lunes, 18 de marzo de 2013

Deseo bajo los olmos

Imagen tomada de Teatro Británico

Antes de entrar en materia, hay que dejar en claro que no estamos frente a uno de los mejores trabajos de Eugene O'Neill, Premio Nobel de Literatura en 1936. De hecho, desde mi punto de vista, Deseo bajo los olmos tiene dos errores fundamentales: el abandono de la granja por parte de los hermanos Simeon y Peter, al poco de iniciar la obra, y el asesinato al que se ve empujada a cometer la sensual Abbie Putnam, un asesinato que dota de gran estupidez a un personaje, hasta ese momento, bien logrado.

La puesta en escena, la cual dirige Marisol Palacios, es una adaptación del libro. Lo mencionado líneas arriba hace que uno se enfrente al reto de lograr una mejor representación. Pero en el caso de Deseo bajo los olmos, que se viene presentando en el Teatro Británico, nos acerca a pensar que no se ha logrado siquiera formularse ese reto. El resultado, por lo tanto, es pobrísimo. Abominable.

Vemos los olmos sobre la casa de los Cabot en escenario y la aparición de Omar García, quien hace de Eben. Desde un inicio notamos su dificultad para pronunciar las palabras y soltar frases claras, aquella mala dicción que uno jamás esperaría encontrar sobre todo si uno observa el precio de la entrada general.

Luego la cuadriculada estructura de la escenografía y sus elementos (sillas o camas en un perfecta perpendicuaridad) que obligan al pobre Eben a sentarse para ingerir sus alimentos dándole la espalda al público.

Todo mejora para el deleite de la vista del espectador macho cuando aparece Abbie (Tatiana Astengo). El libro la describía exuberante, y allí tenemos al deseo hecho carne. Pero pronto notamos que la puesta en escena gira en torno a ella. En pocas palabras, a mostrar, crudamente, su carne. Tal es así que en la escena más delirante del libro (cuando madrastra e hijastro se unen), esta Abbie se desnuda por completo y no cabe duda de que todo lo que hemos visto solo ha sido un preludio para el momento «crucial» en que se despojará de sus ropas.

Lo que sigue es relleno, pero un relleno acompañado de errores. Por ejemplo, mencionando uno, la fiesta que brinda Ephraim Cabot por el nacimiento de su hijo, y la burla pública y descarada que hacen de él sus vecinos delante de sus narices (ellos saben que un hombre de tan avanzada edad no puede engendrar, y lo hacen ver como un simple cornudo), fue mutilada. Una escena tan esencial como esta, que pudo otorgar otra connotación a los ojos del espectador, no tenía por qué ser casi suprimida (apenas se escucha el ruido de un violín). De la misma forma, abundan otros elementos mal adaptados de la obra original.

Deseo bajo los olmos, dirigida por Marisol Palacios, es el error del error. Y también una forma de vender un teatro (gracias al exhibicionismo del cuerpo a la que es sometida Tatiana Astengo) en donde solo palpitará uno de nuestros sentidos.

Ficha técnica
Deseo bajo los olmos, de Eugene O'Neill.
Dirección: Marisol Palacios.
Actuación: Omar García, Emilram Cossio, Alberick García, Alberto Herrera y Tatiana Astengo.
Adaptación: Giovanna Pollarolo.
Lugar: Teatro Británico (Jr. Bellavista 531, Miraflores).
Desde el 14 de marzo hasta el 20 de mayo.

viernes, 15 de marzo de 2013

Elogio de la creatividad

Hace no mucho hice una capacitación —que al final terminó siendo una especie de charla o conferencia— en donde se me pedía hacer énfasis en la creatividad de los niños y su estímulo como eje motriz en su desarrollo.

Claro que para estas faenas no me considero ningún experto, así que hice todo muy a la antigua. Es decir, tomé notas de numerosos libros sobre el tema, apunté unas cuantas reflexiones personales y escribí un ensayo algo extenso para leerlo durante la capacitación.

Lo titulé, tan parcamente, «Elogio de la creatividad».

Aquí me explayé sobre la formación de las escuelas y cómo estas tienden a reprimir la creatividad en lugar de convertirla en el centro de atención de la pedagogía, entre otras nueces. Tenía que hablar también sobre la importancia de la escritura creativa en los niños. Y aquí, mientras escribía el ensayo, ya pasadas las cuatro de la madrugada, tomando bebidas heladas para contrarrestar el calor, me desvié del tema y me puse a reflexionar sobre este tipo de escritura, este nuevo movimiento de talleres literarios que prometen convertir en escritores a quienes tienen el germen de serlo. 

La pregunta nunca antes formulada por mí me la dio una página que encontré mientras navegaba y era que, tras la afirmación de si una persona puede aprender a escribir, ¿se le puede, en verdad, enseñar a escribir?

La pregunta es harto compleja. Si bien existe gente con una vocación literaria muy fuerte (con verdaderos intereses literarios; vale decir, un compromiso con la literatura), ¿se les puede brindar recetas sobre el estilo y la disciplina, que a las finales resultan siendo habilidades tan personales y subjetivas? ¿Se puede «enseñar» eso?

Imagen tomada de este blog.

El interesante artículo que encontré responde a dicha interrogante y, además, es tan esclarecedor. Se los dejo para quienes quieran disfrutarlo.

Talleres literarios: se puede aprender a escribir, ¿pero se puede enseñar a escribir?

Por: Carlos Quirós

Los escritores deben de ser el gremio con más autodidactas por kilómetro cuadrado. Leer a los clásicos, escribir mucho y borrar casi todo ha sido, durante siglos, lo más parecido a una receta a seguir para quienes se acercaban al papel con pretensión literaria. Ahora, además de escritores que crean escuela, el aprendiz cuenta con escuelas que crean escritores. Todos aquellos que no terminen de confiar en su intuición como narradores, necesiten disciplina o asimilar las técnicas tienen a su disposición diversos talleres donde aprender a dirigir las cinceladas del bolígrafo.

martes, 5 de marzo de 2013

Volviendo a las aulas

Comenzaron las clases y encuentro en la red un conjunto de sílabus, en especial pertenecientes a escritores famosos como David Foster Wallace, Zadie Smith o W. H. Auden, entre otros (el de Lynda Barry es muy original). Así que si nos urge una lectura recomendada, aquí ya tenemos mucho de dónde abastecernos.

«El profesor severo», de Jan Steen.

sábado, 2 de marzo de 2013

Escritores en su hábitat

Me ha fascinado esta galería de fotos en la que se muestra a los escritores en su «hábitat natural», ya sea creando ficciones o simplemente descansando un momento de ellas.  Tal vez los lugares que habitan sean reflejo no solo de su personalidad, sino también de su literatura. Veo en las imágenes la suntuosidad de Capote, la sobriedad de James Baldwin, el academicismo de Nabokov, el caos moderado de Henry Miller, la pulcritud de Agatha Christie, y me encanta. Es simplemente imperdible.


Hemingway leyendo el The New York Times (tomada de aquí)