martes, 11 de octubre de 2011

Bolero de noche

Si hay un género musical que ha marcado mi vida y que, por ende, me apasiona es el bolero. Esta vez, Perú, en co-producción con México, se atrevió a realizar una película que, supuestamente, lleva como tema central esta música nativa de Cuba.

Siempre me entero tarde de las películas que me deberían interesar. En «Bolero de noche», por ejemplo, que fue estrenada en setiempre, tuve la suerte de percatarme de su existencia hasta hace poco, a tal punto que -como cualquier película peruana- ya la iban a quitar de la cartelera. Así que raudo acudí al cine, no sin antes hacer una variante en la comida que normalmente se lleva para ver una película. Me hice de un vino (tannat), cabanossi y quesos. Los hice ingresar a la sala (donde, dicho sea de paso, jamás revisan nada) y me senté a esperar a que comience la función.

Habían, a lo mucho, ocho personas. Todas con popcorn y gaseosas. Me causaba una sensación extraña pues yo estaba presto a ver el filme sobre el bolero como se debe, es decir, con harto vino. Y, si hubiera tenido menos vergüenza, me hubiera puesto a fumar en plena sala, que era lo único que me faltaba.

Hablemos de lo visionado. El Trovador (Giovanni Ciccia) es un compositor que busca de manera vehemente escribir el gran bolero. Para tal afecto, le advierten, es necesario que primero haya amado y, luego, conocido el sufrimiento producto del desamor. Es allí donde conoce a un personaje particular, que bien podría tratarse de un Mefistófeles de cantina. Éste le propone al Trovador que, a cambio de su alma, le dará lo que tanto busca: el gran bolero. En estas circunstancias, el Trovador conoce a la Gitana (Vanessa Terkes), una DJ de fiestas sadomasoquistas, bisexual y que se convierte en su musa.

Como verán, el argumento, hasta donde les he narrado, es un modelo clásico, una fórmula manida. La debacle viene desde el inicio, con el uso de actores que hemos visto en miles y miles de películas, miniseries y comerciales. Pareciera que en el Perú solo hubieran un grupo de actores que solamente se reparten los roles para cada proyecto cinematográfico a realizar.

Solo un verdadero fanático, amante y conocedor del bolero -ojo, no hablo de mí- puede explotar la riqueza temática que miserablemente Eduardo Mendoza de Echave, director del filme, expone en la pantalla grande. Tal vez  alguien -repito, no me refiero a mí- hubiera asesorado al director para desasnarlo un poco.
 
Como es clásico en una película peruana, acá también hay una escena de sexo que no tiene mayor peso dentro de la historia y tampoco nos revela alguna verdad sobre la trama. Recordemos que Eduardo Mendoza de Echave ha contribuido de manera entusiasta a hundir el cine nacional en sus anteriores películas y ésta no es la excepción.

Hay un acierto en el personaje del Trovador, un ser anacrónico que vive en la Lima actual pero que añora el tiempo del bolero. El desamor, eterno tema de este género musical, tiene aquí un matiz más moderno, pues se abordan las relaciones bisexuales y los sentimientos que éstas generan. El final, puedo asegurarlo sin hacer muchos elogios a una película que pudo explotar la riqueza que escondía, salva en parte las grandes deficiencias que observamos a lo largo del filme.

2 comentarios:

  1. Estaba leyendo la entrada en tu blog y creo que olvidaste mencionar como juegan con el tiempo entre pasado y actual, que al comienzo no se deja ver... Creo que eso hace dudar un poco a los que vimos la peli.a

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  2. Digamos que es un juego algo raro, hasta ahora incluso me cuesta comprenderlo. La película transcurre en la Lima del 2009 exactamente, pero el personaje de «El Trovador» vive en un mundo (su mundo) anacrónico.
    ¡Saludos! :)

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