lunes, 29 de diciembre de 2014

El día antes de la felicidad


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El vacío de cara a una pared, dejado por una librería vendida, es el más profundo que conozco.

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La humanidad, desde dentro, causa horror, es carne digna de asarse en el infierno.

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Aquí es que no puede uno escribir un verso, que en seguida aparece alguien que dice: yo llegué primero. Pues no, señores míos, la poesía no es un tranvía donde quien llega primero se sienta y los demás se quedan de pie. La poesía no es una carrera de velocidad en la que hay que llegar el primero. Cada día nace virgen de poesía, uno se despierta y la renueva.

DE LUCA, Erri. El día antes de la felicidad. Madrid: Siruela, 2009.

domingo, 21 de diciembre de 2014

Homo Faber


La interrupción del embarazo es hoy en día una cosa perfectamente comprensible. Fijémonos un poco: ¿adónde iríamos a parar si no hubiera aborto voluntario? El progreso de la medicina y la técnica obligan precisamente al hombre consciente a tomar nuevas medidas. En un siglo, la humanidad se ha triplicado. Antes no había higiene. Engendrar y parir y dejar que los hijos se mueran durante el primer año, como quiere la Madre Naturaleza, es más primitivo, pero no más moral. (…) El romanticismo ha sido la causa de mucha infelicidad, de gran número de matrimonios catastróficos que todavía hoy se celebran por miedo a practicar el aborto. ¿Diferencia entre prevención e intervención? En ambos casos se trata de la voluntad humana de no tener un hijo. ¿Cuántas criaturas nacen porque se las ha querido realmente?

FRISCH, Max. Homo Faber. Barcelona: Seix Barral, 1969.

domingo, 14 de diciembre de 2014

Diego Trelles Paz sobre la profesión de escritor en el Perú

Imagen prestada de este otro blog.

Me ha gustado la última columna de Diego Trelles Paz en Espacio360. Aparte de ser sincera, intenta generar una polémica pese a que el tema sea harto conocido. Parte de una anécdota: la invitación (a través de su editor) a uno de los colegios más caros de Lima para que el escritor «difunda» su novela Bioy. Pero la invitación es solo eso. Una invitación sin reconocimiento monetario alguno. La respuesta de Trelles fue «no»: 

Mi editor, apenado aunque comprensivo, me dio toda la razón; dijo que él solo fungía de cartero mientras, sospecho, iba tachando nombres de escritores en su agenda hasta encontrar al triste boludo que aceptase (...).

Después nos vuelve a recordar que la lógica del mercado es esa; es decir, que un artista no debe cobrar por su trabajo:

Si ocurre así en empresas donde el trabajador peruano percibe un salario mensual de 250 dólares por trabajar 8 o más horas al día, ¿por qué iban a pagarle a un cojudito vago que pierde su tiempo, y el tiempo del resto, en una tontería tan irrelevante e innecesaria como la literatura?

Esta lógica incluso es compartida por quienes se encuentran dentro del mismo circuito cultural, como lo indica el propio Trelles:

Desde el promotor de eventos culturales hasta el organizador de premios literarios, desde la institución privada que organiza clubes de lectura hasta la universidad que te invita a hacer un conversatorio y solo ofrece pagarte el taxi, la consigna generalizada como norma-no-escrita es que el trabajo del escritor en el Perú es gratuito. Eso que no se atreven a hacerle a los abogados, médicos, publicistas, arquitectos o asesores políticos, es casi un mandato cuando hablamos de los que nos dedicamos y malvivimos de la escritura.  

Luego apunta a un hecho muy cierto. Esta lógica de no reconocer el trabajo del escritor es tan avasalladora que hasta el entorno más cercano la ha asimilado así:

La misma gente que festeja la publicación de tus libros y te da ánimos para seguir escribiendo, es la que te pide sonriendo un ejemplar gratis en plena presentación, o te manda correos amistosos exigiéndote el PDF. 

Y para finalizar (con este post, pues la columna aún continúa), Trelles dispara de nuevo:

Si le contara a esas personas que por cada libro que alguien se anima a comprar, yo recibo un 10% (con suerte, dentro de tres meses; sin suerte, en un año o dos; con toda la mala suerte del mundo, nunca porque me tocó un editor ladrón).

Me ha gustado, repito.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Campeona de Pesopluma

Paloma Reaño, directora de la editorial Pesopluma.

La aparición de nuevas editoriales es un hecho muy saludable dentro de nuestro circuito literario. No hace muchas semanas, la editorial Pesopluma inauguró su catálogo con la serie Crisálida (que busca reeditar las primeras obras de grandes autores) y dio el salto con la publicación de una novela de Julio Ramón Ribeyro. En esta oportunidad entrevistamos a Paloma Reaño, una de sus directoras editoriales, quien también ha estado al frente de otros proyectos interesantes como la revista Buensalvaje.

