domingo, 16 de agosto de 2015

El novel (I)


¿Recuerdan ese cuento de Martin Amis en Heavy Water, aquel donde un pintor es acosado por el portero de su edificio para que lea su inédita novela?

Fue algo parecido.

Un amigo —a quien llamaremos F para no levantar sospechas— me escribió por Facebook y me dijo, luego de una breve apreciación mutua sobre el panorama literario actual, si quería unas cervezas. Él invitaba. Quien te invita unas cervezas, pese a que haya matado a su propia madre incluso, siempre será un buen tipo. Nunca lo dudes.

Le dije a F que estaba libre el fin de semana y quedamos en vernos el sábado.

Fue demasiado raro. F no me hablaba desde hace demasiado tiempo. Nos habíamos conocido un año atrás en la presentación del libro de un amigo en común, y desde allí solo mantuvimos escuetas conversaciones por chat. Sabía que estaba escribiendo algo. Fue lo primero que me dijo cuando lo conocí. Se presentó como «narrador».

El sábado llegué muy temprano al bar donde nos citamos. Él ya estaba allí y tenía la expresión del rostro entre ansiosa y molesta, como si yo hubiera llegado con retraso. Cuando me fui acercando a su mesa, fue componiendo una sonrisa armoniosa. Me recibió luego con un fuerte apretón de manos.

—Sírvete —me dijo. Y allí ya estaba el par de cervezas. Una a punto de acabarse.

Me preguntó cómo me iba en el trabajo, qué estaba haciendo en mis ratos libres. Estupideces, en resumen. Preguntas que sirven como antesala a una petición de quien las está fabricando y que presta una falsa atención a las respuestas. F esperaba —y yo lo sabía— el momento de soltar algo. El verdadero motivo de nuestra reunión.

No pasó mucho tiempo para que fuera al grano. Me dijo que estaba escribiendo algo. Pero no lo dijo con el tono con el que lo hizo cuando lo conocí. Lo hizo como quien anuncia que ese algo ya no es parte de uno. Y en el preámbulo yo había adivinado la revelación: F había terminado una novela. Las cervezas también se habían terminado.

Pese a darle muchos rodeos al tema, al final me terminó diciendo lo que ya había intuido.

—Tengo un primer borrador. ¿Quieres que te lo muestre?

Sí. Vamos, F, muéstramelo, pero también pon un par de cervezas más, pensé.

—Sí. Me has causado mucha intriga.

Sacó entonces de un maletín un manuscrito enorme. Su novela en gestación. La novela que aún no abría los ojos. Un feto gordo escrito en Garamond 12 a espacio simple. Trescientas cuarenta y dos páginas. El esfuerzo de un hombre hecho papel y espiralado en la parte izquierda. La vida de F en ese manuscrito.

—Quiero pedirte un gran favor. Quiero que leas mi novela. Necesito saber si vale la pena o no.

Y yo también te pido un gran favor, F. Un par de cervezas. Nada más. Quizá tu novela sea una maravilla, pero dile al mesero que traiga unas malditas cervezas.

—Con gusto, F —le dije —. Con mucho gusto.

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