domingo, 12 de diciembre de 2010

El monitoreo de la semana (II)

Unos cuantos ítems van en esta clase de posts, los cuales trataré de escribir directamente y sin preámbulos (como hago ahora). Ahí va:

Libros 
Terminé el buen libro que me prestó R.: "Bartleby y Compañía", de Enrique Vila-Matas. Días antes ya había acabado la también buena novela de Carlos Calderón Fajardo, "La conciencia del límite último", de la cual me gustaría escribir un post más adelante. Actualmente, estoy fascinado con la lectura de "Los anillos de Saturno", que el buen P., director de la revista Estereograma, me prestó (y, antes, osó recomendar).

El arte de escribir
Esta semana ha sido la más fructífera para mí. He escrito todos los días un promedio de dos horas. Sí. Digamos que estoy asumiendo la condición de aprendiz del oficio y convenciéndome que es así como se debe trabajar. Hace poco leí un artículo de Vila-Matas en el que menciona que, cuando el quería ser escritor, no sabía que uno de los requisitos para serlo era escribir, y escribir bien. Lo mismo me sucedía a mí, que sí tenía presente la meta de una buena escritura pero nunca la practicaba. Nunca antes la frase de Nike sonó más perfecta y acertada: JUST DO IT. Y es así como continué escribiendo mi cuento -el cual remataré mañana con una escena final. Mezquino sería decir que el discurso de Vargas Llosa tuvo poca influencia en mi cambio de actitud cuando, en verdad, fue un dulce látigazo en la espalda acompañado por una voz que tronaba: "escribe, mierda, escribe".

La tesis
Esta semana hice movimientos mecánicos en la tesis pero el gran descubrimiento fue el modo de abordarla. Fue una iluminación propia de los destinados a decir alguna vez "dígame licenciado". En fin. Ahora tengo mucho trabajo por hacer (lo cual es lo de menos: así de optimista soy). Tal vez esta semana anduve rumiando la idea de comprarme una netbook (son baratas, pequeñas y me sirven para escribir la tesis en un lugar que no sea mi casa) pero decidí comprar fichas y avanzar la tesis a la manera antigua u oldschool.

El estafador
El lunes volví a llamar al estafador, dueño de una editorial y una revista muy infames en nuestra ciudad -pero qué le vamos a hacer, así está la situación y a caballo regalado no se le miran los dientes-, e hizo lo mismo de siempre: me volvió a pasear. Me dijo que no podía atenderme y que lo llamara el miércoles, para vernos ese día. Esto es muy odioso. Se supone que él requiere de mis servicios y soy yo el que lo llamo. 

El día martes me sacaron la muela del juicio. Cada martes voy donde mi preciosa dentista (me gustaría que fuese uróloga), poseedora de un trasero nada pequeño, a que hurgue dentro de mi boca. Como la semana pasada había terminado una larga endodoncia, me sugirió que podíamos pasar a la extracción de la muela del juicio. Yo acepté cándido, sin saber lo que me esperaba. La doctora me puso la anestesia y, al poco rato, empezó a palanquear con una especie de mini-patadecabra que me empezaba a generar cierta molestia. En sus distracciones para ir a recoger sus herramientas de carnicería, aprovechaba para darle una mirada ahí donde terminaba su espalda, pero ya cada vez lo hacía con menos ganas, vencido por el dolor que me iba causando la maldita muela que no salía y que ella palanqueaba una y otra vez. Hasta que al fin salió y yo me marché a mi casa casi después de dos horas y con medio rostro adolorido.
  
El resultado de esto fue que el miércoles estuve con un descanso obligatorio, a sabiendas que tenía que llamar al estafador. No lo hice por las ya sabidas razones y también porque era feriado. Además, lo más seguro era que él había olvidado que lo llamaría y ni se interesaba por comunicarse conmigo. Así son los caballos regalados en esta ciudad.

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