-Como mencionaste en la presentación de Pesopluma, sabemos que esta es una editorial formada por tres amigos que se conocen desde el colegio. Sin embargo, cuesta creer que en un proyecto de esta magnitud participen solo tres. ¿Quiénes más forman parte de Pesopluma?

La editorial está compuesta por nosotros tres: dos literatos y un administrador. Pero claro, para lograrlo, recurrimos a la ayuda de amigos y profesionales cercanos. Por ejemplo: para la parte gráfica buscamos a Marité Cánepa, nuestra paciente diseñadora editorial; y para la ilustración acudimos a Renso Gonzales, no solo porque ha hecho portadas antes sino porque es lector de Ribeyro. Y así nos sucedió también con la imprenta, la imagen de la empresa y el evento de presentación en La Libre con Las Ramonas. Se trata de gente con la que alguno de nosotros tres había trabajado antes. Familiares y amigos pusieron de su parte para sacar el proyecto adelante.

-Suena bien el propósito de reeditar las primeras obras de escritores consagrados. ¿Cómo surgió esta idea?

Por la importancia de editar a Ribeyro. Y porque no podíamos pasar por alto que lo haya escrito siendo tan joven. Era, en ese entonces, un pesopluma. Salir con una obra suya deja un rastro y quisimos darle coherencia a este primer paso. Se suele publicar lo clásico o lo mejor de los autores reconocidos, pero ¿dónde quedan aquellos primeros cuadernos germinales? Vimos una carencia ingrata y decidimos empezar por ahí.

-Si no hubiera sido Crónica de San Gabriel, de Julio Ramón Ribeyro, ¿qué título habría inaugurado su catálogo?

Empezar con un peruano era un hecho aunque creo que no podríamos decir que tuvimos otro primer autor en mente. Quizá porque, visto desde ahora, a finales del «año Ribeyro» es difícil pensarlo de otro modo. Claro que teníamos otros satélites orbitando. Y no han desaparecido, al contrario: pronto reeditaremos Symbol, de Roger Santivañez, que salió en 1991 y es muy difícil de encontrar hoy en día; y coqueteamos también con una antología poética de la argentina Aurora Venturini.

-¿Estas reediciones se limitarán al ámbito de la literatura peruana o piensan explorar otros terrenos?

Pensamos, en principio, en Latinoamérica; pero también nos seduce la traducción, es un deseo a largo plazo. Y dentro de la traducción, nos atrae sobre todo la literatura brasilera, tan cercana y desconocida al mismo tiempo.

-Pesopluma tiene la intención de apostar también por el mercado del libro electrónico. ¿Por qué el interés sobre un mercado que las editoriales peruanas han dejado de largo?

Porque lo usamos y disfrutamos nosotros mismos. Pronto estará lista nuestra página web y tendremos venta de libros electrónicos, así como envío de libros físicos a cualquier lugar del mundo. Confiamos en las nuevas tecnologías y las nuevas formas de intercambio que estas permiten. Hoy podemos comprar libros sin necesidad de intermediarios; descargar y llevar decenas contigo en un ligerísimo Kindle; escucharlos en podcast mientras manejas; obtener información extra a través del código QR, y así. Nos entusiasman esas posibilidades. Y si aún no entusiasman a la mayoría, el interés es creciente.

-Sabemos que fuiste subeditora de la revista Buensalvaje durante mucho tiempo. ¿A qué se debió tu salida? Asimismo, ¿qué rescatas de la experiencia de haber participado en esta importante revista?

Trabajé alrededor de cuatro años en la editorial Solar y aprendí mucho del equipo. Al segundo año nos pusimos las pilas para sacar el proyecto Buensalvaje adelante; fueron noches emocionantes de prueba y error, de encontrar aliados y darle forma a todo. Durante los dos años siguientes la revista fue, progresivamente, convirtiéndose en una prioridad. En lo personal, disfruté sobre todo el contacto con autores contemporáneos que admiraba y el descubrimiento de nuevas luces como lectora. La gestión de una revista de este tipo te brinda una visión amplia del medio y sus posibilidades. Fue una experiencia enriquecedora, sin duda. Sin embargo, llegado el momento decidí concentrar energías en lo propio, así que me metí de lleno a este proyecto.


-¿Cuál es tu opinión de la situación actual del mercado de las editoriales independientes?

Me parece que hay una tendencia clara a apostar por casas editoras libres del apetito mercantil, y que estas han demostrado una visión y calidad sin precedentes. Están, además, mejor organizadas; por eso, por ejemplo, la importancia de la renovación de la Ley del Libro. El aumento de lectores y de ventas en las ferias del libro son un excelente síntoma de que el circuito cultural va tomando cuerpo.

