viernes, 30 de agosto de 2019

Once Upon a Time in... Hollywood


Lo último de Tarantino me ha gustado pero mucho después de salir del cine. Me ha parecido una buena peli allí, mientras la veía, pero grandiosa (o casi) se convirtió mucho más tarde cuando pensé en ella y me topé con gente que no comulgaba con mis opiniones. Y por allí un tweet de Mariana Enríquez, por allá un comentario de un amigo en WhatsApp; esto ha sido crucial para apreciar mucho mejor la cinta de Tarantino. La tomadura de pelo que nos hizo a quienes fuimos con las expectativas de siempre, es decir, diálogos extensos y sangre. Pies femeninos había, claro, eso era ineludible. Pero había allí también, en Once Upon a Time in... Hollywood, algo que solo pude ver más tarde, a manera de evocación: la humanidad de los segundones (películas de serie B, actores frustrados, dobles para las acciones de riesgo; los márgenes del cine, en suma). Su silencioso brillo, como dijo el poeta. Y en ese más tarde, donde toda obra de arte hiere de muerte a su espectador, encontré la maravilla. El fuego de un lanzallamas sobre mi pecho.    

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