Un rescate literario es la reencarnación de un libro. Por lo general, de este proceso se encarga un editor que, ya sea por fortuna u obligación, ha encontrado un texto de gran valor y que ha caído en el olvido. Dadas estas circunstancias, el editor decide darle una nueva vida, arrojarlo a las luces del mundo en el que habita para ver si corre con mejor suerte o viene el olvido a cubrir sus páginas por segunda vez.
De esta manera, llega La medusa (La Travesía, 2019), novela del arequipeño Augusto Aguirre Morales, publicada originalmente en 1916. Haciendo pequeños cálculos, hubo allí una mano que se hundió en el terreno de la memoria de las letras dormidas y que escarbó 103 años y dio con una narración de tono filosófico, muy densa y con final trágico. Algo que da gusto leer un siglo después.
Aguirre Morales fue el clásico escritor de su tiempo. Es decir, polifacético y fecundo. Escribió poesía y narrativa, y fue periodista, docente y burócrata. En esos años, queridos amigos, si no tenías celular, el tiempo te alcanzaba para estas cosas y también para hacer vida social (Aguirre Morales perteneció al movimiento Colónida).
Antes de centrarnos en la novela, hay que situarla en un contexto mayor: 1916. En ese año, en Europa, se funda el dadaísmo y Joyce publica Retrato del artista adolescente. En el Perú aparece la famosa revista Colónida (que toma el nombre del movimiento impulsado por Abraham Valdelomar) y Eguren publica La canción de las figuras.
La medusa es una novela de difícil acceso. Las abundantes reflexiones filosóficas de las que está compuesta dejan poco espacio para la trama: un sujeto observa el maltrato al que es sometida su vecina, quien es víctima de un esposo entregado al alcohol. A este argumento minimalista se le suma el clima del lugar (un verano muy ardiente), el cual parece determinar las acciones de los personajes.
Es una novela que exhibe cierto grado de complejidad porque el protagonista, quien nos cuenta la historia en primera persona, formula en todo momento divagaciones sobre los recuerdos, las sensaciones, el tiempo y la existencia. Nos dice, nada más empezar el libro, que «la vida es una espiral eterna de tentáculos de medusa».
Cuando nos vamos acostumbrando al ideario que posee el protagonista, su pensamiento va cobrando cierta claridad (más aún cuando explica su filosofía a través de la música) y la novela, en consecuencia, se vuelve intensa y lírica. Y todo esto aumenta progresivamente hasta desencadenar en un final que uno jamás espera.
Anunciar la calidad de La medusa debería bastar para que los lectores se acerquen a sus páginas. Sin embargo, no estaría demás acudir a la exhortación (tomando en cuenta que este texto ha soportado más de un siglo de silencio). Por lo tanto, tengo que decirlo de manera breve: lean este libro reencarnado.
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