lunes, 24 de octubre de 2011

Tanta gente sola


Revuelta Editores ha tenido el acierto de realizar la edición peruana de Tanta gente sola, quinto libro de cuentos del español Juan Bonilla, que recibió el Premio Mario Vargas Llosa NH de relatos 2010. Cabe resaltar, además, que este libro ha sido editado en España por Seix Barral.

En Tanta gente sola encontramos a personajes atrapados por obsesiones y fijaciones extrañas que les causan placer y a las cuales no se pueden resistir. Cada uno se ve envuelto en alguna excentricidad, como un vicio que se practica sin la compañía de nadie. Estos seres se ven constantemente rodeados por un entorno de frustración, angustia y fracaso, del que nunca pueden escapar.

Los cuentos de esta colección son de fácil lectura y resultan amenos. Incluso podrían quedar en eso, simplemente: ser divertidos. Pero (leyéndolos en orden) poco a poco van tejiendo una trama que, conforme avanza el texto, se constituye en una forma unitaria bien definida. 

Hay cuentos que destacan de manera individual, como «Un gran día para tus biógrafos» o «Metaliteratura», sin embargo, este libro adquiere más valor si se le aprecia como un conjunto. Un hilo muy fino va atravesando cada cuento y le otorga organicidad al libro. Uno es testigo de cómo todo el caos va tomando cierto orden cuando al final, con el cuento «El lector de Perec» (que cierra de manera magistral el conjunto de relatos), se nos descubre el misterio.

Un muy buen libro, que no tiene pierde y que asombra por su construcción, la eficacia de su lenguaje y la pericia de la pluma con que está escrito. Tanta gente sola reivindica así al cuento, el género literario con menos éxito comercial en el circuito de habla hispana.

BONILLA, Juan. Tanta gente sola. Lima: Revuelta Editores, 2011.

lunes, 17 de octubre de 2011

El mar

Previa del Perú 2 - Paraguay 0, por las eliminatorias al Mundial Brasil 2014.

Ganadora del Man Booker Prize en el 2005, El mar es mi primer contacto con un autor del que mucho se habla y, por tal motivo, del que tengo no poco interés en abordar. El libro narra en primera persona las dudas, desvaríos y angustias de Max Morden, crítico de Arte cuya esposa ha fallecido de una penosa enfermedad de la que él ha sido el principal testigo. Atormentado por su presente, Max huye hacia su pasado y recorre el barrio donde transcurrió su niñez, como una manera de enfrentar su nueva vida.

Mucho se ha hablado de la calidad estilística de la prosa que exhibe John Banville, calidad que pongo en discusión pues lo que he leído es una traducción y no permite -no lo podrán negar- fijarse detenidamente en las costuras del texto como podría hacerse en una lectura en su idioma original. Tengo, sí, un gran respeto por la narrativa irlandesa, que me parece una de las más sólidas de las letras universales. Banville, traducido, también sabe delicioso.

Aquí, el tema recurrente es la memoria; una memoria que fluye a través de un pensamiento que divaga en un pasado nostálgico y a la vez sexual. Max recuerda su iniciación en el sexo, un sexo de miradas, de intuiciones e imaginación. Sin embargo, el dolor por la muerte de la esposa no lo abandona y salpica las páginas de una honda tristeza a cada instante como gotas de un mar rompiente.

El juego de tiempos, el ir y volver del pasado al presente, es lo que más resalta en la novela. Son como olas narrativas (tributo al título del libro) que vienen y dejan recuerdos en la orilla de la mente del personaje. La carga nostálgica es de una gran magnitud, pero el lector jamás se siente abrumado por los lamentos del narrador.

Banville utiliza para sus descripciones mucha luz y escenas como cuadros apenas sin movimiento, hay mucho color en lo que narra. No en vano Morden escribe un libro sobre Pierre Bonnard, pintor francés al que hace muchas referencias a lo largo del texto. Sin duda, El mar en una obra que nos inunda con el dolor del personaje, pero que nos mantiene siempre a flote para apreciar la brillantez de una novela notable.