-A tu parecer, ¿qué editoriales peruanas son las más importantes en este momento?

Me gustan varias por distintas razones. El Álbum del Universo Bakterial, de Higa, por su deliciosa minuciosidad en el cuidado de edición. Animal de Invierno y Paracaídas han lanzado excelentes títulos, han apostado muy bien por autores contemporáneos y han ganado el merecido reconocimiento. Estruendomudo, por la voracidad y desenfado con que Lasso nutre su catálogo. Y Pictorama, que propone estupendas novelas gráficas para el 2015.

-En la presentación mencionas, además, que la editorial busca ser ambiciosa con sus autores. En ese sentido, ¿cuál es la línea editorial de Pesopluma?

Por ambición nos referimos a cercanía y sinceridad con los autores, prolijidad en los elementos que constituyen el libro (papel, tinta, formato), y comunicación con los lectores y colaboradores del medio. Buscamos sumar, básicamente.

-Para finalizar, ¿qué nuevos títulos se vienen?

Pronto estrenaremos nuestra serie Iceberg, de autores jóvenes, con el más reciente poemario de Tilsa Otta: Antimateria. Y, en paralelo, la serie Bitácora de Artista, con Un millón de bandas malas de la historietista argentina Lucía Brutta. Y un par de sorpresas más que revelaremos a inicios del próximo año.

domingo, 30 de noviembre de 2014

Jeremías Gamboa sobre los premios y el racismo

Imagen tomada de aquí.

Lo dijo una vez Houellebecq al recibir el Goncourt: «Hay tantos premios que alguno me tenían que dar». Esta semana Jeremías Gamboa ganó un premio.

Tal vez no haya sido el Goncourt, pero es un premio y punto. Es más, Gamboa, en su columna de hoy en El Comercio, se ocupa de hablar sobre el premio recibido.

Dice: 

He pasado unos días de relámpago en Oviedo, España, como parte de la ceremonia de fallo y entrega del premio de novela "Tigre Juan" (...)

Yo recién me entero que existía un premio llamado Tigre Juan. Lo interesante es que Gamboa se encarga él solito de legitimar su premio:

Sus procedimientos, según me explican, son realmente estrictos. Nadie —ni las agencias ni las editoriales— candidatea los trabajos. Los cinco miembros del jurado hacen sus pesquisas, consultan constantemente entre ellos sobre nuevos títulos y luego discuten sus lecturas de los textos en sesiones ardorosas.

Caramba. O sea, Gamboa le aclara a los lectores que por fin se hizo una sin padrino (si hemos de creer que el jurado leyó la novela).

Lo que viene es para romperse la mandíbula de risa. Gamboa, cual chico aplicado, le saca lustre a su premio y lo compara con el Man Booker Prize y el Perrito Pulitzer:

Ellos toman la decisión. Como en todos los premios estrictamente literarios —el Booker, el Pulitzer o el Icaza— solo unos pocos eligen.

Luego se pone a defender al Premio Luces, galardón otorgado por el diario donde se publican sus columnas. (En la categoría Novela, donde él también estaba nominado, el ganador fue Roncalloro.)

Días atrás, trofeo en mano, le habían hecho una entrevista en un medio español. Fue lamentable leer las declaraciones de Gamboa pues acusaba que en el Perú había sido víctima de...

RACISMO

Sí, señores. Racismo. Lo dice el propio escribidor:

En Perú le critican por no seguir los temas recurrentes, como el de Sendero Luminoso.

—En Perú hay una visión muy ideológica, dan mucha importancia al componente moral y tienen muchos prejuicios. Un escritor como Bryce, que escribe también sobre sentimentalismos, ha sido menos criticado que yo porque soy escritor mestizo, hijo de ayacuchanos. Todo esto es un lastre y hay que trabajar para mostrar que la literatura tiene varios carriles y que se puede elegir sobre qué escribir.

Es decir, a Gamboa se le había criticado por ser hijo de ayacuchanos y no por haber escrito una mala novela (la cual, además, vino con una campaña de marketing alucinante). Los que hemos leído la novela y hemos concluido, con justa razón, que se trata de una novela mediocre y sobredimensionada, resulta que estábamos equivocados.

