Robert Braithwaite Martineau. (Kit’s Writing Lesson, 1852) |
Me ha escrito C a raíz de una columna que publiqué el jueves 3 de octubre. Me dice que le parece una maravilla todo eso que cuento allí: el lugar que describo, sus personajes, sus etcéteras. Me dice que el hecho de estar rodeado de escritores le parece un ensueño. Sin embargo, C es joven y a su edad hay cosas que ignora (aunque yo, a mi edad, ignoro muchas otras y apenas les he cogido la maña a algunas durante estos últimos años).
A su edad, y por una cuestión de salud mental, es bueno ignorarlo todo sobre el «mundillo literario», y si escribo esto no lo hago con la intención de aleccionarlo. Creo que C descubrirá los espantos y alegrías del «mundillo» por cuenta propia.
C ha publicado este año tres cuentos en distintas antologías, y apenas terminé de leer su mensaje me puse a examinar sus textos y encontré ese rasgo tan autobiográfico y tan propio de los autores que se inician en el oficio de juntar letras.
Debo reconocer, no sin pudor, que yo jamás he ido tras un consejo literario (es decir, tras esas palabras de aliento que le da el escritor distinguido al aprendiz). Para mí ha sido más importante entablar amistad con lectores que son realmente voraces (tal vez yo valoro más al lector puro que al lector que escribe, pero ese es un tema aparte). No obstante, me tomaré el atrevimiento y le diré a C, sin mayores aspavientos, que persista en este oficio. Que tendrá todo en su contra (porque así tiene que ser) y que, por tenerlo todo en contra, el fruto de su esfuerzo será doblemente gozoso. Quizá C llegue a preguntarse si tiene talento, y aquí me gustaría detenerme un instante.
Cada vez me convenzo más de que el talento no existe. O podría no existir si uno no se impone una necesaria disciplina. Y yo te exhorto, C, a que perseveres. No hay que rendirse nunca en este oficio que, más que una demostración de don innato, es una carrera de resistencia. Llegan lejos quienes pueden soportar rechazos, indiferencia y soledad (porque la soledad que conocerás cuando escribas, cuando de verdad te sumerjas en la escritura, será inmensa y angustiante pero también placentera).
Imagina que esto es como el sujeto que está obsesionado con su cuerpo y, por tanto, va al gimnasio todos los días para conseguir los músculos perfectos. En lo que a ti respecta, tu tarea es escribir siempre, leer siempre, ejercitar ese músculo de la prosa que, apenas te descuides, se dormirá pronto y adoptará una consistencia gelatinosa.
Yo te deseo suerte y una cabeza fresca, y ya que ambos creemos en la palabra, espero que estas líneas sirvan de algo y te marquen aunque sea un poco. Recuerda estos versos de Roberto Bolaño: «Escribiendo hasta que cae la noche / con un estruendo de los mil demonios».
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