martes, 30 de octubre de 2012

El último disidente

Foto: Alberto Nicho.

Gabriel Ruiz Ortega (Lima, 1977) es autor de la novela La Cacería, además de reconocido antologador y blogger. En esta oportunidad nos brinda una entrevista en la que habla acerca de Disidentes 2: Los nuevos narradores peruanos, su nueva selección de escritores.

Desde la primera antología que preparaste han pasado cinco años. Sobre este corto periodo, ¿qué puedes decir en cuanto a la irrupción en el Perú de nuevos escritores y su producción narrativa?
—La antología de 2007, Disidentes, vino a ser una especie de momento Kodak, es decir, el instante feliz de lo que en ese entonces era la nueva narrativa peruana. Aún recuerdo el entusiasmo que despertaron los escritores que aparecieron del 2000 al 2007, que no fue producto de un Big Bang, sino gracias, principalmente, a las nuevas editoriales, que cumplieron un papel fundamental. Quise hacer un muestreo, patentizar mi competencia de lector. Jamás quise que Disidentes fuera una antología más. Detrás de ella hubo un largo proceso de canibalización, de confrontación de poéticas y un bombardeo de mi ego; debía, pues, ser lo menos subjetivo posible. Como bien sabes, la antología generó muchísima polémica, me saqué la mierda con medio mundo y tuvo innumerables reseñas. Fue una de las publicaciones más comentadas de ese año, si no me equivoco.

El año pasado presentaste Disidentes 1, trabajo en el que reuniste a las mejores narradoras peruanas de la actualidad. Con Disidentes 2 nos entregas una antología solamente de narradores. ¿Esta separación de género te ha permitido advertir nuevas características a tomar en cuenta? Ya antes mencionabas que nuestras narradoras sí saben contar una historia.
—La historia fue así. No tuve pensado hacer Disidentes 1, sino una gran antología que rehuyera del espíritu de muestreo de la anterior. Pero mientras la confeccionaba me di cuenta de que los documentos antológicos sobre nuevas narradoras peruanas eran escasos; además, me resistía a creer que Matadoras, de Estruendomudo, fuera la más representativa. Se la vendió así cuando la realidad demostraba que detrás de ella hubo un flojo trabajo de búsqueda. Ojo, esto lo digo en buena onda, pero no quiero caer en hipocresías y forzadas diplomacias. Entonces me concentré en las narradoras, en pos de un trabajo de escogencia que nos permitiera saber lo que se había publicado del 2000 al 2010. Si pudiera definir esta experiencia, diría que fue un exhaustivo trabajo de arqueología. Recordaba y buscaba, y mi sorpresa resultó mayúscula al constatar que había más de ochenta libros publicados por mujeres. En Disidentes 1 puedes ver narradoras que publicaron en el 2000, 2001, 2004, en fin. Y a medida que iba confeccionando la lista, como que era invadido por un soterrado ánimo belicoso. Obviamente, entre mi universo de narradoras había de todo: excelentes, buenas, regulares, malas y mediocres. Ahora, tampoco fue mi idea reivindicarlas. No creo en eso. Para mí no existe diferencia entre lo que escriben hombres y mujeres, salvo la calidad y fuerza literarias. No podía hacerme el loco con esta eclosión de narradoras, se necesitaba, pues, de un documento que nos sirviera de guía. Ha quedado demostrado que a las mujeres, a diferencia de los hombres, les cuesta más que las tomen en cuenta. No sé a qué se debe esa mezquindad, que aún existe. Narradoras como Karina Pacheco, Julie de Trazegnies, Julia Wong, Nataly Villena, Yeniva Fernández y Patricia Miró Quesada, por citar algunas, merecen más atención, y no por ser soberanamente simpáticas, sino porque sus libros encierran una propuesta interesante, mucho más que la idioteces que nos ofrecen los medios. Pues bien, la característica que noté, la que llamó más mi atención, fue que ellas sí sabían cómo hilvanar una historia, dotándola, en especial, con un nervio narrativo que he visto en poquísimos narradores, si es que empezamos a comparar. Imagino que en este aspecto juega mucho la experiencia de vida. Pienso, por ejemplo, y siendo lo más impresionista posible, en el amor y el sexo. El amor y el sexo en las narradoras es mucho más elevado, verosímil y logrado que en sus pares masculinos.

