Eso era todo lo que un hombre
necesitaba: esperanza. Era la falta de
esperanza lo que hundía a un hombre. Recordaba mis días en Nueva Orleans,
viviendo de dos barritas de caramelo de 5 centavos al día durante semanas con
tal de no trabajar y tener tiempo para escribir. Pero el morirse de hambre,
desgraciadamente, no ayuda a mejorar el arte. Sólo era un impedimento. El alma
de un hombre estaba radicada en su estómago. Un hombre podía escribir mucho
mejor después de haberse zampado un buen solomillo de ternera y bebido medio
litro de whisky de lo que jamás podría hacerlo después de haber comido una
barrita de caramelo de a níquel. El mito del artista hambriento era una
falacia.
***
En América siempre había gente
buscando trabajo. Siempre había un montón de cuerpos utilizables para
reemplazar a otros. Y yo quería ser escritor. Casi todo el mundo era escritor.
No todo el mundo pensaba en que podía ser dentista o mecánico de automóviles,
pero todo el mundo sabía que podía ser escritor. De aquellos cincuenta tíos de
la clase, probablemente quince o más pensaban que eran escritores. Casi todo
el mundo usaba palabras y podía también escribirlas, en consecuencia casi todo
el mundo podía ser escritor. Pero la mayoría de los hombres, por fortuna, no
son escritores, ni siquiera conductores de taxi, y algunos —bastantes—
desgraciadamente no son nada.
BUKOWSKI, Charles. Factotum. Barcelona: Anagrama, 2004.