martes, 31 de mayo de 2016

Siete casas vacías


Hace unas semanas me desperté desesperado. La causa de esta desesperación es bastante simple de explicar: en lo que va del año, no he leído nada sorprendente. Nada que me deje aniquilado por un par de días. Aquella heroína que se inyecta uno por los ojos y que no es otra cosa que el verdadero contacto con la Literatura (en mayúscula). Piel con piel y sudor y sexo.

No pocas mierdas me he tenido que tragar.

Esta demás agregar que a esta desesperación contribuía el estático clima de nuestra ciudad. Desde diciembre solo hay verano, y ya pronto tendremos una estación de seis meses de mañanas soleadas. Mierda de clima o clima de mierda.

Rebusqué entonces en mis bolsas de compras (las compras que he jurado no hacer para estirar un poco más los ahorros, pero que inevitablemente termino haciendo y al diablo mi tarjeta de débito) y encontré el último libro de la Schweblin, adquirido a un precio módico. Y vamos a salvarnos de este infierno de mala literatura, me dije.

El libro es un cuentario premiado y ya ampliamente conocido. Lo suficiente como para decir: he aquí a quien me rescatará de tanta inmundicia. 

Diseccionemos. 

«Nada de todo esto.» Fue tedioso este relato. O lo sentí así. Demoré más de lo usual pese a su corta extensión. Tiene baches. La historia es la de una hija que acompaña a su madre en su obsesión por visitar casas ajenas. Esa tensión propia de Schweblin acá está forzada. Se siente como una impostura. Vamos, que los que ya hemos leído a Schweblin desde hace años sabemos de antemano sus recursos. Sabemos, sobre todo, que varios de sus cuentos se reducen a una simple fórmula. Pero aún no generalicemos. Primera decepción.

«Mis padres y mis hijos.» Esto es bastante Schweblin. La rareza de la trama, la dosificación de la información (y de las imágenes), el tránsito de los personajes hacia un extremo en que se tornan peligrosos o irracionales, la atmósfera siempre tensa. Y claro, un argumento bastante simple (en apariencia): unos niños se pierden en una casa. No obstante, hay una suerte de piezas que se van uniendo y que uno ya puede intuir. No es un mal cuento, pero el libro sigue sin convencer.

«Para siempre en esta casa.» Un hombre va en busca de ciertas prendas de vestir en el jardín de su vecina. La fórmula es la siguiente: trama simple, un personaje que está en el límite de algo (igual que los personajes de los cuentos anteriores), una situación anormal que dispara la historia. Se trata de un cuento que solo sirve para que el libro tenga más páginas.

«La respiración cavernaria.» Esta nouvelle reúne los elementos más pobres de Schweblin: descripciones innecesarias, ese ambiente oscuro que ya resulta cansino y agotador, situaciones que no aportan nada a la historia de la anciana encerrada en su casa o que resaltan su drama hasta caer en lo redundante. A estas alturas podemos decir que Siete casas vacías es un enorme fracaso. Estoy aturdido.

«Cuarenta centímetros cuadrados.» Otro relato insípido. Más elementos absurdos, datos escondidos que no generan la más mínima intriga, el anodino trajín de una mujer que se pierde en calles oscuras. Llegado a este punto, uno comienza a pensar si los otros finalistas del Ribera del Duero fueron un verdadero fiasco y tuvieron que elegir a este libro como el menos malo.

«Un hombre sin suerte.» Este es el mejor cuento y no estuvo incluido en el manuscrito que Samanta Schweblin mandó al concurso. Un gran relato, sin duda. No hay más que señalar. Aquí no hay casas.

«Salir.» Pudo estar mejor. Este relato es solo una suma inconexa de situaciones absurdas que no aportan nada al desarrollo de la historia. El absurdo es la especialidad de Schweblin, la exploración del sin sentido. Solo que acá todo parece gratuito y forzado.

Y es todo lo que hay.

Schweblin se repite. Parece que estuviera escribiendo el mismo cuento con distintas (y mínimas) variantes una y otra vez, y cae en el más burdo autoplagio. Y eso es lo peor, pues ha descubierto la formula ganadora (de premios) y lo que tenemos es a una esclava de su propio método. Lo mejor que le podría pasar es que su literatura vire hacia otro rumbo. Con tantos reconocimientos acumulados, creo que sería saludable pagarse un poco de libertad al momento de escribir. Pues de jugar se trata, en el suma, la Literatura (en mayúscula).