Yo insisto: sin padrinos, no hay paraíso.

domingo, 23 de noviembre de 2014

Iván Daniel Thays sobre sí mismo


La última edición de la revista Buensalvaje parece una tomadura de pelo. Claro, dicho esto en buena onda. ¿Por qué una tomadura de pelo? Bueno, está la entrevista a Iván Daniel Thays (ex Iván Thays) en la que el conocido escritor no pierde la oportunidad de lanzar una crítica más hacia la obra de Miguel Gutiérrez. Digamos que la polémica va a girar por allí, pero a mí lo que me ha llamado la atención es esto:

¿Te encuentras trabajando actualmente en algún proyecto narrativo?
Sí, estoy trabajando en una novela, pero lo que ocurre conmigo es que estoy en un proceso de cambio muy fuerte, un salto cuántico, digamos, y ahora me interesan mucho las cosas espirituales, la razón final, el amor como objetivo y misión de vida. Entonces ese salto hace que replantee no solamente mi función como escritor, sino también mi obra. No sé qué cosa quiero como escritor, qué imagen quiero proyectar, que definitivamente no es la imagen que proyecté con La disciplina de la vanidad. Lo bueno de la literatura es que tienes todo el tiempo del mundo –mientras vivas, claro (risas)– para cambiar de perspectiva.

Por eso da la sensación de que te encuentras perdido a nivel temático…
Claro, va por ese lado. Decreto ser feliz [nota: su libro de cuentos para niños] fue muy importante porque es un quiebre para mí. Creo que eso es lo que quiero. Con decirte que hace unas semanas decidí definitivamente aumentar el Daniel a mi nombre. No solo en mi Facebook, sino ya en mis próximas obras el crédito va a ser Iván Daniel Thays. Es una decisión que tiene mucho que ver con la idea de una nueva persona, de una nueva obra; es decir, de una nueva escritura.

Voy a ponerlo aparte:

(...) hace unas semanas decidí definitivamente aumentar el Daniel a mi nombre. No solo en mi Facebook, sino ya en mis próximas obras el crédito va a ser Iván Daniel Thays.

A mí me causó mucha gracia. Uno no sabe si tomárselo en serio.

Lo otro es un poema de Gustavo Faverón que... uno tampoco sabe si tomarlo en serio. (Pueden leerlo aquí; es el primero.) 

Evitaré hacer bromas comentarios al respecto. Se supone que he jurado portarme bien.

domingo, 16 de noviembre de 2014

Gótico carpintero


Muchos lectores tienen una obra maestra a la que pueden hacer referencia cuando les preguntan cuál ha sido el mejor libro que han leído en su vida. Muchos, digo. Son pocos, sin embargo, los que tienen en mente, o en la punta de la lengua, el peor libro que se han fumado (y si lo tienen, generalmente es de un autor peruano).

Yo tengo el mío. Digamos que tenía un top five de los cinco peores libros que había leído (tres novelas, un cuentario y un poemario). Tenía, dije, porque he leído Gótico carpintero y ya sé cuál es el peor libro que me he tragado en toda mi vida. Ha desplazado a todo mi top five. Es el number one de la peor literatura que ha pasado por mis estantes («que ha pasado», digo, porque ya me deshice de él); number one lejano, nadie lo alcanza. Lo peor. Una mierda.

Y entonces me pongo a analizar: ¿por qué este señor gusta tanto? En un post anterior decía que aquí alguien estaba equivocado. Y si yo jamás me equivoco, entonces es fácil concluir que los demás (los putos gaddianos) equivocadísimos están. Sí, señor.

Lo pongo más claro: cuando algo no me gusta es porque es malo. 

Lo pongo mucho más claro: si algo no me gusta es porque en verdad es malo. Objetivamente malo. 

Para que quede tan claro como el agua: tengo el mejor gusto literario del planeta.

No me entra en la cabeza cómo es que este autor puede generar tanto fanatismo. Podría tratarse de un problema de dislexia masiva. No sé. Es una teoría. La verdad, con Gaddis ya no dan ganas de continuar, pese a que allí está J R coronando la pila de libros sin leer al lado de la radio.

¿Y después de todo lo dicho creen que voy a reseñar este bodrio? Pues sí. Es fácil de hacerlo. Empieza con un narrador omnisciente de mierda, luego este flojo omnisciente se larga y deja a los personajes hablando al teléfono todo el rato (el 99,9% de la novela). Punto.

Para los que se quieren llenar la boca diciendo que este libro es una crítica al sistema de Estados Unidos y bla bla bla, bueno, yo tenía una profesora que nos decía que El Principito hablaba sobre la Revolución francesa.

Pero ese no es el punto. El problema es otro. El problema son ustedes. Porque no me lo explico de otra manera.

Something is rotten in the public taste, mai diar Shakespeare.

GADDIS, William. Gótico carpintero. Madrid: Sexto Piso: 2012.

domingo, 2 de noviembre de 2014

Ágape se paga


William Gaddis era un mal escritor, y él lo sabía. Ganó dos veces el National Book Award, pero se quejaba de que no le daban el perrito Pulitzer por ser este un premio para escritores adocenados. Es decir que, además de pésimo narrador, era un escritor llorón.

