sábado, 31 de diciembre de 2011

Lo que leí el 2011

«Joven leyendo» (Ignad Betnarik)

El año se acaba. Mientras escribo este post apenas le quedan unas cuatro horas de intensa agonía tras la cual muchos celebrarán en bares y discotecas. Yo soy la excepción. Siempre pienso que no hay nada como recibir el año entrante estando sobrio. Total, la alegría con la que uno le da la bienvenida al nuevo calendario no depende de la ingesta de licor sino del propio estado anímico.

Ha sido un año en el que he intentado leer más de la cuenta, o por lo menos superar las cifras del 2010. Supongo que se hará una costumbre, si este blog y yo sobrevivimos, hacer este tipo de recuentos de las lecturas que nos endulzaron la existencia. 

Jugando con los colores, irán en azul los libros que me agradaron bastante, es decir, lo mejor de lo mejor; en púrpura, los que me hicieron pasar un buen momento pero no llegaron a más; en verde, los que fueron mero entretenimiento y son prescindibles; y en naranja, los libros que uno podría quemar por lo malos que fueron. Aquí el ránking:

1.- La noche de Morgana (Jorge Eduardo Benavides). Muy buena colección de cuentos del escritor peruano. No lo pongo en azul porque tiene un par de cuentos de relleno.

2.- El desierto de los Tártaros (Dino Buzzati). Mi biblia moderna. La había buscado casi dos años y cuando la hallé, la devoré y me quedé más que satisfecho. Es el libro que mejor retrata el tema de la soledad.

3.- La perla (John Steinbeck). Hermoso librito del Nobel. Corto y efectivo.

4.- Como agua para chocolate (Laura Esquivel). Un fiasco. Y pensar que tiene muchas ediciones e inclusive una película.

5.- Ficciones (Jorge Luis Borges). No necesita mayor presentación. Es la gran literatura en cada una de sus páginas.

6.- La piel fría (Albert Sánchez Piñol). Minimalista, como me encantan. Lo calificaría como un thriller filosófico. El suspenso recorre el libro de punta a punta.

7.- La iluminación de Katzuo Nakamatsu (Augusto Higa Oshiro). Nunca encontré la justificación para que este libro haya sido considerado el mejor del 2008. No merece la pena. El final es tan abrupto.

8.- La metamorfosis y otros relatos (Franz Kafka). Un clásico que nunca leí completo. Te abre las puertas al mundo kafkiano.

9.- La única chica del grupo (Carmen Escobar). Si hago memoria, lo recuerdo poco. Un libro hecho de retazos de textos. Cuentos que ni eran cuentos. Pobrísimo.

10.- En los extramuros del mundo (Enrique Verástegui). Genial poemario. Sucio y callejero. Uno mira con otros ojos el centro de Lima luego de leerlo.

11.- Aura (Carlos Fuentes). A mí no me pareció la gran cosa. Incluso la historia y su desenlace me parecieron tontos.

12.- El camino (Miguel Delibes). Hermoso libro del español. Tan tierno, tan dulce.

13.- Suicidios ejemplares (Enrique Vila-Matas). Tiene algunos cuentos magníficos, pero no se entiende porqué hay relatos de pésima calidad que están incluidos en la colección.

14.- Termina el desfile (Reinaldo Arenas). A este cubano le encanta jugar con el lenguaje. Son cuentos bien logrados pero la mayoría terminan por hastiar al lector. Pese a eso, prometo seguir leyendo más de él.

15.- El señor de las moscas (William Golding). El argumento ya de por sí es genial y el autor lo sabe explotar con magnificencia. Un libro muy cercano a temas de sociología.

16.- Algo que nunca serás (Guillermo Niño de Guzmán). No son los cuentos que uno espera de este autor peruano. Quizá sus primeros libros terminen por reconciliarme con él.

17.- El enano (Fernando Ampuero). La ojeriza que Ampuero le tiene a Hildebrandt es evidente, y este libro es una muestra de ello. Si Ampuero canalizara esa energía para hacer verdadera literatura lograría mejores cosas. Se deja leer con facilidad.

18.- Hamlet (William Shakespeare). Otro clásico que me debía y cuya lectura disfruté. Sin embargo, estas tragedias lo terminan por empachar a uno.

19.- Casa (Enrique Prochazka). El libro arranca bastante bien -pues Prochazka plagia bien a Borges- pero, conforme avanza, la Casa se cae a pedazos. Por ratos es ininteligible. 

20.- Miguel Strogoff (Julio Verne). El escritor francés es todo un genio para hacerte encariñar con sus personajes y no aburrirte nunca con ellos en sus aventuras. A Strogoff le pasa algo casi a mitad del libro y que te hace saltar de tu asiento; no puedo decirlo.

21.- El viejo y el mar (Ernest Hemingway). El libro se sintetiza en una frase tan monumental, algo así como que un hombre podrá ser destruido pero jamás podrá ser derrotado. Le valió el Pulitzer al buen Hemingway.

22.- El lugar sin límites (José Donoso). Lo leí antes de ver la película del mismo título. Es evidente su pertenencia al Boom latinoamericano. Lo mejor del libro son los boleros que aparecen en él.

23.- La loca de la casa (Rosa Montero). Grato libro de la periodista española. Bastante lúdico. Pudo ir en azul.

24.- Las lunas de Júpiter (Alice Munró). Casi lo pongo en naranja. Su prosa era demasiado detallista; era un exceso que me exasperaba salvajemente, pero como soy masoquista la seguiré leyendo (tal vez un par de libros más).

25.- 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana (José Carlos Mariátegui). Es el libro que todo peruano debe de leer, y yo ya tenía que justificar mi nacionalidad.

26.- Bartleby, el escribiente (Herman Melville). Dicen que es la fase inicial de la literatura existencialista. El personaje creado por Melville es tan extraño, sin llegar a ser oscuro; un nihilista completo.

27.- La importancia de llamarse Ernesto (Oscar Wilde). Entretiene, sólo eso. «El retrato de Dorian Gray» me sigue pareciendo su obra maestra.

28.- El guardián entre el centeno (J. D. Salinger). Por la leyenda que se teje detrás de este libro uno confía en que su lectura esconde algo más, pero no. Es una novela sencilla, tierna por ratos. Eso sí, Holden Caulfield, ese jovenzuelo protagonista de la obra, se te vuelve inolvidable.

29.- Extraña forma de vida (Enrique Vila-Matas). Esperaba más de este librito. Se deja leer.

30.- La velocidad de las cosas (Rodrigo Fresán). Me desesperaba cada vez que lo tomaba del velador para leerlo. No surgía una historia y no apareció ninguna hasta que lo terminé. Me enfurecen bastante los libros que te hacen perder el tiempo. De castigo, va en naranja.

31.- París no se acaba nunca (Enrique Vila-Matas). Dicen que Vila-Matas no es para mí, sin embargo, voy a seguir leyéndolo para al final comprobar que es el escritor contemporáneo más sobrevalorado.

32.- Seda (Alessandro Baricco). Segunda vez que lo leo. La primera vez fue en PDF y en esta segunda ocasión ha sido en un libro tal cual. Sigo sin entender como otros lo califican de «joya».

33.- El inventario de las naves (Alexis Iparraguirre). Tiene un par de cuentos letales, bastante buenos. Como conjunto le falta un poco de cohesión.

34.- Rojo y Negro (Stendhal). Este libro te enseña a enamorar realmente a una mujer. Y ya me lo habían dicho antes de leerlo. De aquí en adelante, representa mi educación sentimental.

35.- El lazarillo de Tormes (Anonymous). Otro clásico que ni en tiempos de colegio lo había terminado de leer. Ese lazarillo es todo un bribón.

36.- Prosas apátridas (Julio Ramón Ribeyro). Joyón de joyones. Un libro que se disfruta con demasiado placer. El goce de las palabras roza lo orgiástico.

37.- El lugar (Mario Levrero). Con este comenzé la «Trilogía involuntaria». Muy ágil, muy bueno.

38.- El jardín de la doncella (Carlos Rengifo). Un bodrio total, lo peor que he leído en mucho tiempo. Para ser un libro premiado no justifica en nada tal condición. Al final, lo vendí a un incauto.

39.- Diccionario de Literatura (Francisco Umbral). Me apasiona Umbral y en este libro el español se sirve de él para calificar a los demás escritores de su tiempo y compartirnos breves anécdotas. Su erudición nunca me termina de sorprender.

40.- Romeo y Julieta (William Shakespeare). Tanto hablan de estos libros clásicos que ya ni los leen. Yo los adoro. Pese a que sabía la historia y el final, lo disfruté mucho.