Coméntanos cómo surge la presente antología. Sobre todo, ¿bajo qué parámetros elaboraste la selección?
Foto: Alberto Nicho.
—Mucha gente piensa que soy crítico literario de oficio. A lo mejor por La fortaleza de la soledad, en donde subo mis reseñas, entrevistas y artículos; además, presento libros de escritores «jóvenes» y consagrados, no solo de Perú, y brindo charlas y conferencias. Pues no, no soy crítico literario. Lo que más he hecho en toda mi vida ha sido leer de manera voraz y desordenada. Por ello, no he tenido parámetro alguno para ninguna versión de Disidentes, salvo, eso sí, mi gusto objetivo. Cuando te hablo de gusto objetivo me refiero a un estado emocional y mental de desahuevamiento, en donde comparo y me dejó llevar por el valor del texto como tal, sin importarme si este se ajusta o no a lo que busco como lector. Para elaborar Disidentes 2 partí de lo básico: releí toda la antología del 2007, más los respectivos libros de los autores, incluyendo los que algunos publicaron después. Tenía que hacerlo porque desde el principio supe que iba a realizar una criba, ya que debía incluir nuevos narradores, además, lo que menos quería era que Disidentes 2 me salga parecido a un ladrillo de 500 páginas. Por otra parte, no quería volver a cometer los mismos errores. Yo quiero mucho a la primera versión de la antología, por todo, pero en estos años siento que he madurado, ya no veo la literatura como en aquel lejano 2007. Me interesa quedar bien con la literatura, con lo que he leído y ser consecuente en mi forma de asumirla. No me interesó consignar autores por sus premios, su influencia académica, su pegada en prensa, por la editorial en que publican. Es decir, quise reflejar una postura frontal con La otra literatura, que detesto como no tienes idea. Y no te niego, la criba me fue muy difícil, entre los autores que retiré, algunos son muy apreciados por mí como personas. Pero Disidentes 2 es una antología, no un tono. Y, efectivamente, sé que pude ser injusto, pero si no arriesgas, no puedes pretender hacer algo relativamente perdurable.

Como bien mencionas en el prólogo, no existe la antología perfecta. Sin embargo, siento que esa afirmación ayuda a quitarte mucha responsabilidad como antologador. ¿Qué opinas tú? ¿No debe acaso existir un acercamiento a la perfección?
—Cuando se dice que no hay una antología perfecta, depende mucho de quién lo diga. Esa frase se ha usado para justificar florilegios rubricados por los sentimientos menores y el oportunismo. Pero si sientes que uso esa frase para eximirme de responsabilidad, puta, creo que la cagué, porque debí explicarme mejor. Estoy satisfecho con la selección de Disidentes 2, pero lo estaría más si hubiese contado con Carlos Gallardo y Roberto Zeballos. La lista de los que entraron hubiera quedado redonda con ellos. Con Gallardo me invade una desazón, porque fui un huevón al no contar con él para la primera versión de la antología. Y ahora que hablo de él, hace un tiempo publicó una novela, Espuma, que está bastante bien, pero que por esas extrañas lógicas tan caras en nuestro ambiente literario, no tuvo la repercusión que merecía y en ello jugó La otra literatura, que desdeña autores valiosos bajo criterios que no son literarios. Hice lo que pude para ponerme en contacto con él. Con Zeballos tuve una experiencia aleccionadora. Como sabes, él es autor de Tigre Hircana, ganadora del BCR de Novela 2007. Llevé a cabo una labor detectivesca para contactarlo. Tuvimos un fructífero intercambio emiliar y entendí sus razones, más vitales que literarias, de no estar.