Desde hace años venía leyendo reseñas favorables sobre la obra de Gaddis. Reseñas demasiado dulces. Alabanzas. Un nuevo dios. Y claro, uno entonces se entusiasma y camina hacia la luz. En este caso yo caminé hacia una librería y vi, en la sección de Literatura Hipster, dos de sus novelas en remate. No lo dudé. 

Cuando tengo dinero nunca dudo.

Tampoco dudé semanas después al comprar J R. Vaya festín que me voy a dar, pensé. Pero decidí empezar por algo breve: Ágape se paga.

Lo leí una tarde en la oficina y luego dije en voz alta al finalizar la última línea: vaya mierda. Y eso que jamás leo con prejuicios. ¿Y toda esa avalancha de elogiosos comentarios en los blogs que suelo visitar?  Acá hay alguien que está equivocado y no soy yo.

Gaddis es para los «elegidos», me dijo un amigo gaddiano al día siguiente, cuando intercambiábamos opiniones sobre el esperpento que me había tenido que tragar. Los elegidos. Vale decir, para los que no tienen ni puta idea de lo que es buena literatura.

Hipsters de mierda.

GADDIS, William. Ágape se paga. Madrid: Sexto Piso, 2008. 

domingo, 26 de octubre de 2014

El fantasma nostálgico


Hay una cosa que cualquier narrador peruano sabe: para escribir una novela sobre la guerra interna hay haber leído el informe final de la CVR. Pero de ahí a que te salga un buen libro es otra historia.

El fantasma nostálgico, de Carlos Calderón Fajardo, aborda la guerra interna. O sea, otra novela más sobre el mismo tema. 

Todos quieren contar cómo los afectaron los años de la violencia. Okay. Es válido. Yo quiero contar cómo me afecta que mi vecino escuche Radio Felicidad cuando llego del trabajo y me dispongo a leer, y también es válido. Todo es válido en literatura, señores, y es ahí donde reside la trampa.

¿Pues cómo contar un tema tan manido de manera que parezca original? ¿Privilegiar la trama o el lenguaje? ¿Omnisciente o primera persona? ¿Boleta o factura? Son muchas preguntas como para romperse la cabeza. No sé, digo yo, pero a mí los libros no me atraen por sus temas. Jamás me pongo a leer los textos de contratapa con esos blurbs de mierda tipo: «La mejor novela sobre el nazismo. Y punto». Etcétera. El tema es lo de menos si no se sabe mentir bien. O mentir con claridad. Y si la guerra interna la van a contar Las Tortugas Ninja o unos fantasmas, insisto, me da igual.

Yo a esta novela la he notado muy fragmentaria. Repito: yo. A mí me ha parecido así. Una novela muy correctita. Muy de «quedar bien con el lector». Tal vez sea por su atmósfera onírica, su falso lirismo o qué sé yo. A mí me crispa los nervios cuando no se me está contando nada. Cuando la historia camina en círculos queriéndose morder la cola.

Este libro quedó finalista del premio Tusquets de Novela hace ocho años, si mis conocimientos de astronomía no me fallan. Otra hubiera sido la histora de Calderón Fajardo.

La novela, les decía.

Fragmentaria, difusa, abrupta. Cuando es inteligible nos topamos con frasecitas profundas a lo Coelho: «Solo podemos aproximarnos a lo que deseamos olvidar» (11). Uno no sabe al final cuántas estrellitas ponerle en el Goodreads. Creo que el mismo lenguaje de la novela trata de ser fantasmal, inaprensible. Pero es un fantasma al que se le notan las costuras. Pienso que, luego de no ganar el Tusquets, tal vez recibió excesivas correcciones a lo largo de todos estos años (y eso que encontré demasiadas erratas como para pensar que no le pagaron al corrector de estilo). 

Julian Barnes afirmó alguna vez que cuando uno corrije demasiado un texto puede llegar a echarlo a perder.

Algo así.

CALDERÓN FAJARDO, Carlos. El fantasma nostálgico. Lima: Animal de invierno, 2013.

domingo, 19 de octubre de 2014

Patricio Pron sobre Roberto Bolaño

Imagen tomada de esta web.

Cuando la flojera me domina (es decir, casi siempre), lo que suelo hacer es un copy and paste de algún texto interesante que he encontrando durante la semana. Cuelgo tan solo un extracto: una respuesta inteligente en una entrevista a un escritor equis, un razonamiento grandioso en tal artículo, alguna parte memorable de determinada novela. Y así.