41.- Poemas de otros (Mario Benedetti). El dulce Benedetti. Ya sé por qué a mis amigos no les gusta. «Es que la gente los prefieren más fieros», como me decía un colega.

42.- El mar (John Banville). Con qué ansiedad lo leí y vaya que no me decepcionó. Recomendable.

43.- Fahrenheit 451 (Ray Bradbury). Me sorprendió para bien. Me hizo reflexionar. Logró que amara aún más a los libros. De lectura obligatoria.

44.- Tanta gente sola (Juan Bonilla). Este libro de cuentos es genial. Historias interconectadas, muy bien narradas y, sobre todo, con un giro de tuerca al final que te deja pasmado.

45.- Plataforma (Michel Houellebecq). Amé este libro. Su final, no lo niego, me hizo llorar un poco. Cuando lo terminé me dije a mí mismo que debería leer más a Houellebecq.

46.- Don Juan Tenorio (José Zorrilla). Lo leí por el Día de los Muertos, como una manera de celebrar esa fecha. Ahora entiendo la fama de burlador de Don Juan.

47.- París (Mario Levrero). Aquí, el escritor uruguayo se siente más libre para jugar con lo onírico. También aprueba.

48.- Exilados (James Joyce). Mentiría si digo que me encantó. Se deja leer pero no es el Joyce que uno quiere encontrar.

49.- El lugar (Mario Levrero). Para finalizar la trilogía. Sin  lugar a dudas, la mejor de la colección.

50.- Memoria del abismo (César Hildebrandt). Quise con todo mi cariño verle el lado amable a esta novela pero no pude. Desaprueba.

51.- Todo arrasado, todo quemado (Wells Tower). Muy buena colección de cuentos. Si no fuera por uno que está demás, lo pondría en azul. Sucede que con los cuentos me pongo exquisito.

52.- Los enamoramientos (Javier Marías). Seré sincero con este libro. Es duro, cruel, filosófico, entretenido, a veces enrevesado, a veces asombroso, pero no lo considero como lo mejor del 2011. Ojo. Es un muy buen libro y a muchos críticos y lectores les ha fascinado, pero, en lo que respecta a mí, no tiene eso que hace que una novela le impacte a uno, eso tan inexplicable que solo uno reconoce cuando ya lo está leyendo.

53.- Yawar Fiesta (José María Arguedas). Lo terminé minutos antes de iniciar este post. El 2011 se han cumplido 100 años de su natalicio y conocer su obra es la mejor manera de homenajearlo.

Este fue el ránking de mis lecturas. Les deseo a todos un feliz 2012; que sea un año de alegría y lleno de libros inolvidables. :-)

lunes, 26 de diciembre de 2011

Los enamoramientos


Cuando me decidí a leer la última novela de Javier Marías, «Los enamoramientos», ya casi se había agotado en todas las librerías de Lima. Estaba verdaderamente angustiado. Regresaba entonces de una infructuosa pesquisa por el centro de la ciudad, cuando le comenté a R la desazón que me provocaba no encontrar el libro (él, por su puesto, tenía el suyo y ya lo había leído apenas llegó a estos lares).

—Creo que ese libro correrá la misma suerte que el primero de «Tu rostro mañana» —me dijo pensativo.
—¿A qué te refieres, R?—le pregunté.
—A que quizás se agote y sea casi imposible de hallar. —Una sensación de malestar se apoderó de mí. No podía concebir que el libro escaseara tan pronto y ante mis propias narices. Sin dejar pasar muchos días, fui a una librería en la que solo quedaba un ejemplar, el cual compré sin pensármelo mucho.

La historia es narrada por María Dolz (me dicen que es la primera vez que Marías utiliza una voz femenina) quien cuenta cómo le afectó la muerte de Miguel Desvern o Deverne, a quien sólo conoció de vista. Esta novela es en sí un tratado reflexivo sobre la muerte, tema central al que se le añade el de la nostalgia y el enamoramiento. El título siempre se me antojó bello y no dista mucho de la manera tan bella en que está escrita la novela.

Las referencias literarias predominan en el texto y le otorgan un gran sentido. Allí tenemos como fuentes principales a Shakespeare («Macbeth»), Balzac («El Coronel Chabert») y Dumas padre («Los tres mosqueteros»). Dicho sea de paso, en este año que termina, Babelia ha elegido a esta novela como la mejor del 2011. No he leído los otros títulos del ranking para hacer la comparación respectiva, pero, sin duda alguna, la novela de Marías, por su tono intimista y prosa cuidada, merece tal lugar en el podio.

MARÍAS, Javier. Los enamoramientos. México, D.F.: Alfaguara, 2011.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Todo arrasado, todo quemado


Recién leo este libro que me regalaron por mi cumpleaños, que fue hace meses. Fueron los amigos de Planeta quienes me lo obsequiaron a través de esos conocidos sorteos de Facebook. Semanas antes, lo había elegido por sugerencia de un amigo de El Virrey, quien me dijo: «No leo a ningún autor nacido después de 1950, pero éste es muy bueno». Se refería al libro de Tower, cuya portada parecía el de una saga sobre vikingos.

Este libro es considerado como una de las mejores colecciones de cuentos de los últimos años, y su autor es poco menos que el gran descubrimiento de la literatura norteamericana. Cuando me hice del libro simplemente lo dejé en el estante de mi casa y ya le iban a salir raíces hasta que hace una semana lo tomé y empecé su lectura.

Los cuentos de Wells Tower (Canadá, 1973) conforman un cuadro muy preciso sobre la vida cotidiana yanqui, salvo el cuento que da título al libro, que aborda más bien el mundo de los pueblos vikingos y su convivencia. Los demás presentan a personajes realizando labores totalmente domésticas, poseedeores de complejos problemas internos. Los nueve cuentos que conforman el texto mantienen un nivel de calidad bastante alto, siendo el primero («La costa marrón»), a mi parecer, el más logrado de todos.

Todo arrasado, todo quemado es el debut literario de Tower. Sus cuentos rebozan de una impecable belleza y logran cautivar por el grado de sencillez en el que han sido elaborados. Sin embargo, es evidente que se trata de una colección que se podría calificar como the best of. No existe unidad en el libro y hay ciertas lejanías temáticas entre algunos de los relatos.

TOWER, Wells. Todo arrasado, todo quemado. Barcelona: Seix Barral, 2010.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Memoria del abismo

En este blog nos gusta mucho César Hildebrandt; su labor periodística es la más destacada en los últimos años y su ética no es lugar común entre los periodistas peruanos. Sin embargo, las lides literarias son otras y, con el dolor de mi corazón, he de reseñar «Memoria del abismo», su primera y única novela publicada hasta el momento.

Todos hacen referencia a esta novela como "malísima". La verdad es que bajo ese prejuicio la leí, esperando encontrar un esperpento. Ya Fernando Ampuero, en «El Enano», libro dedicado a denostar a Hildebrandt, cuenta unas anécdotas bastante crueles sobre esta novela que, en definitiva, no tuvo el éxito que su autor esperaba.

La novela narra de forma fragmentaria las vidas de periodistas, dirigentes sindicales, políticos, traficantes, cada uno ocupando un lugar relevante dentro de la construcción de una historia peruana de fines de los años ochenta, un retazo de la Lima de los invasores, las reuniones conspiratorias y el tráfico de drogas. Es, a primera vista, la novela de alguien que ha pasado mucho tiempo rodeado de sucesos noticiosos.

Hildebrandt cae en exageraciones. Su prosa, vigorosa en las columnas periodísticas que escribe, llega a ser bastante soporífera en el terreno de la narrativa. Los adjetivos cabalgan uno sobre otro y lo que se nos entrega es un texto bastante barroco. Los personajes, aparte de llevar nombres risibles, no dejan de aparecer hasta muy avanzada la obra. Y la conversación literaria que sostienen dos de ellos hacia el final del libro es casi intolerable.

Pese a esto, no creo que esta novela sea malísima. Tal vez sea «mala», simplemente, o mediocre, lo que es peor aún, pues queda a medio camino entre el fracaso y la victoria. Sucede que por tratarse de César Hildebrandt, uno esperaba injustamente encontrarse con un libro, al menos, interesante.

HILDEBRANDT, César. Memoria del abismo. Lima: Jaime Campodónico, 1994.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Trilogía Involuntaria

El uruguayo Mario Levrero ha sido el descubrimiento del año. Al comenzar la Copa América 2011, en la que Perú quedó tercero, prometí leer algún libro del país campeón del torneo. Uruguay, en este caso, me deparaba no pocas opciones. Fue en ese instante que R, mi proveedor de libros a préstamo, quien además me permitió tomarle una foto a sus libros (gracias R), me dijo escuetamente «Lee a Levrero», y me hizo llegar este paquete intitulado Trilogía Involuntaria.

