domingo, 26 de julio de 2015

Distancia de rescate


Lo que Schweblin logra en los cuentos lo consigue también en su primera novela: crear tensión, enganchar al lector y hacerlo sufrir. Apenas uno cruza la primera página, ya es imposible parar. Es la droga misma y un sufrimiento placentero.

La «distancia de rescate» podría definirse como la obsesión maternal de prevenir la catástrofe en los hijos. Saber dónde se encuentran y calcular el tiempo que le tomaría a la madre llegar hasta ellos y anticipar una desgracia. Esta distancia es un hilo invisible, metáfora del cordón umbilical. Este hilo une a Amanda y Nina, madre e hija respectivamente. Ambas se encuentran en un pueblo donde todo se presenta como un elemento acechante. Hay un peligro que avanza y cuyo fin es romper el hilo que las une.

La novela (que tiene una visión atípica de la maternidad como tema de fondo) está construida en base al diálogo entre Amanda y un niño, David. Todo lo que se cuentan es esencial para ir desgranando la historia. Hay una peste en el lugar, niños y animales deformes, situaciones anormales, es decir, todo el universo narrativo de Schweblin, sumando a esto la soberbia mezcla de misterio y terror que encontramos en cada página.

Distancia de rescate bien podría ser un cuento largo y exige un lector atento. En el diálogo de Amanda y David se está buscando el punto exacto en que sucedió lo irremediable, aquel instante en que la «distancia de rescate» falló. De esta manera, Amanda va relatando lo que recuerda y David la guía y le pide centrarse en ciertos detalles y dejar a un lado los que no tienen importancia. El lector puede percatarse de que en este ir y venir sobre la historia se está enseñando a narrar. Es, de alguna forma, un taller de narrativa.

Schweblin es perversa con sus personajes, y esta no es ninguna crítica sino un elemento muy presente en su obra (además de atractivo). La novela es adictiva y la escritora sabe dosificar esta droga. No hay altibajos, la tensión está presente de cabo a rabo. Uno siente cierta repulsión por lo que va leyendo, por lo que se cuenta, pero uno quiere continuar pues se va generando una enorme expectativa línea tras línea, el anuncio de algo terrible e inevitable.

SCHWEBLIN, Samanta. Distancia de rescate. Buenos Aires: Mondadori, 2014.

domingo, 19 de julio de 2015

La pasajera


Quien haya leído esta nouvelle y se atreva a decir que es buena o regular, o está mintiendo o no sabe leer. O ambas cosas. El libro es malísimo y el mal gusto es atrevido.

Esta vez Alonso Cueto escoge un tema poco abordado en nuestra literatura reciente: el terrorismo. O, siendo serios, lo que pretendo decir es que la leí como si fuera la primera novela sobre terrorismo que haya leído. Demás está decir lo que pienso del tema. Ya lo dijo Guillermo Martínez, en el caso de la dictadura Argentina: es el tema de lo que no tienen tema. Pero si tienes editor, el tema es lo de menos, digo yo.

Nouvelle, decíamos. Guerra interna. Intenté leerla sin prejuicios. Pero cuando algo está mal narrado, mal escrito, hay que decirlo. En este caso no podemos decir que La pasajera esté mal escrita, sino pésimamente escrita. Y, sobre todo, tiene esa cosilla costumbrista que la hace ver ridícula.

Yo pongo un ejemplo, guardo silencio y ustedes sacan las conclusiones:
En ese momento algo empezó a sonar. Eran los golpes despiadados de un reggaetón. Alguien había prendido la radio del local. (63)
La idea es que el lector de este blog sea un lector activo. Yo me fumé la novelita y ahora les toca a ustedes interpretar mi silencio.

El relato tiene incoherencias. Solo mencionaré una para que, en una posible reedición, los encargados de Planeta se tomen el trabajo de leer antes de publicar. En la página 107 se menciona que un personaje se va a suicidar y que se está apuntando la pistola a la boca. Luego en la página 115 se recapitula aquella escena, pero el arma no está en su boca sino en su sien. Nouvelle.