Ahora me he topado con un ensayo genial de Patricio Pron sobre Roberto Bolaño (aunque la temática del ensayo se expande y abarca también otros asuntos muy atractivos). Este ensayo, decía, me ha parecido tan formidable que lo pegaría por completo en este post. Pero la flojera me domina. Aquí, un extracto:

Voy a comenzar con la siguiente afirmación, que quizás debiésemos discutir posteriormente: un escritor es principalmente un lector, si acaso uno que se caracteriza por constituirse en la pieza central de un mecanismo en el marco del cual la lectura (a menudo percibida erróneamente por algunos como una actividad pasiva) estimularía la escritura, y esta, a su vez (y no en menor medida) incitaría a la lectura. Vayamos más allá, por fin, de las historias que cuentan los escritores sobre sí mismos. Incluso los más vitalistas (aquellos que, obligados prescriptivamente a escoger entre la literatura y la vida, hubiesen escogido la vida, como si la literatura fuese un paréntesis en ella y no lo que es para muchos de nosotros: lo más valioso, lo más interesante de la vida) han sido magníficos lectores, y uno podría trazar una historia alternativa de la literatura que narrase lo que esos autores, que supuestamente no leyeron, leyeron efectivamente: una historia de cómo Charles Bukowski leyó (y muy bien) la tradición libertaria norteamericana y en particular a John Fante y a Henry Miller, así como a los beats, y cómo estos últimos leyeron deliberada y muy acertadamente la poesía modernista, así como a autores como Ernest Hemingway, y cómo éste leyó a Conrad Aiken y a John Steinbeck y a John Dos Passos mientras presumía de estar ocupado cazando elefantes, emborrachándose o perdiendo el tiempo de cualquier otra manera. Que todos los creadores son, en primer lugar, ávidos conocedores de la tradición en la que se inscriben se pone de manifiesto también en otras disciplinas, y aquí parece pertinente recordar lo que Bono (el insufrible y muy filantrópico Bono) dijo acerca del arte de escribir canciones y de Bob Dylan: «El mejor compositor es el que tiene la discoteca más grande, y nadie tiene una discoteca más grande que la de Bob». (Bob Dylan le devolvió la cortesía en una ocasión, por cierto. Bono le había dicho: «Bob, tus canciones vivirán por siempre», y Dylan le respondió: «Las tuyas también, Bono, pero ¿quién va a poder cantarlas?».)

Fuente: Revista Dossier.

lunes, 13 de octubre de 2014

El día que Nietzsche lloró


Mi editor, Schmeitzner, de Chemnitz, se equivocó de profesión. Debería haberse dedicado a la diplomacia internacional o al espionaje. Es un genio de la intriga y mis libros son su gran secreto. En ocho años no ha gastado ni un céntimo en publicidad. No ha enviado ni un solo ejemplar a la crítica ni a las librerías. De modo que no encontrará mis libros en ninguna librería de Viena. Ni en casa de ningún vienés. Se han vendido tan pocos que conozco el nombre de casi todos los compradores y no recuerdo que entre mis lectores haya ningún vienés. Por lo tanto, debe ponerse en contacto directo con mi editor. Aquí tiene la dirección. –Nietzsche abrió el maletín, escribió unas líneas en un pedazo de papel y entregó éste a Breuer–. Si bien yo podría escribirle en su lugar, preferiría, si no le importa, que él recibiera una carta directamente de usted. Tal vez un pedido de un eminente hombre de ciencia lo induzca a revelar la existencia de mis libros a otras personas.

YALOM, IRVIN D. El día que Nietzsche lloró. Barcelona: Booket, 2008. 

lunes, 6 de octubre de 2014

Sabático


A veces me pregunto si las novelas posmodernas merecen una reseña posmoderna, es decir, un reseña que hable poco o nada de la novela y que más bien se pierda en datos irrelevantes como el número de caracteres de la que está compuesta o cuántos arbolitos murieron para que la publicaran.

Pero no, acá no vamos a inaugurar ninguna nueva modalidad de hacer reseñas. La posmodernidad es flojera y nosotros nos vamos a tomar el trabajo de hablar de Sabático.

Sí, otra vez John Barth. Aunque es la primera vez que lo menciono en mi blog, lo de otra vez es porque todo el mundo habla de Barth y Barth. Barth por aquí, Barth por allá. Todos han leído Barth y de tanto pronunciar su apellido parece que ladran (¡Barth! ¡Barth!).

Sabático.

¿De qué va?

Se trata de un viaje. El 99% de la novela los dos protagonistas se la pasan en un yate. Suse y Fenn. Una joven profesora de literatura inglesa y un tardío aspirante a escritor.

Bueno, ambos disfrutan de su año «sabático», que no es otra cosa que pasar un año leyendo a Sabato.

Bromeo. Es un año sabático que usan para replantear su relación y el futuro de sus carreras. Y, sobre todo, la importante decisión de tener o no tener hijos.