Jorge Mario Varlotta Levrero (1940 -2004), nacido en Montevideo, siempre admitió la influencia kafkiana dentro de su obra. Como ejemplo tenemos esta trilogía, compuesta por los libros La ciudad, París y El lugar.

Trilogía Involuntaria, como su mismo nombre lo indica, agrupa a textos que tienen una temática en común pero que Levrero escribió sin previa planificación de unidad. En ellos se hace demostración de una prosa limpia y se exhiben unas historias que se construyen de manera caótica y estructurada a la vez.

La ciudad (1970) es la más realista de las tres, hasta cierto punto. Narra la historia de un personaje que abandona su casa y llega a un lugar que jamás había conocido (y aquí se repite el patrón de los libros posteriores). París (1980), la más onírica de todas, es casi la narración de un sueño y sigue las mismas leyes de éste (si es que los sueños tienen leyes). El protagonista, perdido en un referente real (París), atraviesa por situaciones totalmente descabelladas. Finalmente, El lugar (1982) -a mi parecer, la mejor lograda de las tres- es la descripción de una pesadilla que se burla constantemente del protagonista, un hombre que abre los ojos y se encuentra en un laberinto.

Predomina en esta trilogía el tema del absurdo, un absurdo que jamás termina de aburrir al lector. Uno simplemente no sabe qué le sucederá al personaje en el párrafo siguiente. Narradas en primera persona, las tres novelas presentan siempre a un personaje masculino de mediana edad que jamás se siente identificado con su entorno (y, en algunos casos, hasta consigo mismo) y muestra una insatisfacción existencial constante.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Fahrenheit 451

Hace mucho tiempo quería reseñar esta novela. La verdad es que me fascinó sobremanera e incluso fue tema de discusión en un círculo literario al que asistí. Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, muestra un boceto triste sobre el futuro, un futuro en el que los libros son quemados y los lectores tenazmente perseguidos.

En esta distopía, los bomberos se encargan de incendiar en lugar de apagar las llamas. Montag, uno de ellos, empieza a tener dudas sobre tal ensañamiento contra los libros, al punto que quiere saber qué es lo que contienen. Durante el proceso en que cambiará de mentalidad, aún acepta las normas y las toma como legítimas: «Es un buen trabajo. El lunes quema a Millay, el miércoles a Whitman, el viernes a Faulkner, conviértelos en ceniza y, luego, quema las cenizas. Éste es nuestro lema oficial».

Clarisse, a quien conoce mientras se dirige a la casa donde lo espera su mujer, le abrirá un poco la mente y le incertará las dudas capitales para que luego Montag empiece a cuestionar la sociedad en que vive. Éste dice, por ejemplo: «Anoche, estuve meditando sobre todo el petróleo que he usado en los últimos diez años. Y también en los libros. Y, por primera vez, me di cuenta de que había un hombre detrás de cada uno de ellos. Un hombre tuvo que haberlo ideado. Un hombre tuvo que emplear mucho tiempo en trasladarlo al papel».

La novela aborda temas interesantes como la desaparición del lector, la estupidización de la sociedad y el ritmo veloz en el que trancurre la vida cotidiana. Es, en pocas palabras, un texto capaz de hacer reflexionar al lector y motivar en él un cariño aún más especial por esas criaturas tan extrañas que son los libros.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Exilados

Vi este libro en un pequeño puesto y ya lo iba a comprar cuando decidí dar unas vuelta y seguir buscando otros títulos. Quiso la divinidad que encontrara la misma obra pero en otra edición y a menor precio; sólo entonces desembolsé.

Exilados (sinónimo de Exiliados; ambas formas son válidas) es mi primer y tan ansiado acercamiento a James Joyce. La obra, única para teatro que escribió el irlandés, fue publicada en 1918 y se compone en tres actos.

La trama aborda la situación sentimental entre Ricardo Rowan y Berta, pareja que retorna a Dublin después de un largo exilio. Allí se encuentran con Beatriz y el primo de ésta, Roberto Hand. Entre estos personajes se desarrollan lazos afectivos bastante extraños cuyo eje central es la búsqueda de una nueva moral.

Rowan quiere que Berta sea libre, y no le molestaría que le pertenezca incluso a su amigo Roberto Hand, quien tampoco se muestra en desacuerdo con tal idea. Hand, hablando sobre el Juicio Final, hace alusión a lo que Dios les diría a los hombres: «¡Tontos! ¿Quién les dijo que debían entregarse a un solo ser? ¡Ustedes están hechos para darse a muchos libremente! ¡Yo escribí esa Ley con Mi dedo sobre el corazón de cada uno!»

Exiliados no es, sin embargo, la gran obra que uno esperaría de Joyce. Casi no transcurren acciones y, por largos momentos, la historia se reduce a la conversación entre los personajes. Pero, como leí por allí, todo esto se le perdona a Joyce, que en esos años andaba muy ocupado con la escritura de su Ulysses.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Plataforma


Le dije a G que me preste la mejor novela que haya leído en lo que va del año y me hizo llegar este libro del francés Michel Houellebecq. Lo devoré en una semana (luego de tenerlo casi dos meses en el cajón de la mesa de noche) y vaya que me ha sorprendido. Primero, por la facilidad que tiene para engancharte en la historia. Y, segundo, por la narración ligera y a la vez crítica.

Michel (homónimo del escritor) es un soltero que acaba de perder a su padre y, usando parte de la herencia, decide emprender un viaje en el cuál conocerá a Valérie, quien trabaja en el sector turístico. Ambos, ya en Francia, deciden apostar por el negocio del turismo sexual en toda Europa.

Hasta aquí, una trama tal vez risible. En primera persona, el narrador poco a poco aborda temas como la sociedad de consumo, las relaciones de pareja en el mundo moderno y el terrorismo islamita. El final es bastante desolador y nunca se deja adivinar a través de las páginas en donde abundan escenas de sexo explícito. Luego leer este libro uno ya puede entender por qué Houellebecq es tan polémico.  

En el año 2002, el novelista fue acusado de injuria racial por manifestar en una entrevista que el islam es la religión más idiota del mundo. «Plataforma», publicada un año antes y que aborda ese tema, no sufrió ningún tipo de censura; todo lo contrario, sus ventas se dispararon. Ese mismo año, Houllebecq fue absuelto.

HOUELLEBECQ, Michel. Plataforma. Barcelona: Anagrama, 2008.

lunes, 24 de octubre de 2011

Tanta gente sola


Revuelta Editores ha tenido el acierto de realizar la edición peruana de Tanta gente sola, quinto libro de cuentos del español Juan Bonilla, que recibió el Premio Mario Vargas Llosa NH de relatos 2010. Cabe resaltar, además, que este libro ha sido editado en España por Seix Barral.

En Tanta gente sola encontramos a personajes atrapados por obsesiones y fijaciones extrañas que les causan placer y a las cuales no se pueden resistir. Cada uno se ve envuelto en alguna excentricidad, como un vicio que se practica sin la compañía de nadie. Estos seres se ven constantemente rodeados por un entorno de frustración, angustia y fracaso, del que nunca pueden escapar.

Los cuentos de esta colección son de fácil lectura y resultan amenos. Incluso podrían quedar en eso, simplemente: ser divertidos. Pero (leyéndolos en orden) poco a poco van tejiendo una trama que, conforme avanza el texto, se constituye en una forma unitaria bien definida. 

Hay cuentos que destacan de manera individual, como «Un gran día para tus biógrafos» o «Metaliteratura», sin embargo, este libro adquiere más valor si se le aprecia como un conjunto. Un hilo muy fino va atravesando cada cuento y le otorga organicidad al libro. Uno es testigo de cómo todo el caos va tomando cierto orden cuando al final, con el cuento «El lector de Perec» (que cierra de manera magistral el conjunto de relatos), se nos descubre el misterio.

Un muy buen libro, que no tiene pierde y que asombra por su construcción, la eficacia de su lenguaje y la pericia de la pluma con que está escrito. Tanta gente sola reivindica así al cuento, el género literario con menos éxito comercial en el circuito de habla hispana.

BONILLA, Juan. Tanta gente sola. Lima: Revuelta Editores, 2011.

lunes, 17 de octubre de 2011

El mar

Previa del Perú 2 - Paraguay 0, por las eliminatorias al Mundial Brasil 2014.

Ganadora del Man Booker Prize en el 2005, El mar es mi primer contacto con un autor del que mucho se habla y, por tal motivo, del que tengo no poco interés en abordar. El libro narra en primera persona las dudas, desvaríos y angustias de Max Morden, crítico de Arte cuya esposa ha fallecido de una penosa enfermedad de la que él ha sido el principal testigo. Atormentado por su presente, Max huye hacia su pasado y recorre el barrio donde transcurrió su niñez, como una manera de enfrentar su nueva vida.

