Un error frecuente de los escritores novatos es pensar que la escritura es un proceso tan lineal, fluido y directo como la lectura. Algunas de las obras más memorables son, a su vez, las lecturas más sabrosas: uno se engancha en la primera página y no desea soltar la obra. Las horas pasan y, si alguna alma caritativa en nuestro entorno inmediato no nos alimenta y recuerda nuestros deberes, podríamos perdernos en las rutas de ciudades lejanas y personajes en busca de su redención. Por eso, cuando uno comienza a escribir, puede caer en la tentación o equívoco de pensar que la escritura será igual de absorbente, ininterrumpida y fascinante que la lectura.
Como dije, este es un equívoco.
Una obra que podemos devorar en una semana pudo haber tomado años para ser escrita. Y durante esos años, no imaginemos a un autor tomando cada día el párrafo a medio terminar del día anterior y siguiendo a sus personajes en el orden estricto de los eventos o en el orden de publicación de la obra. No. Un día puede estar describiendo la pacífica villa natal del protagonista y, al día siguiente, su muerte brutal. Y en la obra final, entre ambas escenas puede haber trescientas páginas de distancia.
Peor aún: el autor puede quedarse días y días tan solo imaginando una escena (sin escribir una sola palabra), viendo a sus personajes interactuar, escuchando sus voces antes de estar en capacidad de describir sus actos. Y después de escribir habrá que revisar, reescribir y volver a revisar.
De hecho, muchas de las palabras iniciales de una obra solo pueden escribirse cuando el autor ha generado un primer borrador de su historia completa. Es una de las paradojas de la escritura: no se puede escribir sin saber qué ocurrirá; no se puede saber qué ocurrirá sin escribirlo primero. Por eso, muchas de las primeras versiones de una obra no son sino las notas del autor para sí mismo. Es hasta la segunda escritura que comienza el oficio de narrar. La primera escritura es la etapa del descubrir.
En la escritura académica, en particular en la investigación cualitativa, puede ocurrir otro fenómeno similar: la escritura puede ser un continuo proceso de avanzar y dar marcha atrás. En la investigación cualitativa, no se puede formular el problema sin tener un vocabulario teórico-metodológico coherente; para tener un vocabulario teórico es necesario leer mucho (los autores en quienes se basará ese vocabulario) pero, para leer, es necesario delimitar el problema… Parece un círculo vicioso de huevo o gallina pero, al final, siempre se logrará tener éxito si uno recuerda que ese ir y venir es parte sustancial del proceso.
Por eso, el viaje del escritor es muy distinto al viaje del lector. Pero ambos son una delicia.
Fuente: Nisaba
Imagen: Niño leyendo
No hay comentarios:
Publicar un comentario