Si uno de los objetivos de esta antología era mostrar a los «nuevos talentos», ¿por qué volver a recoger a quienes ya aparecieron en Disidentes: Muestra de la nueva narrativa peruana (Revuelta editores, 2007)? Algunos de ellos (Alexis Iparraguirre, Carlos Yushimito, Daniel Alarcón y Luis Hernán Castañeda) incluso reaparecen con el mismo cuento. ¿No era esta una oportunidad para mostrar a otros nuevos narradores?
         —En Disidentes 2 hay veintiún autores. Ninguno sobra. Hace un rato te hablé de mi criterio subjetivo, pero este no me libró del sendero que debí usar, y ese sendero por el que se forjó la hechura de Disidentes 2 estuvo conformado por Yushimito, Castañeda e Iparraguirre, que a mi juicio son los más representativos de la década pasada. Tenía que ir a lo seguro con ellos, había que cimentar bien la base, por eso les pedí «Seltz», «Poeta Cedrus» y «El inventario de las naves». Y en el caso de Alarcón, lo ideal hubiera sido contar con «Ciudad de payasos», pero también sabía de lo complicado que es el proceso de permiso que hay que gestionar. Alarcón es un narrador de verdad, y eso es lo que me importa más allá de su fama y prestigio. Ahora, es importante dar a conocer a los nuevos narradores, pero me interesa ante todo la calidad, no quiero caer en el doble discurso. Entre 2004 y 2007 vivimos una etapa importante, aparecían muchos escritores con buenos libros, luego el asunto fue cayendo, había cantidad pero los textos no estaban a la altura de lo que se esperaba. No fue una década sostenida, tuvo sus bajones. En esta antología entraron once narradores más, y si me hablas de nuevos, aún no muy ubicados, podría citarte a Carlos Saldívar y Orlando Mazeyra. No sé si podría hacer lo mismo con Jeremías Gamboa, Carlos Torres Rotondo, Francisco Ángeles, Sandro Bossio, Martín Roldán Ruiz, Juan Carlos Bondy,  que son nuevos, sí, pero ya ubicados y reconocidos. 

      Una de las críticas más puntuales que se hicieron a tu antología publicada en el 2007 fue respecto a la recopilación exclusiva de escritores nacidos en Lima o que publican aquí. En Disidentes 2 volvemos a encontrar casi lo mismo. ¿Existe alguna razón que fundamente este centralismo? ¿Por qué los limeños siguen representando a la narrativa peruana en tus antologías?
—Mira, es cierto que se formuló esa crítica puntual. Me parece totalmente válida, pero esta vino condimentada con una hipocresía que hay que enfrentar. A la fecha se ha publicado más de una antología de narrativa peruana y solo a Disidentes se le achacó ese reparo. Definitivamente hay narradoras y narradores jóvenes en provincias, pero muy pocos, contados, con libro publicado. Y otro de mis criterios para escoger es que el autor debe tener al menos un libro en su haber. Al menos el libro publicado te da la garantía, en teoría, de que esa voz está en camino de armar un proyecto narrativo. En este sentido, recuerdo que en el 2006 le conté a Guillermo Niño de Guzmán de la antología que venía armando y él me dio un consejo: que solo incluya a narradores con libro, que no me pase lo que a él con En el camino, su legendaria antología de narrativa peruana de los ochenta, en la que incluyó narradores sin libro y que sin más desaparecieron. Obviamente, hablamos de otra época, muy jodida para la empresa editorial. Pero ya no estamos en los ochenta, ahora, mal que bien, hay editoriales que permiten la publicación de nuevos autores y en base a esta realidad hay que trabajar, apoyar la difusión de las publicaciones de editoriales como Cascahuesos, de Arequipa, y Bisagra, de Huancayo, y estar atentos a la aparición de otras editoriales serias de provincias. ¿Cómo propiciarlas?, me pregunto. Pues valorando lo bueno, atento, digo lo bueno, que editan y no saludándolas como si fueran elementos exóticos. Se trata de un punto sensible en el que vale ser preciso. Se ha hablado mucho del centralismo, de la exclusión. Más de uno se ha llenado la boca hablando de la apertura que debemos tener hacia lo que se escribe en provincias, pero en la práctica no se ha hecho ni mierda. En Disidentes 2 hay narradores que han escrito su obra desde provincias, Mazeyra, de Arequipa, y Bossio, de Huancayo. Y los convoqué por la calidad de su obra, no porque sean de provincia.