Mucho se ha hablado de la calidad estilística de la prosa que exhibe John Banville, calidad que pongo en discusión pues lo que he leído es una traducción y no permite -no lo podrán negar- fijarse detenidamente en las costuras del texto como podría hacerse en una lectura en su idioma original. Tengo, sí, un gran respeto por la narrativa irlandesa, que me parece una de las más sólidas de las letras universales. Banville, traducido, también sabe delicioso.

Aquí, el tema recurrente es la memoria; una memoria que fluye a través de un pensamiento que divaga en un pasado nostálgico y a la vez sexual. Max recuerda su iniciación en el sexo, un sexo de miradas, de intuiciones e imaginación. Sin embargo, el dolor por la muerte de la esposa no lo abandona y salpica las páginas de una honda tristeza a cada instante como gotas de un mar rompiente.

El juego de tiempos, el ir y volver del pasado al presente, es lo que más resalta en la novela. Son como olas narrativas (tributo al título del libro) que vienen y dejan recuerdos en la orilla de la mente del personaje. La carga nostálgica es de una gran magnitud, pero el lector jamás se siente abrumado por los lamentos del narrador.

Banville utiliza para sus descripciones mucha luz y escenas como cuadros apenas sin movimiento, hay mucho color en lo que narra. No en vano Morden escribe un libro sobre Pierre Bonnard, pintor francés al que hace muchas referencias a lo largo del texto. Sin duda, El mar en una obra que nos inunda con el dolor del personaje, pero que nos mantiene siempre a flote para apreciar la brillantez de una novela notable.

BANVILLE, John. El mar. Barcelona: Anagrama, 2006.

martes, 11 de octubre de 2011

Bolero de noche

Si hay un género musical que ha marcado mi vida y que, por ende, me apasiona es el bolero. Esta vez, Perú, en co-producción con México, se atrevió a realizar una película que, supuestamente, lleva como tema central esta música nativa de Cuba.

Siempre me entero tarde de las películas que me deberían interesar. En «Bolero de noche», por ejemplo, que fue estrenada en setiempre, tuve la suerte de percatarme de su existencia hasta hace poco, a tal punto que -como cualquier película peruana- ya la iban a quitar de la cartelera. Así que raudo acudí al cine, no sin antes hacer una variante en la comida que normalmente se lleva para ver una película. Me hice de un vino (tannat), cabanossi y quesos. Los hice ingresar a la sala (donde, dicho sea de paso, jamás revisan nada) y me senté a esperar a que comience la función.

Habían, a lo mucho, ocho personas. Todas con popcorn y gaseosas. Me causaba una sensación extraña pues yo estaba presto a ver el filme sobre el bolero como se debe, es decir, con harto vino. Y, si hubiera tenido menos vergüenza, me hubiera puesto a fumar en plena sala, que era lo único que me faltaba.

Hablemos de lo visionado. El Trovador (Giovanni Ciccia) es un compositor que busca de manera vehemente escribir el gran bolero. Para tal afecto, le advierten, es necesario que primero haya amado y, luego, conocido el sufrimiento producto del desamor. Es allí donde conoce a un personaje particular, que bien podría tratarse de un Mefistófeles de cantina. Éste le propone al Trovador que, a cambio de su alma, le dará lo que tanto busca: el gran bolero. En estas circunstancias, el Trovador conoce a la Gitana (Vanessa Terkes), una DJ de fiestas sadomasoquistas, bisexual y que se convierte en su musa.

Como verán, el argumento, hasta donde les he narrado, es un modelo clásico, una fórmula manida. La debacle viene desde el inicio, con el uso de actores que hemos visto en miles y miles de películas, miniseries y comerciales. Pareciera que en el Perú solo hubieran un grupo de actores que solamente se reparten los roles para cada proyecto cinematográfico a realizar.

Solo un verdadero fanático, amante y conocedor del bolero -ojo, no hablo de mí- puede explotar la riqueza temática que miserablemente Eduardo Mendoza de Echave, director del filme, expone en la pantalla grande. Tal vez  alguien -repito, no me refiero a mí- hubiera asesorado al director para desasnarlo un poco.
 
Como es clásico en una película peruana, acá también hay una escena de sexo que no tiene mayor peso dentro de la historia y tampoco nos revela alguna verdad sobre la trama. Recordemos que Eduardo Mendoza de Echave ha contribuido de manera entusiasta a hundir el cine nacional en sus anteriores películas y ésta no es la excepción.

Hay un acierto en el personaje del Trovador, un ser anacrónico que vive en la Lima actual pero que añora el tiempo del bolero. El desamor, eterno tema de este género musical, tiene aquí un matiz más moderno, pues se abordan las relaciones bisexuales y los sentimientos que éstas generan. El final, puedo asegurarlo sin hacer muchos elogios a una película que pudo explotar la riqueza que escondía, salva en parte las grandes deficiencias que observamos a lo largo del filme.

lunes, 3 de octubre de 2011

Industria de la nostalgia

Por algo el hombre observa con verdadero acento nostálgico su pasado. No es gratuito. Nada es gratuito. Miren nada más esta publicidad que combina el efecto de una imagen vintage para resaltar los atributos de las redes sociales, cual si fueran páginas de una revista de los hermosos sesentas. ¿Serán hermosos por que no los he vivido?






domingo, 25 de septiembre de 2011

Prosas apátridas


Como suelo hacer en algunas ocasiones, me desperté en plena madrugada para leer. De inmediato, prendí la luz de la mesa de noche y cogí el libro de Ribeyro, «Prosas apátridas», cuya lectura había alargado casi dos meses, y no por falta de tiempo sino por que era tanto el deleite que me provocaba, que bebía del libro como si fuera un vino intenso, presto a brindar goce a cualquier lector sediento. Así que de un tirón y con mucha pena acabé las pocas páginas que le quedaban. Transcribo una de las prosas que más me cautivó:

58

Ahora que mi hijo juega en su habitación y que yo escribo en la mía me pregunto si el hecho de escribir no será la prolongación de los juegos de la infancia. Veo que tanto él como yo estamos concentrados en lo que hacemos y tomamos nuestra actividad, como a menudo sucede con los juegos, en la forma más seria. No admitimos interferencias y desalojamos inmediatamente al intruso. Mi hijo juega con sus soldados, sus automóviles y sus torres y yo juego con las palabras. Ambos, con los medios de que disponemos, ocupamos nuestra duración y vivimos un mundo imaginario, pero construido con utensilios o fragmentos del mundo real. La diferencia está en que el mundo del juego infantil desaparece cuando ha terminado de jugarse, mientras que el mundo del juego literario del adulto, para bien o para mal, permanece. ¿Por qué? Porque los materiales de nuestro juego son diferentes. El niño emplea objetos, mientras que nosotros utilizamos signos. Y para el caso, el signo es más perdurable que el objeto que representa. Dejar la infancia es precisamente reemplazar los objetos por sus signos.


En algún momento del libro, impulsado por la voz de Julio Ramón, añadí una prosa apócrifa que escribí a lapiz al final del texto. Como éste posee 200 prosas, la mía fue la 201 y, para finalizar el post, la transcribo a continuación:

201

El escritor y las mujeres. Como cualquier hombre, el escritor tiende a buscar a esa mujer capaz de satisfacer sus necesidades emocionales, intelectuales o carnales. Ocurre que cuando nos encontramos con esa mujer, que, por cierto, es muy guapa, «nos quedamos sin palabras». Es bella, de conversación entretenida y hasta conoce las leyes del ajedrez, pero no hace fluir en uno ese torrente de palabras que contribuyen al quehacer literario. Ante mujer tan atractiva, cosa extraña, nos vemos poco estimulados para realizar nuestro trabajo. En cambio, cuando nos topamos con una mujer diferente y hallamos en ella los rasgos de una musa, las palabras se reproducen incansables dentro de nosotros en una orgía verbal, pugnando por salir y fijarse en el papel. Es allí cuando nos sentamos en cualquier banca y escribimos con fuerza implacable. Mujeres normales y musas. Las primeras nos cobijan entre sus piernas. A las otras nunca les somos interesantes.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Medianoche en París

«Medianoche en París» es la película de Woody Allen que actualmente está en nuestra cartelera. El filme aborda la historia de Gil Pender (Owen Wilson) quien se halla con su novia Inez y los padres de ésta en París. Gil, que añora tanto el París de los años 20, regresa a ese ambiente en donde se topará con personajes emblemáticos de la cultura de aquella época como Hemingway, Luis Buñuel o Pablo Picasso.