Con letra apretada y poco margen, la novela tiene unas 322 páginas que bien hubieran podido ser unas 500 en otra edición con mayor presupuesto. Y digamos que Barth se gasta las tres cuartas partes de la novela en hablar exclusivamente de yates, tempestades, puertos, más yates, rutas marítimas y un monstruo marino que emerge en alguna parte del libro. Lo demás es bastante delicioso. La narración en segunda persona del plural que muda a primera del singular y viceversa, los diálogos desprovistos de rayas y donde un omnisciente interviene sin que nadie lo note (de verdad, amo esos diálogos), las historias dentro de otras historias y más. 

Es decir, literatura posmoderna.

(Los personajes saben que están siendo leídos y, por tal motivo, se ponen a discutir sobre cuál sería la mejor técnica literaria para contar su historia. En una parte de la novela ambos se sienten cansados y deciden dormir para pasar al siguiente capítulo con energías renovadas.)

Valgan las enormes diferencias, por momentos tenía la impresión de estar leyendo Tantas veces Pedro (Alfredo Bryce Echenique, ¿escritor posmoderno?). Este ritmo disoluto que tienen los personajes y la novela misma en sí. Como si, pese a estar en un yate, no tuvieran movimiento alguno. Una suerte de estancamiento. Barth.

Pero a los posmodernillos les va a encantar. Es decir, a los que devoran todo Gaddis, todo Pynchon, todo Barthelme, todo, todo (especialmente a los davidfosterwallacianos).

Dato extra: en su traducción al español, la novela tiene ciento ochenta y cuatro mil doscientos cincuenta y cuatro caracteres y murieron mil doscientos noventa y seis arbolitos para su publicación.

BARTH, John. Sabático. Barcelona: Montesinos, 1988.

domingo, 28 de septiembre de 2014

El Estadio de Mármol


Ficción es una palabra maravillosa que procede del verbo fingir, cuyos significados en su lengua de origen, además de los que ha conservado en la nuestra, eran amasar y dar forma. Es decir, hacían ficción quienes modelaban el barro, lo que contagia al término de inevitable teología, pues la leyenda quiere que el primer hombre fuese fabricado de barro para dar comienzo a toda esa espeluznante y maravillosa ficción que es la realidad, palabra que Vladimir Nabokov colocaba siempre entre comillas. Si tenemos en cuenta, siguiendo con los juegos a los que invita la etimología, que el nombre técnico del barro que utilizan los escultores es «tierra refractaria» y refractario es todo aquello que se niega a ser de su condición, obtenemos, en un plausible malabarismo, que quienes hacían ficción obedecían a aquella tierra que se negaba a ser sólo tierra, que estaba llamada a ser algo más que mera tierra. De ahí que toda ficción contenga un simulacro, más o menos nítido y convincente, de vida.

BONILLA, Juan. El Estadio de Mármol. Barcelona: Seix Barral, 2005.

domingo, 21 de septiembre de 2014

Gabriela Wiener sobre el lobby literario

Imagen tomada de aquí.

Queda bien en la biografía de cualquier escritor encontrar que realizó algún trabajo alimenticio. Y si fue un trabajo duro, mucho mejor aún. No sé, algo así como: «y, además de recolector de esperma, fue cajero en McDonald's». Queda bien porque le da cierta aura al escritor, lo convierte en un mártir. Y eso de parecer mártir ayuda a que los libros se vendan.

Un artículo publicado aquí nos habla de la sacrificada vida de seis escritores latinoamericanos (dos colombianos y cuatro peruanos) y de su titánico esfuerzo por establecerse en España.

Uno termina de leer el mencionado artículo y piensa: «por Dios, cuánto sufrieron esos chicos». Pero conviene mirar el asunto con otros ojos.

Me ceñiré a los peruanos.

Empieza con Roncalloro y se cuenta lo que todos ya sabemos: que «repartió volantes para clubes nocturnos, trabajó de empleado doméstico y posó para publicidad de locutorios». Pero... hey, Ronca, le falta más mugre a esto, digo yo. Un empleo de analizador de excrementos. Vamos, hombre, algo que conmueva realmente al lector.

También aparece otro caserito de los empleos alimenticios duros: Sergio Galarza. Ajá. Paseó perros. Posiblemente hasta recogió la mierda de los canes y la echó en el tacho, imagino; no sé las condiciones de este trabajo, me perdonarán. ¿Y qué más hizo? Bueno, parece que lo único que hizo fue pasear perros (de seguro tiene un doctorado en eso de tanto que lo menciona).   

Lo interesante es lo que dice Gabriela Wiener (note usted, despistado lector, que la Wiener se refiere a su esposo, Jaime Rodríguez): «Él tenía el trabajo pesado, el de servir paellas en las playas, y yo trabajaba en una pequeña editorial. Él ganaba el dinero y yo hacía los contactos».

