Imagen prestada de este otro blog. |
Me ha gustado la última columna de Diego Trelles Paz en Espacio360. Aparte de ser sincera, intenta generar una polémica pese a que el tema sea harto conocido. Parte de una anécdota: la invitación (a través de su editor) a uno de los colegios más caros de Lima para que el escritor «difunda» su novela Bioy. Pero la invitación es solo eso. Una invitación sin reconocimiento monetario alguno. La respuesta de Trelles fue «no»:
Mi editor, apenado aunque comprensivo, me dio toda la razón; dijo que él solo fungía de cartero mientras, sospecho, iba tachando nombres de escritores en su agenda hasta encontrar al triste boludo que aceptase (...).
Después nos vuelve a recordar que la lógica del mercado es esa; es decir, que un artista no debe cobrar por su trabajo:
Si ocurre así en empresas donde el trabajador peruano percibe un salario mensual de 250 dólares por trabajar 8 o más horas al día, ¿por qué iban a pagarle a un cojudito vago que pierde su tiempo, y el tiempo del resto, en una tontería tan irrelevante e innecesaria como la literatura?
Esta lógica incluso es compartida por quienes se encuentran dentro del mismo circuito cultural, como lo indica el propio Trelles:
Desde el promotor de eventos culturales hasta el organizador de premios literarios, desde la institución privada que organiza clubes de lectura hasta la universidad que te invita a hacer un conversatorio y solo ofrece pagarte el taxi, la consigna generalizada como norma-no-escrita es que el trabajo del escritor en el Perú es gratuito. Eso que no se atreven a hacerle a los abogados, médicos, publicistas, arquitectos o asesores políticos, es casi un mandato cuando hablamos de los que nos dedicamos y malvivimos de la escritura.
Luego apunta a un hecho muy cierto. Esta lógica de no reconocer el trabajo del escritor es tan avasalladora que hasta el entorno más cercano la ha asimilado así:
La misma gente que festeja la publicación de tus libros y te da ánimos para seguir escribiendo, es la que te pide sonriendo un ejemplar gratis en plena presentación, o te manda correos amistosos exigiéndote el PDF.
Y para finalizar (con este post, pues la columna aún continúa), Trelles dispara de nuevo:
Si le contara a esas personas que por cada libro que alguien se anima a comprar, yo recibo un 10% (con suerte, dentro de tres meses; sin suerte, en un año o dos; con toda la mala suerte del mundo, nunca porque me tocó un editor ladrón).
Me ha gustado, repito.
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