Bajo la dirección y el guión de Woody Allen, vemos a un Wilson haciendo el personaje principal del mismo modo en que lo haría Allen. Wilson no le otorga una impronta personal a su interpretación, sino que se limita a copiar a un Woody Allen como actor, tanto en gestos, posturas e incluso la forma de hablar (ese caudal de ideas hechas lenguaje que es característica peculiar del director de «Annie Hall»). Esto, en realidad, resulta agradable y no se podría señalar como un defecto de la película; solo es un rasgo más.

Se aborda el tema de la nostalgia por una época pasada, el cual es usado para recrear el ambiente de bohemia y literatura. Al final, uno de los mensajes que nos deja la película es que cada gente de su época desea haber vivido la anterior porque nunca está satisfecha con su presente. 

La película, pese a ser una comedia romántica, se da el lujo de usar una trama fantástica. De esta forma, el personaje principal vive en dos realidades distintas y donde -la aparentemente falsa- es la que le otorga mayor felicidad. Esta mezcla de dos realidades yuxtapuestas en las que el personaje deambula recuerda mucho a «La rosa púrpura del Cairo», también de Allen.


sábado, 17 de septiembre de 2011

El Día B


Este miércoles 21 de setiembre se celebra en muchos países el día de la Bibliodiversidad o Día B. Se trata de un evento que congrega cada vez a más y más editoriales entusiastas y gente interesada en «liberar» libros. La suelta de libros es la actividad principal de este evento, en donde miles de textos son colocados en lugares de constante tránsito urbano como parques y calles. En esta oportunidad, las editoriales independientes de Lima se han puesto manos a la obra y han decidido llevarla a cabo  nuevamente.

En Facebook, pueden confirmar su participación al evento haciendo click aquí. En Twitter, hemos creado los hashtags #DíaB21Perú y #Adoptaunlibro para promocionar el Día B. A continuación, el mensaje de los organizadores:

Estimados amigos:

Este año, los Editores Independientes del Perú hemos programado nuevamente, entre otras actividades, nuestra conocida Suelta de libros:

Mil libros serán "soltados" en distintos lugares de la ciudad con el objetivo de ser "rescatados" por nuevos lectores. Los puntos seleccionados este año son: Ruta del Metropolitano (Comas y Centro de Lima), Chorrillos (Avenida Huaylas), Magdalena (Plaza central), San Juan de Lurigancho (Mercado 19 de enero, Av. Templo de Aspero Cuadra 3, Mangomarca) y Villa María del Triunfo (Parque Huayna Capac). Asimismo, se invitará al público en general a dejar libros que ya no lee en espacios donde otros peatones podrán encontrarlos (bancas, mesas, etc.).

El objetivo de la suelta de libros es llamar la atención sobre la necesidad de fomentar la circulación de los libros más allá de los espacios tradicionales o del circuito comercial.

En tal sentido les proponemos dos formas en las que pueden apoyar esta iniciativa:

1) Conviértete en voluntario y acércate a nuestro centro de acopio donde además de los libros te daremos el monto de dos pasajes del Metropolitano (3 soles) para que puedas llevar a cabo la suelta de libros en alguno de los lugares señalados, o en el que gustes. Una vez confirmada la cantidad de participantes, dividiremos los sectores que abarcaremos en grupos, y en la medida de lo posible se busca que cada uno de los grupos tenga al menos una cáma que registre la "suelta" y el "rescate" del libro. En principio cada una de estas fotos formará parte de nuestro archivo y tendrá la posibilidad de formar parte del libro memoria de esta actividad que los Editores Independientes del Perú publicaremos en los próximos meses. Cada voluntario registrado, dato importante, tendrá un ejemplar de este libro.

2) También, si no disponen del tiempo para acercarse a nuestro centro de acopio, pueden ayudarnos de la siguiente manera: en algún momento del día miércoles 21 de septiembre "suelten" un libro en un parque, en el microbús, en la universidad... en donde lo deseen, y regístrenlo en una fotografía, y sí pueden también registren el "rescate" del libro por parte de un transeúnte. Después envíennos la(s) foto(s) para formar parte del libro memoria. Pongan una leyenda con el lugar y hora en que fue(ron) tomada(s) la(s) fotografía(s). Las personas que nos hayan proporcionado las mejores fotos también se harán acreededoras de un ejemplar del libro de memorias de Día B.

Pueden enviar sus fotos a este E.mail: diab21peru@gmail.com

Los que opten por la segunda opción recuerden consignar en el libro lo siguiente: "Este libro fue liberado el 21 de septiembre de 2011. Día Internacional de la Bibliodiversidad. Este ejemplar no se vende ni se alquila. Tampoco se queda. Una vez que ha sido leído debe volver a ser ´liberado´para que alguien más lo lea".
 
Quienes opten por la primera opción, por favor comuníquense a este E.mail: diab21peru@gmail.com, para brindarles los datos del lugar de acopio y acciones a seguir.

Muchas gracias por la atención prestada.

Editores Independientes del Perú

domingo, 11 de septiembre de 2011

Siete pasos para crear una rutina diaria de escritura

Nuevamente el blog de Nisaba aporta información sobre los métodos de escritura. A mí, personalmente, me fascina encontrar caminos que formen una disciplina en este sentido. Espero que esta propuesta les agrade. He aquí el post:

«Writing to father» (Eastman johnson)

Una vez tomada la decisión de crear una rutina diaria en donde la escritura tenga un lugar propio, tan inamovible como bañarse por las mañanas o almorzar, viene la ardua labor de modificar los hábitos de la cotidianidad.

Estos son algunos pasos sencillos para modificar con éxito su rutina. No están escritos en piedra: puede alterar orden, añadir y quitar procesos, inventar los suyos propios. No son más que unos cuantos consejos surgidos de la experiencia para ayudarle a moldear sus circunstancias personales y crear un hábito efectivo de escritura.

Paso 1: observación de las actividades

Antes de hacer cambios en la rutina diaria, levante un registro de actividades, su horario real; incluya hasta las distracciones frecuentes. La honestidad es esencial. En este sentido, asuma esa actitud científica de averiguar lo que realmente pasa en lugar de lo que idealmente debería suceder. Usted puede creer que tiene “libres” todos los martes por la noche. Si es así, anote en su registro qué hizo durante los últimos cuatro martes por la noche y verifique si es verdad que los tuvo “libres”. ¿Hay ahí una actividad regular? ¿Una interrupción frecuente? ¿Un evento “aislado” que se está volviendo rutina de una vez al mes o de todas las noches?

En este ejercicio, conviene también llevar un registro de todas las actividades típicas de procrastinación y ocio: las horas transcurridas en redes sociales y correo electrónico, los ratos de ver televisión, el tiempo que se pasa con la familia o los amigos… Todo lo que no aparecería normalmente en un horario pero que inevitablemente sucede.

Paso 2: análisis del entorno

Si cada minuto cuenta, no podemos pasar la mitad de nuestra sesión diaria arreglando las condiciones de trabajo. Uno necesita un espacio de su casa dispuesto, ordenado y listo para ser empleado de inmediato. Que comenzar a escribir le tome apenas unos minutos, no quince, no veinte, no una hora… dos o tres minutos y ya pueda comenzar, de ser posible, en el punto exacto en donde dejó el proyecto el día anterior.

Por lo tanto, el segundo paso es hacer un diagnóstico, valorar las condiciones del entorno e incluso hacer un catálogo de las distracciones normales o de las posibles incomodidades: ¿televisores cercanos?, ¿la cocina?, ¿el lugar por donde camina todo el mundo en la casa?, ¿falta de luz o un reflejo imposible sobre la pantalla? Vale la pena tomar nota de las diferencias según las horas del día: ¿ocurre lo mismo durante la mañana que en la noche?

Para cada problema, diseñe una solución, preferiblemente sencilla y de bajo costo: cambiar la mesa de lugar, aislarse en la habitación en lugar de trabajar en la sala, darle vuelta al monitor, escribir de noche mientras todos duermen… Lo que funcione para cada quien.

Paso 3: identificación de potenciales horas para la escritura

El objetivo es encontrar todas las horas del día durante las cuales se podría insertar una sesión de escritura de un mínimo de treinta minutos hasta dos horas como máximo. En este momento, se deben poner los prejuicios a un lado: tome en cuenta horas de la madrugada, antes de salir a trabajar; horas de almuerzo y descansos; horas de llegada y labores nocturnas; tardes libres durante la semana, tiempos de transición entre el trabajo y la casa… Todos pueden aprovecharse de una manera u otra.