Hay, sin embargo, un elemento que convierte a esta novela en una lectura imprescindible: la construcción de los diálogos. Luego de leerla, uno aprende cómo NO hay que hacer un diálogo.
—Claro, hijita. Pero te veo muy preocupada. ¿Pasa algo?
—No es nada, señora Liz. Es que tengo que ir a Surquillo, a pagar la cuenta de luz. Es que me van a cortar si no pago ahora. Ay, es que una clienta se me apareció a última hora y la tuve que atender, pues.
«Es que», «es que», «es que»; es que NO.
—Justo iba a tomarme un cafecito para el frío. ¿No quieres? Ya está listo, mira. Además, unos bizcochitos también tengo.
—Ya, pues, señora Liz. Le acepto.
NO.
—Bueno, pero quédate aquí por ahora. (...) Tienes que escoger a un hombre. Un hombre a la antigua, Delita.
—¿Cómo es eso? —sonrió Delia.
—A la antigua, pues. (...)
NO
—Puta, qué te pasa, huevón.
—Qué te pasa a ti.
(...)
—Puta, ya te jodiste, huevón —dijo—. Fuera de acá, Arturo. Fuera. Vete, huevón.
NO.
—No me corresponde nada, señora Liz. Todo es suyo. Ya tengo algunos ahorritos también.
—Pero tú has ganado clientas, pues, Delita. (...) 
NO.
—Tú has viajado de la sierra a la costa. Has conocido tantas cosas. Pero eres tan joven todavía.
—No sé si soy joven, de verdad. (...) Siempre pasaba algo que tenía que irme, así era, pues. Soy una pasajera.
NO.
—Doña Liz. Qué tal.
—Nada. Un poco triste, pues.
NO.
—Dígame cómo llegar. 
Ella lo miraba. De pronto alzó la mano apuntando hacia la pista a su derecha.
—Bueno, pues, mira. Sigues aquí por Huaylas, luego (...)
NO.
—Pero voy a ir igual, señora Liz. He estado montando bicicleta toda mi vida. (...)
—Carajo. Creo que tienes razón, Enrique. Tienes razón, mierda. Tienes que ir. 
NO.

Cueto cree que porque pone palabrotas y pueses en la boca de sus personajes ya los está creando. Ya son verosímiles. Y hay que decirle que NO. Se nota, se infiere, se intuye, se sospecha, etcétera, que el autor no conoce cómo hablan los personajes que quiere retratar. O jamás los ha oído hablar en su presencia.

Pues.

El único mérito de esta novela es su brevedad, pues ya se hubiera hecho insoportable con veinte o treinta páginas más (está diagramada en letra gigante y a doble espacio). Eso es algo que hay que agradecer. El mal sabor de una novela corta se esfuma rápido.

P.D.: Hay película y el tráiler está bueno.

CUETO, Alonso. La pasajera. Lima: Planeta, 2015.

domingo, 12 de julio de 2015

Facsímil


58. (1) No quería hablar de ti, pero es inevitable.
      (2) Ahora estoy hablando de ti. Y estás leyendo, y lo sabes.
      (3) Ahora soy un texto que tú lees y no quieres que exista.
      (4) Te odio.
      (5) Quisieras el poder de los censores.
      (6) Que nadie más leyera estas frases.
      (7) Te odio.
      (8) Me cagaste la vida.
      (9) Ahora soy un texto que no puedes borrar.

      A) Ninguna
      B) A
      C) B
      D) C
      E) D

ZAMBRA, Alejandro. Facsímil. Lima: Estruendomudo, 2015.

domingo, 5 de julio de 2015

Formas de volver a casa


Hay dolor pero también hay felicidad al abandonar un libro. Me ha pasado así, al menos: primero el melodrama de haber perdido tantas noches en una pasión inútil. Pero luego, con el paso de los días, prevalece un ligero viento favorable. Volvemos a sentirnos cómodos en esa habitación en que escribimos sin mayores planes, sin propósitos precisos.
Abandonamos un libro cuando comprendemos que no estaba para nosotros. De tanto querer leerlo creímos que nos correspondía escribirlo. Estábamos cansados de esperar que alguien escribiera el libro que queríamos leer.
No pienso abandonar, sin embargo, mi novela. (...)

ZAMBRA, Alejandro. Formas de volver a casa. Barcelona: Anagrama, 2014.