BANVILLE, John. El mar. Barcelona: Anagrama, 2006.

martes, 11 de octubre de 2011

Bolero de noche

Si hay un género musical que ha marcado mi vida y que, por ende, me apasiona es el bolero. Esta vez, Perú, en co-producción con México, se atrevió a realizar una película que, supuestamente, lleva como tema central esta música nativa de Cuba.

Siempre me entero tarde de las películas que me deberían interesar. En «Bolero de noche», por ejemplo, que fue estrenada en setiempre, tuve la suerte de percatarme de su existencia hasta hace poco, a tal punto que -como cualquier película peruana- ya la iban a quitar de la cartelera. Así que raudo acudí al cine, no sin antes hacer una variante en la comida que normalmente se lleva para ver una película. Me hice de un vino (tannat), cabanossi y quesos. Los hice ingresar a la sala (donde, dicho sea de paso, jamás revisan nada) y me senté a esperar a que comience la función.

Habían, a lo mucho, ocho personas. Todas con popcorn y gaseosas. Me causaba una sensación extraña pues yo estaba presto a ver el filme sobre el bolero como se debe, es decir, con harto vino. Y, si hubiera tenido menos vergüenza, me hubiera puesto a fumar en plena sala, que era lo único que me faltaba.

Hablemos de lo visionado. El Trovador (Giovanni Ciccia) es un compositor que busca de manera vehemente escribir el gran bolero. Para tal afecto, le advierten, es necesario que primero haya amado y, luego, conocido el sufrimiento producto del desamor. Es allí donde conoce a un personaje particular, que bien podría tratarse de un Mefistófeles de cantina. Éste le propone al Trovador que, a cambio de su alma, le dará lo que tanto busca: el gran bolero. En estas circunstancias, el Trovador conoce a la Gitana (Vanessa Terkes), una DJ de fiestas sadomasoquistas, bisexual y que se convierte en su musa.

Como verán, el argumento, hasta donde les he narrado, es un modelo clásico, una fórmula manida. La debacle viene desde el inicio, con el uso de actores que hemos visto en miles y miles de películas, miniseries y comerciales. Pareciera que en el Perú solo hubieran un grupo de actores que solamente se reparten los roles para cada proyecto cinematográfico a realizar.

Solo un verdadero fanático, amante y conocedor del bolero -ojo, no hablo de mí- puede explotar la riqueza temática que miserablemente Eduardo Mendoza de Echave, director del filme, expone en la pantalla grande. Tal vez  alguien -repito, no me refiero a mí- hubiera asesorado al director para desasnarlo un poco.
 
Como es clásico en una película peruana, acá también hay una escena de sexo que no tiene mayor peso dentro de la historia y tampoco nos revela alguna verdad sobre la trama. Recordemos que Eduardo Mendoza de Echave ha contribuido de manera entusiasta a hundir el cine nacional en sus anteriores películas y ésta no es la excepción.

Hay un acierto en el personaje del Trovador, un ser anacrónico que vive en la Lima actual pero que añora el tiempo del bolero. El desamor, eterno tema de este género musical, tiene aquí un matiz más moderno, pues se abordan las relaciones bisexuales y los sentimientos que éstas generan. El final, puedo asegurarlo sin hacer muchos elogios a una película que pudo explotar la riqueza que escondía, salva en parte las grandes deficiencias que observamos a lo largo del filme.

lunes, 3 de octubre de 2011

Industria de la nostalgia

Por algo el hombre observa con verdadero acento nostálgico su pasado. No es gratuito. Nada es gratuito. Miren nada más esta publicidad que combina el efecto de una imagen vintage para resaltar los atributos de las redes sociales, cual si fueran páginas de una revista de los hermosos sesentas. ¿Serán hermosos por que no los he vivido?