Todavía no estamos haciendo el horario real y final. Solamente estamos jugando con suposiciones. Por ejemplo, “si me acostara a las 9 de la noche y me levantara a las 5… ¿podría escribir durante noventa minutos antes de salir de la casa?”. Usted conoce su entorno, ajuste sus horas y juegue, en el papel, solamente barajando posibilidades. Aún no diga “no me puedo levantar temprano o no me puedo acostar tarde”.

Paso 4: experimentación

Antes de lograr con éxito un cambio del horario, es necesario conocerse muy bien. Me refiero a saber con exactitud cuáles son sus ciclos de sueño, cuántas horas necesita descansar, durante cuáles momentos del día tiene una productividad mayor, ¿es del tipo de persona que tiene más lucidez durante la mañana o durante la noche?

Estos datos son esenciales. Hay quienes prefieren pasar toda la noche despiertos y descansar durante el día. Otros funcionan mejor justo después de haber dormido, sin importar la hora. Incluso puede diseñar sesiones de reposo para adquirir el estado de conciencia adecuado; por ejemplo, puede probar qué sucede si duerme 20 minutos cuando regresa del trabajo antes de iniciar su sesión.

La mejor manera de averiguar cómo funciona su cuerpo, es hacer varios intentos: pruebe cómo se siente en los distintos horarios y tome nota de todo cuanto pueda estar impidiendo un máximo aprovechamiento del tiempo. Aquí vale la pena registrar niveles de agotamiento, distracciones reales, impedimentos, limitaciones de las herramientas (por ejemplo, para escribir fuera de la casa)… Simplemente hágalo: escriba a todas las horas en las que podría haber una potencial ventana de escritura y averigüe qué ocurre.

Paso 5: diseño del horario

Con toda esta información, ya es posible hacer una propuesta más o menos viable. Uno puede elegir levantarse muy temprano y escribir antes de salir de la casa; o quedarse hasta muy tarde. Aquí lo esencial es que sea usted quien tome las decisiones y comience a ponerlas en práctica.

Si realmente desea tener éxito, contemple tiempos para descansar y estar con su familia. El agotamiento físico lleva a la enfermedad y se puede traer abajo todo su plan de escritura profesional. Y la familia siempre necesitará un lugar en su vida. Por eso procure dejar los fines de semana libres o trabajar durante periodos cortos durante esos días.

Su horario todavía no está listo… es solo una propuesta de horario. Ahora es necesario pasar a la siguiente fase: implementarlo.

Paso 6: elija sus herramientas

Este no es un tema superfluo. Antes de iniciar un proyecto grande de escritura, si uno no quiere perder tiempo a medio camino, conviene elegir con mucho cuidado las herramientas informáticas que empleará: ¿usará Windows o Macintosh?, ¿se apegará a un procesador de texto tradicional o apostará por programas especializados para la escritura y la investigación?, ¿adquirirá algún instrumento que le permita escribir fuera de casa?

Esta es una decisión muy personal y depende incluso del gusto. A veces la inspiración llega mejor con pluma y papel. Sin embargo, si su presupuesto se lo permite y tiene la posibilidad, considere el hecho de que se puede aumentar por mucho la cantidad diaria de palabras escritas con algo tan sencillo como adquirir una computadora ultraligera o una tableta; según su preferencia.

Sin importar si elige tener un cuaderno o incluso un teléfono inteligente con teclado, he aquí lo fundamental: su instrumento debe andar siempre con usted. Veinte minutos a la hora de almuerzo, más otros veinte minutos en algún café, entre la salida del trabajo o la universidad y la llegada a la casa, más otros veinte minutos mientras esperaba a sus amigos… En ese corto plazo se pueden escribir entre 300 y 500 palabras y aunque parezca poco, si se hace varias veces al día, al cabo de la semana el avance es notorio. Además le ayudará a mantener la conexión con su proyecto durante el resto del día.

Paso 7: el programa de 28 días

Se dice que toma 28 días modificar un hábito o implementar uno nuevo. Por lo tanto, si usted desea insertar la escritura como una actividad cotidiana, deberá hacer un esfuerzo consciente y disciplinado por desplazar los antiguos hábitos, su antigua rutina.

Ahora, con su nuevo horario en la mano, sígalo tan fielmente como pueda durante los próximos 28 días. Lleve un registro detallado tanto de sus pequeños éxitos cotidianos, como de las resistencias, los impedimentos, los problemas reales de su propuesta de horario. Con esta información podrá hacer ajustes sobre su plan original y aumentar las posibilidades de éxito.

En síntesis

Al final del día, lo esencial es haber alcanzado, en suma, tantas horas reales de escritura como sea posible. Idealmente, entre 60 y 90 minutos reales, sin contar preámbulos, descansos y otras peripecias.

La clave del cambio es diseñar una forma de vida sostenible en el tiempo, una disciplina que se pueda sostener sin esfuerzo y con naturalidad. Si lo consigue, el siguiente paso ya no será lidiar con el horario sino concentrarse en lo esencial: la creación de su obra o tesis y las muchas batallas cotidianas, como la falta de inspiración, los problemas de coherencia, los trucos cuando no se encuentra una salida, las decisiones estéticas de la palabra… Pero eso ya es otra historia.

lunes, 5 de septiembre de 2011

El jardín de la doncella

Me cuesta mucho abandonar un libro cuando ya lo empecé. Generalmente, hago un esfuerzo sobrehumano para continuar con el texto y no lanzarlo por la ventana (algunos podrían calificarme incluso de ser un lector blando). Esto es precisamente lo que me pasó con «El jardín de la doncella», de Carlos Rengifo, obra ganadora del XIV Premio de Novela Corta Julio Ramón Ribeyro, la cual terminé más por respeto al dinero invertido que por el libro en sí.

Esta novela narra la vida de Magdalena de los Ángeles (¿mártir religiosa? ¿prototipo de santa?) y está ambientada en el Perú colonial. Se podría afirmar que, sin contar la primera y la última página, lo que hay en el medio de ambas es puro relleno. Uno tras otro, transcurren anécdotas y sucesos ridículos e inverosímiles que no aportan nada a la construcción de una historia que termine enganchando al lector. El final de la primera parte del libro es de un exceso dramático que es capaz de hacer estallar de risa a cualquiera.

Si bien nos encontramos con un lenguaje que intenta ser impecable, la insuficiencia de imaginación, el desfile de personajes desechables y diálogos risibles termina por convencernos de la estupidez de esta novela. El narrador, dicho sea de paso, intenta escamotearnos estas carencias colocando sucesos históricos, calles y personajes de la Lima antigua. El final, sin ánimos de espantar a los potenciales lectores de este libro, es de una simpleza cósmica (y quizás cómica, también). Algo así como que viene un OVNI y destruye a todos los personajes y fin.

Al terminar el libro uno se pregunta cómo habrá sido la calidad del resto para que este bodrio resulte ganador. ¿Acaso el jurado no tuvo la valentía suficiente como para declarar desierto el concurso? Finalmente, recomiendo al autor del libro la lectura de «El llanto en las tinieblas», de Sandro Bossio, cuya novela, ambientada en el mismo contexto, es insuperable.

martes, 30 de agosto de 2011

Bertrand Morane


Las piernas femeninas, menuda fijación de Bertrand Morane. Él no es un Casanova ni mucho menos un Don Juan. Morane es el hombre que ama a las mujeres. Las ama a todas y a cada uno de sus atributos o defectos, por eso es incapaz de enamorarse de una sola: las quiere a todas.

¿Qué hacer con tantas? Aparte de guardar sus fotografías y cartas, ¿dónde encapsular tantos recuerdos? Escribir un libro, ¡eso! Escribir un libro donde cada una merezca un lugar que ocupó en su vida. Es una manera de expresar el amor que sintió y bajo el que nunca dejó dominarse.

Un velorio repleto de mujeres que lloran al hombre que las deseó con intensidad. Un epitafio que reza «aquí descansa Bertrand Morane, el hombre que amaba a las mujeres». Un libro recién publicado de alguien que no quiere dárselas de escritor y que sólo escribe para sí mismo. Luego, el paraíso es aquella isla prometida donde habitan nada más que mujeres solas. Isla rodeada por un mar de piernas.
 

viernes, 26 de agosto de 2011

¿Cuándo escribir?

«Madame Gillaumin Writing» (Armand Guillaumin)
El blog de Nisaba siempre me sorprende con esos datos tan curiosos que a la vez me encantan. He aquí un texto muy motivador:

En un artículo anterior veíamos las razones por las que relegar la escritura al fin de semana lleva a un fracaso estrepitoso cuando de acabar una obra completa se trata. “¿Cuándo escribir entonces?” es la pregunta elevada en ese artículo. La respuesta es evidente y un secreto viejo entre bardos, poetas y profesionales de la escritura de todas las épocas: hay que hacerle un lugar en el trajín diario. Mejor aún, hacerle varios lugares a varias horas del día: antes de salir para el trabajo; a la hora de almuerzo; a la salida; quizás por la noche, antes de perder por completo la lucidez y sucumbir al sueño…

Cuando una actividad se suspende por un periodo prolongado, el esfuerzo para retomarla obliga a realizar un diagnóstico inicial, recordar en dónde se había interrumpido, hacer un catálogo de tareas realizadas y pendientes y, por fin, elegir alguna para implementar durante la actual sesión de trabajo.

