jueves, 30 de mayo de 2019

Vivir Abajo

Gustavo Faverón ha escrito la mejor novela peruana del siglo XXI. Dicho esto, podríamos dejar de leer aquí esta columna e ir en busca de Vivir abajo (Peisa, 2018) para ver si tengo razón o no (siempre la tengo).

Esto de andar diciendo cosas como «X es el mejor escritor de nuestro tiempo» o «Z es el mejor cuento de los años 1600, cuando el tirano mandó», es decir, estas afirmaciones salvajes que Fresán suelta cada vez que quiere (y siempre quiere), estas sentencias, decía, son peligrosas porque si el libro es un fiasco y no eres Diamela Eltit, quien también vomita generosos blurbs, puede costarte la reputación.

Vivir abajo es una novela escrita en estado de gracia. Solo se construyen obras magistrales como esta bajo encantamiento. Esto es algo que la crítica literaria jamás podrá explicar. Para escribir así hay que tener lo que decía el narrador de Rimbaud el hijo, de Pierre Michon, que se tiene cuando uno ejecuta su obra maestra: el hada. Y el hada aparece o no, se tiene o no. Uno escribe y al hada se le antoja estar contigo durante el parto de un texto de más de 600 páginas. Parece que a Faverón la gracia le ha sido concedida por tan largo lapso (es normal hallar un relato con altibajos, pero este no decae nunca).

La novela va de gente que busca extraer la piedra de la locura abriendo un orificio en el cráneo, de cárceles subterráneas, de manicomios, de torturadores y torturados, de un escritor chileno muy prolífico y muy inédito, de una pareja que vive cerca de un cementerio, de un enigmático poeta boliviano. El autor se ha dado maña para crear un texto monstruoso que cuenta el horror de las dictaduras en Latinoamérica y el horror del nazismo en Europa o el horror de las guerras en la humanidad. En suma, Faverón ha escrito la Historia.

La estructura es inteligente y pone ante el lector un fino trabajo de engranajes microscópicos que, posteriormente, van encajando con notable perfección. La narración —la puesta en escena del lenguaje y las múltiples tramas que desencadena— es el punto más alto del libro. El texto va mutando: es surrealista, irónico, lúdico, delirante, hiperbólico, ingenioso, erudito. Faverón exhibe, además, una gran capacidad inventiva para fabular una historia tras otra. Mención aparte merece la acertada y necesaria pizca de autoficción presente en el relato.

Leí Vivir abajo, en un inicio, con toda la mala leche del mundo, buscando la prosa anémica, el lugar común, la metáfora sin brillo, y no encontré nada de esto. Todo lo contrario. Me fui rindiendo de a pocos y me dejé asaltar por la sensación de estar frente a un libro destinado a la trascendencia. Y, como es natural, he sentido envidia. Ya quisiera uno escribir así. 

martes, 21 de mayo de 2019

Lo que está y no se usa nos fulminará

Yo, que no había leído nada de Patricio Pron (y a falta de mayores opciones y mejor consejería literaria), he devorado Lo que está y no se usa nos fulminará (Penguin Random House, 2018). He comenzado con este conjunto de cuentos de Pron porque lo urgente era leer algo del ganador del Premio Alfaguara (la novela con la que ganó este certamen, dicho sea de paso y entre paréntesis, acaba de llegar a las librerías de Lima luego de mucha espera).

Decía que he leído este libro de Pron porque había que estrenarse con algo de Pron, y ahora que ando más calmado debo admitir que no me ha gustado tanto como esperaba. Quizá el problema era que esperaba un diamante o algo parecido. Se publicó el año pasado y apenas tuvo reseñas tibias o frías o indolentes y no salió en los recuentos de los mejores libros de ningún lado y eso ya era como para sospechar que no se trataba de ninguna joya. Rebe (amiga española y proniana) me ha dicho que debí haber leído otro de Pron para engancharme con Pron. Cualquier otro menos este. 

Le he pillado el estilo a Pron, no obstante, y tampoco puedo decir que me gusta ni mucho menos que me desagrade; solo digo que se lo he pillado y ya, como quien se da cuenta de que Manet usa los tonos verdes de una manera tan suya, es decir, excelsa. 

Y aquí vuelvo a los cuentos o me pierdo. 

El título que da nombre a este conjunto proviene de una canción de Luis Alberto Spinetta, y no hace falta ser muy listo para anticipar allí un primer lazo con lo argentino. Las formas tradicionales se rompen y, pese a eso, hay un gran respeto por la tradición argentina del cuento. Existe un manifiesto homenaje a Borges, Cortázar y Piglia (idea al vuelo: en el mercado editorial, un escritor argentino la tiene más difícil que cualquier otro escritor por la inmejorable tradición que lo precede o lo sobrepasa, según sea el caso, y que de ninguna manera puede evadir). Quizá el relato más destacable es «La repetición», y resulta un tanto paradójico que sea el mejor y que, al mismo tiempo, se aísle del resto justamente por ser el menos lúdico y el de estructura y lenguaje más convencionales. 

Pron juega con la tradición, que es la mejor manera de respetar la tradición. Imprime en el texto sus lecturas, que son varias y no se circunscriben a lo argentino (de hecho, lo dice el propio autor en la nota final: «algunos escritores escribimos “con” nuestra biblioteca») y he pensado que hay que ser Patricio Pron para escribir y publicar un libro así. Vale aclarar: un autor con trayectoria.