domingo, 7 de septiembre de 2014

Encomio del tirano


Si hemos de hablar de literatura entre otros entendidos de lo literario, es de muy mal gusto no mencionar algún autor italiano.

Uno se llena la boca y dispara apellidos tipo Franzen, Lethem, Gaddis, Roth, McCarthy, etecé, etecé. Todo muy bien pero muy yanqui. Es decir, que es bueno ponerle aderezo a nuestra lista si vamos a darnos de eruditos.

Y los expertos recomiendan que siempre es bueno colocar a un italiano en cualquier enumeración sabihonda. Vale decir, Manganelli.

Se puede conjugar el apellido. Es más, los expertos aconsejan que estas conjugaciones se asocien a ideas críticas: «este tipo tiene una prosa muy manganelliana», «lo manganellístico resalta en su obra», «se percibe cierto manganellismo a la hora de presentar a los personajes». Y así.

El subtítulo de Encomio del tirano es muy bueno: escrito con la única finalidad de hacer dinero. Y el texto empieza con el narrador dirigiéndose a un supuesto editor. Pensé que iba de eso, de la relación escritor-editor. Pero me equivoqué. Va de eso y de miles de cosas más.

Manganelli crea situaciones de la nada. Pero divaga. Fluye y a veces su prosa es un enredo. ¿Mérito de este libro? Pues en sus 120 páginas hay varias protonovelas. Me imagino que eso es muy manganelliano.

Y, para finalizar, la cita de rigor:

Pero en ese instante yo te quito la palabra. Te requiero para que no uses esa palabra, «escritor». Esa palabra no ha sido nunca usada por mí, y no la usaré; me gusta que la gente con la que hablo no la use nunca, detesto las impropiedades, y tal lo sería, en las que se incurre por mera distracción. Si yo usara esa palabra tú no serías nada más que lo que eres, un editor; pero sólo en cuanto yo he escogido una palabra más propia y a la vez más insidiosa, tú eres otra cosa, eres tirano, señor, monarca, rey, duque, gran duque, gran marqués. No me gusta la desolación de una oficina suburbana, deseo afrontar los estucos, las elaboradas maquinaciones barrocas, rococó o cuantos otros fastuosos elementos sean concebibles, con tal de tener la certeza de hallarme en un alcázar. Así pues, cualquier palabra que se me quiera decir, que me sea dicha sin recurrir a esa palabra detestable.

MANGANELLI, Giorgio. Encomio del tirano: escrito con la única finalidad de hacer dinero. Madrid: Siruela, 2003.

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