Cuanto mayor sea el intervalo de interrupción del proyecto (horas, días, semanas, meses, años), mayor será el esfuerzo necesario para retomar las labores. En otras palabras, si disponíamos solamente de dos horas, una vez por semana, cuando por fin recordamos por dónde íbamos ya se acabó el tiempo disponible o el embotamiento nos impide continuar. Si eran seis, una tercera parte se pierde en estos preámbulos.

Si nuestras horas más lúcidas debemos entregarlas a un patrono externo, cada minuto libre del día es un tesoro. Más nos vale aprovecharlo al máximo y no desperdiciarlo en esfuerzos inútiles.

¿Cuál es la mejor solución para este problema? No interrumpir nunca. Al mantener una conexión diaria con nuestro proyecto de escritura, cada día es más fácil retomar las labores del día anterior.
Escribir diariamente tiene otros beneficios. Cuando uno encuentra un tema en donde experimenta bloqueo o siente que algo no está bien, puede seguirlo elaborando durante el resto del día, incluso durante el sueño, y levantarse al día siguiente con la solución en la punta de los dedos. Se emplean todos los recursos, tanto los conscientes como los inconscientes: aunque estemos realizando otras actividades, nuestra mente se queda ahí, dando vueltas y tratando de resolver el problema.

Por lo tanto, para escribir una obra completa, un libro o una tesis, la clave es diseñar e implementar una rutina cotidiana en donde se obtenga, en conjunto, un tiempo real de escritura de una a dos horas diarias reales, tomando en cuenta los preámbulos necesarios, el tiempo de “calentamiento” y el estado de cansancio en que nos encontramos en diferentes momentos del ciclo mensual.

La escritura debe lograr insertarse en uno o varios horarios fijos, repetidos hasta el infinito, sin fecha de inicio ni final. Debe llegar a ser una actividad tan propia de nosotros, que se confunda con las necesidades básicas, como la hora del desayuno o el sueño. Es el tipo de acción reiterada que solo se verá interrumpida por razones extraordinarias, como una enfermedad, un viaje o un descanso voluntario.

El resto del día, cuando no se está “escribiendo” hay que seguir pensando, observando, leyendo, comentando, tomando notas, acumulando ideas… Hay que dirigir la energía personal hacia ese objetivo que tenemos por delante.

¿Cómo hacer este cambio? Con una mezcla de voluntad, disciplina, apoyo de la familia y amistades, un cierto número de ajustes en el entorno inmediato y la optimización de las herramientas empleadas para la escritura.

En los próximos artículos hablaremos de consejos prácticos para modificar la rutina y los recursos de los que nos podemos servir para obtener el máximo provecho de nuestros escasos y preciados minutos libres del día.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Lo que significa ser un Malpensante

Entrevista a Mario Jursich (Foto: Alberto Nicho)

Por: Karen Delgado Torres.

La última edición de la Feria Internacional del Libro de Lima trajo entre sus principales invitados al responsable de una de las revistas culturales más importante en Latinoamérica. Se trata de Mario Jursich, director de la publicación colombiana El Malpensante. No quisimos perder esta oportunidad para hacerle algunas preguntas acerca de la revista, su esencia y el mundo cultural en la actualidad.

«El Malpensante es una revista que empezó el 31 de octubre de 1996. ¿Acá celebran el Día de las brujas, Halloween? Bueno, pues, emblemáticamente, El Malpensante nació el 31 de octubre de 1996, bajo el auspicio de la cofradía de las brujas. ¿Por qué nace una revista como El Malpensante? En esencia, yo diría que fue la confluencia de tres factores. El primero es que a mediados de los años 90, en Colombia, empezó un declive muy pronunciado de los antiguos suplementos literarios de los periódicos. Bien sea por que dejaron de publicarse o porque empezaron a disminuir el número de páginas hasta prácticamente llegar a la inexistencia. También tiene que ver con que en esos suplementos hubo un cambio de política. Se empezó a publicar una serie de materiales que, con justicia o injusticia, a los responsables de El Malpensante, Andrés Hoyos y yo, nos parecía que eran materiales aburridos, que no respondían a la mentalidad de la literatura que se estaba escribiendo en ese momento en Colombia. Y la tercera razón es simplemente el fastidio. Creer, aunque eso sea muy narcisista, que en el país en el cual uno vive no se estaba haciendo una revista que uno quisiera leer. Entonces, el motivo fundamental para hacer El Malpensante es que nosotros queríamos fundar una publicación en la cual podamos leer lo que nosotros quisiéramos leer.

Nosotros hicimos la revista al revés. Cuando se va hacer un nuevo medio de comunicación, normalmente se hace un estudio de mercado, se identifica que haya alguna carencia o un vacío de cierto tipo de información y la revista se crea en función de eso. Nosotros lo hicimos al revés. Nadie estaba pidiendo una revista cultural. Nadie estaba pidiendo una revista literaria. Sin embargo, teníamos la intuición de que había un público, pero también teníamos la intuición de que había que crear ese público. La revista nació con un propósito de un lector hipotético. Un lector hipotético que se ha ido materializando con el tiempo. Si no hubiera sido así, nosotros no hubiéramos cumplido 15 años siendo una revista independiente. Nosotros no recibimos ningún tipo de subsidio ni por parte del Estado ni por parte de alguna otra institución. Vivimos solo a costa de nuestros medios.

El término El Malpensante nació en la época de la Revolución Francesa, en una especie de contraposición al término que existía en ese entonces que era el bienpensante. El bienpensante era la gente partidaria de la Antigua Monarquía. Por extensión, hoy en día vino a significar todo tipo de actitudes, no solo muy liberales, sino cierto espíritu vanguardista, arriesgado. Tratar de incursionar en terrenos en los cuales no había tradición y había que ir creando de la nada. Y la revista se fundamentó en esa propuesta. Tradicionalmente hay algo. No sé si acá existe la expresión la malicia indigna. Bueno, en Colombia la malicia indigna es un término de uso muy popular. Es Tener cierto escepticismo, ver un poco más allá de lo literal que le están diciendo a uno. Entonces, la malicia indigna tiene que ver, al menos ante nuestros ojos, con ser un malpensante, que finalmente es tratar de promover un espíritu escéptico, el espíritu tolerante. Y tratar de explorar terrenos que no han sido muy visitados por el periodismo o por la literatura.

Después de llegar al nombre de Malpensante, la verdadera discusión fue si era niña o niño. Es decir si la revista se llamaría El Malpensante o La Malpensante. Ahí sí hubo una polémica bastante fuerte. Finalmente, Andrés, que es el gran accionista de la revista, dijo "tiene que ser niño" y quedó como El Malpensante.

En efecto, yo he trabajado de disc jockey. Es una especie de profesión alternativa que tengo. Disc jockey de salsa… Varias veces que me han preguntado alguna definición de la revista, a mí me gusta recordar la época en que existían los discos de acetato. Los discos de acetato tenían dos caras: lado A y lado B. Bueno, para los que tenemos experiencia con esas cosas, era muy clara la distribución de esos discos. En el lado A estaban todos los temas que presumiblemente iban a hacer un éxito. Todas las cosas que presumiblemente iban a pegar en la radio. Y en el lado B estaban todos los temas raros, donde el grupo exploraba sus opciones musicales verdaderamente a fondo. Una de las paradojas de la música es que muchísimos pero grandísimos éxitos eran temas del lado B. Incluso, a veces, el último del lado B. Entonces, por esos azares del gusto se convirtieron en iconos, en clásicos de la música. Utilizando esa analogía, a mí siempre me ha gustado decir que El Malpensate es una especia de lado B de la cultura. Para volver a lo que estábamos conversando, no buscamos bienpensantes, sino las cuestiones malpensantes. Ese lado B donde presumiblemente tratamos de publicar las cosas que se podrían convertir en clásicos del periodismo y de la literatura.