Siete cuentos vacíos que le valieron a su autora cincuenta mil euros. Es todo lo que hay y es muy pobre.

SCHWEBLIN, Samanta. Siete casas vacías. Madrid: Páginas de Espuma, 2015.

lunes, 23 de mayo de 2016

Eduardo Sacheri sobre el canon literario


-Ser reconocido con un galardón de este tipo habilita que el circuito literario te mire con otros ojos. El canon culto de la literatura nacional suele mirarte de reojo.
El mío es un lugar absolutamente marginal. En ese sentido soy un inimputable, porque no tengo una formación académica. Mi formación es la de un lector. Tengo ese nivel de anarquía, de la inorganicidad de quien leyó los libros con los que se tropezó, los que intuyó que le gustarían o que le recomendaron. No tengo una visión de conjunto de la literatura universal, y eso indudablemente condiciona lo que puedo escribir. Y está bien, no importa. Por suerte la literatura es enorme y hay un lugar para todo el mundo.

-¿No necesitás de la bendición académica?
No. Pero tampoco me parece mal que la academia tenga sus prácticas y preferencias. Hay voces múltiples. Lo que no me gustaría es que se bendijera un modo de hacer literatura como único. Lo que más me preocupa de estas canonizaciones o excomuniones literarias es el universo de posibilidades que se permiten. Sería triste que uno quisiera explorar un camino y no hacerlo por pensar si voy por acá, me van a hacer mierda. Eso es lo único que lamentaría.

Fuente: La Nación.

lunes, 16 de mayo de 2016

Los cien de Cela


Encuentro una bonita columna de Elvira Lindo sobre los 100 años del nacimiento de Camilo José Cela. Pueden leerla completa aquí.

Menos mal que mi padre no fue una celebridad. Lo digo en serio. Encuentro realmente difícil ser hija de un señor al que nadie tose, del que un gran número de personas piensa que es un genio, que posee la capacidad de despertar en los demás más miedo que respeto y que, de alguna manera, por muy justo que un hombre reconocido trate de ser, oscurece la biografía de los hijos, hasta convertirlos de por vida en hijos de. 

Fuente: El País.

lunes, 9 de mayo de 2016

L'herbe des nuits


Yo amaba un poco a Patrick Modiano. Eso de amar un poco a un autor suena a intento desesperado por colocarlo en tu pequeño Edén literario en el que ya habitan Umbral y Michon (en ese orden; un poco De Luca si somos justos, y si queremos ser más justos habría que poner dos o tres escritoras). Suena a falso amor, a desencuentro, a amor desconfiado. Y es que el amor y yo a veces no congeniamos y tenemos que dormir en camas separadas.

L'herbe des nuits es la tercera novela que leo de Modiano. Para empezar, probé su etiqueta de Premio Nobel con la autobiográfica Un pedigree, sin embargo esa no cuenta porque la vida de este autor resultó tan insulsa como la novela de marras. Igual, tanteando en la biblioteca, le di otra oportunidad con L'horizon (o quizá Modiano me la dio a mí). Y el cambio cualitativo fue enorme. Sobre todo porque podía pasarme leyendo muchas páginas sin consultar el diccionario. Todo tan simple y tan profundo a la vez. Una máscara tras la cual se me revelaban los asuntos más trascendentales de mi también insulsa vida cotidiana. Novela corta y ligeramente letal. Me gustó, y eso equivale a tres estrellas en Goodreads.

Con L'herbe des nuits pasó algo diferente. El amor estaba allí, en el aire, antes de empezar a leerla. Pero apenas comienzas, la atmósfera cargada de neblina y nostalgia en L'horizon ahora era más densa y apenas logras vislumbrar las acciones de los personajes. Todo tan fantasmal, un suspense muy francecito. Luego uno repara en que está leyendo L'horizon pero en su versión más pobre. Ambos libros son como esos hermanos unidos por alguna malformación. Y al separarlos, uno llevaba la peor parte. Y la desgracia fue para L'herbe des nuits. De hermandad tienen esto: mujer misteriosa, sucesos turbios, París triste, hombres peligrosos. Solo que en esta novela todo está deslucido, apagado o desgastado.

Y, como decía en un inicio. yo creía amar a Modiano (solía llamarlo Modi con los amigos), pero ahora me ha decepcionado y es justo darnos un tiempo.

MODIANO, Patrick. L'herbe des nuits. Barcelona: Gallimard, 2014.