F me llama y me dice que me ha enviado los pasajes aéreos a mi correo. De paso, me informa sobre la dinámica que tendremos que seguir. También me dice que esta será la última presentación.
Me da un poco de pena esto que me cuenta F. La última presentación, pienso. Hemos estado en un par de universidades de Lima y en la feria internacional de esta ciudad, en ferias y centros de estudios de Huancayo, Ayacucho y Piura. Y si hay algo que me ha dado el Premio Copé (perdonen el autobombo), y que valoro tanto, ha sido la oportunidad de ponerme delante de un auditorio (lo que básicamente he hecho en todas esas ocasiones —con alguna ligera variación— es contar cómo llegué allí, es decir, a estar frente a un público que espera que diga algo interesante).
Los viajes a provincia junto a F, C y R están repletos de historias. En Ayacucho, por ejemplo, nos condujo un taxista que sentía un tierno y enorme orgullo al estar transportando al hijo del autor de El mundo es ancho y ajeno, y cuando los policías lo atajaban por querer atravesar una calle prohibida, decía el buen hombre: «Es que estoy llevando a los catedráticos» (y nos presentaba ante las autoridades y nosotros éramos su salvoconducto). En Huancayo, donde nací pero solo viví hasta el año y medio, alguien corrió la voz de que me encontraba en la feria, y durante la respectiva firma de libros se fueron acercando personas que decían ser mis tíos o primos (hay una parte de mi árbol genealógico que no conozco y tiene raíces allí). En Piura trabé amistad con un profesor español, escritor y gran lector de Ribeyro, con quien intenté hablar de literatura española última pese a que él sentía mayor pasión por la literatura peruana última y la conocía al dedillo.
Una amiga me dijo que esto es lo más parecido a la vida de un rockstar, y quizá las analogías que encuentro validan mucho su afirmación porque F, C, R y yo salimos en avión muy temprano, llegamos a hoteles de primera, paseamos un poco por la ciudad y, cuando cae la tarde, nos sentamos a una mesa y hablamos frente a un auditorio repleto. Esta sería nuestra manera de dar un concierto.
(Para llegar a fin de mes, Charles Dickens hacía lecturas públicas en Nueva York. Sus lectores iban al teatro, pagaban una entrada y accedían al lujo de oír al propio Dickens leer en voz alta algunos extractos de sus novelas —una especie de Hernán Casciari—. Nosotros, en cambio, somos más solemnes. Hablamos sobre las obras ganadoras y contamos algunas anécdotas).
Me despido de F sabiendo que esta será su última llamada para coordinar un viaje. Él seguirá en lo suyo, año tras año, poniendo su granito de arena para consolidar el que es el premio literario más importante del Perú. Yo seguiré en lo mío, que es juntar letras. Y Trujillo será la última ciudad que visitemos juntos F, C, R y yo.
Estoy triste pero he hecho amigos.