¿Leyeron bien? Lo pondré en párrafo aparte.

Él ganaba el dinero y yo hacía los contactos.

¿Alguien dijo «lobby»?

Creo que la Wiener lo dijo sin querer. Se le escapó o tal vez es mi culpa por ser un lector suspicaz. Soy muy mal pensado. Demasiado.

Suelto un dato: Jaime Rodríguez Z. —la zeta la agregó después para darle más estilo a un nombre tan común, estoy suponiendo— luego fue director de la Revista Quimera.

¿Lobby?

Los peruanos coinciden en un punto: se fueron de aquí porque no hay una industria editorial («hay» en verbo presente porque sigue sin haber, pues). Ojo, no todos se fueron aprovechando alguna beca de estudios. Tal vez vieron una pequeña oportunidad para colarse al primer avión, agarraron sus cuatro cosas (y, entre ellas, el manuscrito que les daría la ansiada fama) y se largaron a buscarse la vida en España. Total, ninguno de los cuatro tenía problemas con el idioma. Joder.

Así pues, la duda que me genera esto reza así: ¿era/es necesario irse a otro país para hacerse escritor?

Nunca entenderé eso. Es decir. ¿El avión aterriza y, ¡santo cielo!, ya eres todo un escritor apenas acabas de pisar la madre patria que no te parió?

Cuando escucho a alguien decir eso me dan arcadas. Y si leo los testimonios de estos peruanos entonces empiezo a vomitar conejitos. Repito: queda bien poner en la biografía de tu solapa que barriste las calles de Barcelona, pero no te jactes de ello. Ni quieras agarrar de cojudos a los lectores.

Me explico. No te vas a España o Francia para buscar la soledad que te permita desarrollar un gran proyecto literario. No me jodas. Te vas al viejo continente para hacer lobby.

Es decir, lameculismo en la primerísima división. Lameculismo de alto nivel. Lameculismo en La Liga, señores.

(Recuerde usted, amable y olvidadizo lector, que los escritores más lameculistas se encuentran en las filas de la diplomacia. O sea, los embajadores que destinan su tiempo libre para escribir: nunca al revés, atención; son escritores de fines de semana o de salas de espera en los aeropuertos. Ejemplo notable de esto es, qué duda cabe, Jorge Edwards, que así, de culo en culo, se consiguió el Cervantes.)

Si el centralismo limeño es nauseabundo, eso de querer besarle la mano a la monarquía española es el colmo de lo repugnante. Si eres un escritor provinciano entonces te vas a Lima para hacerte visible, pero no es suficiente. Nada es suficiente en tu sed de triunfos. Tienes que ir a España, al origen de todo.

En la afirmación de que nuestra incipiente industria editorial no es ni siquiera industria ni incipiente se esconde un subtexto. Yo, que me jacto de desentrañar las cosas, podría interpretarlo así: «nos fuimos a España porque en el Perú el lameculismo, además de no darte para vivir, ni si siquiera nos hubiera permitido publicar en las editoriales más importantes. En pocas palabras: no habríamos alcanzado la fama».

lunes, 15 de septiembre de 2014

Perro guardián

Fan Art de Christian Rosado.

Así se llama esta nueva película peruana. Y si digo «película peruana» es evidente que me refiero a... exacto, adivinaron: otra película sobre el terrorismo.

La gracia fue ir a ver a Carlos Alcántara (el «Perro»). Es decir, se promocionó esta película afirmando que encontraríamos a un Alcántara dentro de una nueva piel: un exmilitar convertido en sicario. Barbón y con casaquita de cuero. No me creí el cambio de piel. Alcántara es muy blandito. Y eso que tuvieron que teñirle la barba y el cabello de negro. Eso tampoco me lo creí porque los pelos en su pecho estaban canos (película peruana, ajá).

La cinta es regularona. Y en el cine peruano [sic] esto quiere decir que puede pasar por buena.

Yendo al grano:

¡Atención! 

Spoilers: no hay. Malas actuaciones: tampoco. (Se supone que aquí debería dar detalles sobre el argumento, pero me da una reverenda flojera. Por favor, colaboren con este blogger y busquen la sinopsis.)

Es un filme correcto y con algunas escenas memorables. No es una película de acción. Hay sangre pero no hay acción (ya saben: balaceras, bombas, sexo). Eso sí, la atmósfera lograda es lo mejor de la cinta. Lo mejor. Qué gran actriz la atmósfera. Y, bueno, también están los guiños a monumentos como Taxidriver o Léon: The Professional (aunque mucho guiño ya es plagio).

Verla no fue una pérdida de tiempo. Me atrevería a recomendarla. Solo pensaba, mientras observaba al lacónico «Perro», si Pietro Sibille lo hubiese hecho mejor.