir de nuestra tradición (que es, esencialmente, realista). Una prueba de esto son los cuentos reunidos en Todo es demasiado (Emecé, 2019), de Cristhian Briceño, quizá una de las publicaciones más destacables del año pasado.
En las once narraciones que componen este libro predominan, sobre todo, las situaciones extrañas, inusuales y violentas: una pareja que tiene como cena a un chico de quince años, un hombre que observa el mundo de los muertos desde su televisor, dos sujetos que se inscriben a un curso que les enseñará a fusionar sus cuerpos, un sargento herido que se arrastra llevando su pierna bajo una axila o un tipo que va a buscar la cabeza de su novia hasta la puerta de un bar.
Existe una intención por presentar lo macabro y lo absurdo como algo común, aceptado. Para manifestar esta propuesta, Briceño hace una suerte de declaración de principios en el primer cuento, «De Ray para Dorothy», donde, además de la atmósfera truculenta en la que se desenvuelve la historia (y que impregnará a las demás), nos muestra el lenguaje que desplegará en los demás relatos. A este respecto, podemos decir que Briceño opta por la frase larga, los diálogos aparentemente parcos (a lo Carver) y los símiles edificados con esmero y exactitud («… con un aplomo que irradiaba tanta luz como un atardecer de Turner…»).
Lo más atractivo de estas historias son los también extraños detalles que Briceño ha incrustado en ellas: una mujer que acaba de ser arrollada por un autobús y lleva sucias las plantas de los pies, un par de orejas que son difíciles de masticar porque el cartílago no se ha cocido bien o unos tacones rojos que resaltan la desnudez de una anatomía femenina. Más allá de las descripciones crudas que nos regala el autor, lo realmente perturbador está en estos pequeños elementos que van configurando la sordidez de los relatos.
Tal como lo ha dicho el mismo autor en algunas entrevistas, aquí el protagonista no es tanto el asunto del cuento (el tema), sino el lenguaje con el que se ha hilvanado. Briceño, más que un contador de historias, es un acertado fabricante de imágenes. Por lo tanto, se puede afirmar que ha escrito estos cuentos con las herramientas de las que se ha provisto en su oficio como poeta.
Con Todo es demasiado, Briceño nos demuestra una evolución llamativa con respecto a su anterior conjunto de relatos, La literatura en Alaska. Quizá tenga pendiente como única tarea afianzar su estilo. En realidad, hay pocas cosas que pedirle a un narrador tan destacado y que va trazando el camino de su consolidación.
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