Con esta antología le has tomado el pulso a la narrativa peruana contemporánea. ¿Cuál es entonces tu diagnóstico? ¿Se goza de buena salud?
—Luego del 2007 no nos recuperamos del bajón. Esto no quiere decir que después no hayamos tenido novelas y cuentarios de interés. Claro que sí: Contemplación del abismo, de Richard Parra; Sonata para Kamikazes, de Giancarlo Poma Linares; The Cure en Huancayo y Ojos de pez abisal, de Ulises Gutiérrez; El descubrimiento del ruido, de Martín López de Romaña; La casa del sol naciente, de Evelyn García; Cortometraje, de Yuri Vásquez; y La ciudad más triste, de Jerónimo Pimentel. Digamos que aún queda el fuego, pero este corre el riesgo de desaparecer, lo que nos está faltando es ejercer una mirada más atenta, dejarnos de idioteces y empezar a leer libros y no al amigo, al contactado... Hay que luchar contra eso, en Perú no es suficiente publicar un buen libro, no basta con que el autor deje su libro en la redacción de un diario, sino que este se ve obligado a ser protagonista, ser parte del sarao y prestarse al juego de la castración crítica y el lustrabotismo simultáneo. Sino fíjate en Facebook, allí todos son los sucesores de Philip Roth, Alice Munro, Nicanor Parra. Y nadie dice ni mierda. No hay conflicto, parece que el conflicto de un narrador y poeta de hoy fuera no aparecer reseñado en los espacios de nada de Somos, que Pedro Escribano no te entreviste, que José Carlos Yrigoyen no acepte tu solicitud de amistad en Facebook. Ahora todos han leído a Mo Yan. No hay discrepancia, hay un aberrante temor a quedar mal. En el periodo 2004–2007, había entusiasmo, pero también opiniones divergentes, existía pues la voz contraria, que se veía en los blogs, principalmente.

Para concluir, cuéntanos qué nuevos proyectos vienes preparando.
Foto: Alberto Nicho.
       —Ahora ando de librero en Selecta Librería y, contra lo que pensaba en un principio, leo y escribo mucho más que antes. Es curioso, mi mente necesitaba despejarse para repotenciarse. Tengo dos novelas escritas, que seguramente demoraré en publicar porque me quedé sin editor, y un par de proyectos más que empecé pero que no sé si los terminaré. Uno de ellos es, o quizá era, un libro de mis entrevistas literarias. Me lo pidió Edwin Chávez, editor de LaMula, que pensaba editarlo en formato de libro electrónico. La propuesta me pareció ideal en principio, pero son más de ochenta entrevistas, cerca de 150 mil palabras, y muchas de ellas debían ser revisadas, actualizadas, o sea, ello me llevaría a ponerme en contacto con los autores y lidiar con egos desmesurados y es lo que menos deseo en estos momentos. No solo es copiar y pegar. A lo mejor termine haciendo una selección de las entrevistas y no sé si Chávez me la acepte. Creo que es un proyecto abortado. Y el otro, Disidentes 3. Poetas peruanos 1990–2010. La verdad que tenía mucha ilusión. La lista inicial me quedó de la putamadre. Soy un rendido lector y consumidor compulsivo de poesía peruana. Cada vez que leo antologías peruanas contemporáneas de poesía se refuerzan mis ganas de hacer una que no caiga en yerros gratuitos. Creo que una selección, seria y sin sentimientos menores, de veinte poetas podría indicarnos que no estamos tan mal como pensamos. Mi deseo era poner punto final al proyecto Disidentes con una antología a la poesía peruana contemporánea. Pero la realidad es aplastante, «la poesía no vende», me dijeron en Altazor, y si te lo dice la editorial más solvente, qué puedo hacer. Con Disidentes 2 se cierra el círculo, mi etapa de antologador.

miércoles, 17 de octubre de 2012

El país de las últimas cosas


Novela un tanto floja de Paul Auster. Nada más al principio, en los incisos, notamos la aparición de un segundo innecesario narrador que nos brinda detalles que luego Anna Blume, la narradora protagonista, dejará en evidencia: que se trata de una carta y que quien la relata es una mujer.

Mientras cavilaba en si debía considerar eso como un «error técnico», lo que luego me condujo a iniciar una reflexión sobre qué es la famosa «técnica», el editor principal se levantó enérgicamente y me recriminó por estar leyendo en horario de trabajo. Creo que hasta le saltaron pequeñas gotas de saliva que se fueron a estrellar en su chompa.

En realidad eran las ocho y cinco de la mañana y, gracias a mi buena costumbre de ir demasiado temprano a todo, había aprovechado en leer hasta que todos llegaran y encendieran sus máquinas. Pero el quisquilloso del editor estaba muy ansioso aquel día. Entonces se regresó a su silla (los inmensos labios de camello aún permanecían húmedos) no sin antes señalarme una pila de libros que tenía que corregir. 

Guardé la novela y pensé qué extraño es que en una editorial (¡en una editorial!) vean tan mal a una persona que lee mientras los demás abren el Facebook. Por supuesto, esperé al sábado para cobrar mi sueldo y me largué.

AUSTER, Paul. El país de las últimas cosas. Barcelona: Anagrama, 2000.