El periodismo cultural

Siempre he tenido la impresión de que -y esta es una de las razones por las que acabamos fundando El Malpensante-, el rasgo definitorio de la mayoría de editores de hoy en día es la cobardía. Digamos que ninguno se atreve a tomar algún riesgo. Todos quieren funcionar con redes de seguridad. Las cosas que hacen soy muy predecibles. Por eso no me extraña que el público haya ido abandonando los periódicos y las revistas. Y una de las causas por las cuales ha pasado esto es que no hay nada polémico. Todo el mundo quiere ser muy amigable, muy diplomático, darse palmaditas en la espalda. Yo creo que, como dice el dicho, que si uno quiere hacer tortilla tendrá que quebrar algunos huevos, y, a veces, pues tienes que quebrar la vajilla entera.

Esto apunta a una cuestión. Las revistas en el pasado fueron muy ideológicas, siempre consideradas como un órgano de un determinado tipo de ideas. El Malpensante, por lo menos en esta parte, creo que es algo muy diferente, como una especie de zona de tensión en la cual se discuten muchas ideas. Por ese motivo, alguna vez hemos publicado un artículo que causó mucha polémica que se llama "Démosle un chance a la guerra", de algunos de los halcones de George W. Bush. Pero también hemos publicado un elogio al manifiesto comunista. A mí me interesa que la gente no nos encasille ideológicamente. Por el contrario, que piensen en El Malpensante como una revista donde no se defiende un ideario, sino que hay puntos de vista que pretenden ser inteligentes y, por supuesto, estar bien escritos. Por eso, la revista tiene un subtítulo que es "Lecturas paradójicas". Es decir, nosotros esperamos que el lector vea el índice y piense que somos unos esquizofrénicos.

El hecho de que se estén cerrando páginas culturales no significa que el público haya perdido interés en el tema, sino que la forma cómo se aborda, lo que se llama lo cultural, resulta poco atractivo para el público. Y una de las razones es que en el periodismo cultural hay mucho fariseísmo. Hay una insinceridad. Te pongo como ejemplo el de las reseñas de los libros. Realmente, un lector que tenga interés de conocer si determinada novela o determinado libro es bueno o vale la pena leerlo, no se puede guiar de las reseñas porque normalmente las escribe una persona que conoce muy poco el libro; que, en la mayoría de los casos, ni siquiera lo ha leído; y que, por lo tanto, da una opinión muy utópica sobre eso. En El Malpensante hemos tratado de revertir ese estado de las cosas hasta donde es posible. Entonces, después de 15 años, la gente sabe que puede estar de acuerdo con nosotros o no, pero sabe que la gente está opinando con franqueza, que se está haciendo artículos en los cuales hay un punto de vista informado y que opina sin pelos en la lengua.

Nosotros tenemos una revista literaria que publica, por lo tanto, materiales que tienen que ver con la literatura: cuentos, ensayos, reseñas de libros, reseñas de cine, etc. Pero frecuentemente nosotros también hacemos incursiones en muchos otros campos que no se consideran como campo de la literatura. Es un espíritu de exploración. A menos como yo lo pienso, una revista no solo puede ocuparse de la literatura. En ese sentido yo te diría que sí, que cualquier cosa podría ser objeto de nuestra curiosidad. Finalmente, más que como una zona temática, yo diría que nos define eso: la curiosidad. Y esa curiosidad nos lleva a terrenos inexplorados, por eso en la revista hemos publicado artículos sobre culinaria, cuestiones de análisis geopolítico y una larguísima lista que yo me acabaría la noche enumerándote.

El trabajo de la edición

Suelo citar esa frase que dice que "un editor es un maquillador de muertos". Bueno, yo empecé así, editando muchísimo los textos; a menudo reescribiéndolos completamente. Pegado a ese tipo de doctrina, de intervenir muchísimo en los textos, de cambiarlos bastante. Pero con el pasar del tiempo, llegué a entender que eso a veces uniforma, para mi gusto, de una manera no apropiada la voz de una revista. Otra de las metáforas que yo empleo para definir la revista es que me gustaría que cuando la gente está revisando el índice, sintiera como si estuviera pasando el dial. Entonces está pasando muchas emisoras, muchos tipos diferentes de música. Me interesaría que en esta revista que yo hago hubiera voces, puntos de vista, enfoques claramente diferenciados. Cuando uno edita tanto, fatalmente tiende a acomodar los textos a las cosas que uno piensa sobre el periodismo o sobre la literatura. Eso es un peligro muy latente, que yo lamento mucho, pero veo muchísimo en las revistas anglosajonas. Seguimos editando, pero en algún momento yo me detengo. Me detengo simplemente porque me doy cuenta que, con algunos autores, si uno edita demasiado con ellos, arruina el texto. Entonces yo prefiero eso que llamo la imperfección dinámica a algo que probablemente esté mejor construido, tenga una estructura más nítida, pero cuya vibración vital es menor. Yo soy muy consciente de que hay textos que publicamos en la revista que se pudieron haber mejorado bastante. Pero también es cierto que si nosotros hubiéramos avanzado, hubiera sentido como si estuviera maquillando un cadáver, que se ve lozano y todo, pero está así. Y es lo que yo no quiero que se vea en los textos de nuestra revista.

Rescatando la ilustración

En El Malpensante, casi desde sus comienzos se empezó a insistir mucho con la ilustración, y hoy en día es una especie de marca-estilo de la revista. Todo el tiempo estamos probando con varios ilustradores. Diría que ahora se ha convertido como una especie de escuela para gente que está empezando, que hace sus primeras artes en la revista y ha sido muy constante que se proyecten en otros medios. Lo que quería resaltar era que, en Colombia, en los años 50 y 60 hubo una gran tradición entre los ilustradores. En la prensa, en las revistas aparecían bastantes las ilustraciones. Cuando se popularizó la fotografía, pasó un fenómeno muy curioso y es que la ilustración -haciendo la excepción de la caricatura- desapareció casi por completo. El resultado de eso es que son como 25 o 30 años de que en Colombia es muy extraño publicar una ilustración. Ese espíritu de contradicción que buscamos en los textos, también lo hemos llevado a la parte gráfica. Por esa razón, hemos venido publicando muchísima ilustración desde el comienzo. Yo haría énfasis en que, a menudo, el diseño se considera como amueblamiento, diseño de interiores, poner algunas cosas por sentido cosmético. Yo considero que la ilustración es parte de la información, por eso discutimos mucho con los ilustradores qué es lo que queremos lograr con eso. Porque además que imágenes que idealmente deberían ser hermosas, también deberían ser informativas.

Lo que se viene

Como todas las publicaciones, estamos en una encrucijada que es si seguimos persistiendo en el formato de papel o lanzarnos definitivamente a la web. En este momento estamos funcionando de una manera anfibia. La revista sigue saliendo de papel 11 veces al año, y, mientras tanto, tenemos una página web que cada vez estamos mejorando mucho. Por lo pronto te diría que eso significa que vamos a hacer dos revistas. Porque es un error pensar que lo que está en la web debe ser un espejo de lo que está en papel. En realidad, la revista en la web empieza a tener una vida propia. Y eso lo pensamos hasta el punto que ya tenemos una editora que se está ocupando en eso. Y estamos haciendo cuestiones que planificamos con mucho cuidado de nuestra intervención en redes sociales y su desarrollo posterior. Lo que viene es que habrá artículos hechos especialmente para la página web, habrá un blog que empieza a funcionar dentro de un mes, el que ya hemos venido haciendo internamente para ver cómo funciona.  En ese blog habrá mucha cuestión de coyuntura, que normalmente no aparece. Yo intento ser un poco escéptico y no pronunciarme mucho al respecto porque nadie sabe cómo irá este asunto. Supongo que conforme van las cosas, lo iremos descubriendo.

Como en muchos países latinoamericanos, en Colombia sigue existiendo mucho fanatismo. El Malpensante es una revista que intenta mostrarte la complejidad en muchas cuestiones. En ese sentido, si El Malpensante contribuyera a que sus lectores tuvieran una cabeza menos cuadrada, yo me daría por satisfecho.

El Malpensante empezó con un director que se llama Andrés Hoyos, que sigue siendo el principal accionista de la revista, pero hoy en día él ya no está dentro de la revista, sino que es una especie de asesor espiritual. Ahora yo estoy enfrente. Yo tampoco pienso eternizarme porque sí sé, lo he visto siempre, que en el trabajo editorial hay un momento donde uno pierde la perspectiva. Entonces, yo espero que alguno de los chicos que están hoy con nosotros asuma después la bandera. Y él hará su Malpensante. Y llevará su Malpensante hasta la dirección donde a él le apetezca o que le parezca correcto. Entonces yo llegaré hasta algún punto en ese espíritu de tratar que la gente entienda que los problemas son complejos, que no tienen soluciones fáciles, eso que te describía como no formar una cabeza cuadrada. Me gustaría que la revista sea reconocida por eso. Que intento aclimatar ese espíritu dentro de la cultura también.»