domingo, 19 de julio de 2015

La pasajera


Quien haya leído esta nouvelle y se atreva a decir que es buena o regular, o está mintiendo o no sabe leer. O ambas cosas. El libro es malísimo y el mal gusto es atrevido.

Esta vez Alonso Cueto escoge un tema poco abordado en nuestra literatura reciente: el terrorismo. O, siendo serios, lo que pretendo decir es que la leí como si fuera la primera novela sobre terrorismo que haya leído. Demás está decir lo que pienso del tema. Ya lo dijo Guillermo Martínez, en el caso de la dictadura Argentina: es el tema de lo que no tienen tema. Pero si tienes editor, el tema es lo de menos, digo yo.

Nouvelle, decíamos. Guerra interna. Intenté leerla sin prejuicios. Pero cuando algo está mal narrado, mal escrito, hay que decirlo. En este caso no podemos decir que La pasajera esté mal escrita, sino pésimamente escrita. Y, sobre todo, tiene esa cosilla costumbrista que la hace ver ridícula.

Yo pongo un ejemplo, guardo silencio y ustedes sacan las conclusiones:
En ese momento algo empezó a sonar. Eran los golpes despiadados de un reggaetón. Alguien había prendido la radio del local. (63)
La idea es que el lector de este blog sea un lector activo. Yo me fumé la novelita y ahora les toca a ustedes interpretar mi silencio.

El relato tiene incoherencias. Solo mencionaré una para que, en una posible reedición, los encargados de Planeta se tomen el trabajo de leer antes de publicar. En la página 107 se menciona que un personaje se va a suicidar y que se está apuntando la pistola a la boca. Luego en la página 115 se recapitula aquella escena, pero el arma no está en su boca sino en su sien. Nouvelle.

Hay, sin embargo, un elemento que convierte a esta novela en una lectura imprescindible: la construcción de los diálogos. Luego de leerla, uno aprende cómo NO hay que hacer un diálogo.
—Claro, hijita. Pero te veo muy preocupada. ¿Pasa algo?
—No es nada, señora Liz. Es que tengo que ir a Surquillo, a pagar la cuenta de luz. Es que me van a cortar si no pago ahora. Ay, es que una clienta se me apareció a última hora y la tuve que atender, pues.
«Es que», «es que», «es que»; es que NO.
—Justo iba a tomarme un cafecito para el frío. ¿No quieres? Ya está listo, mira. Además, unos bizcochitos también tengo.
—Ya, pues, señora Liz. Le acepto.
NO.
—Bueno, pero quédate aquí por ahora. (...) Tienes que escoger a un hombre. Un hombre a la antigua, Delita.
—¿Cómo es eso? —sonrió Delia.
—A la antigua, pues. (...)
NO
—Puta, qué te pasa, huevón.
—Qué te pasa a ti.
(...)
—Puta, ya te jodiste, huevón —dijo—. Fuera de acá, Arturo. Fuera. Vete, huevón.
NO.
—No me corresponde nada, señora Liz. Todo es suyo. Ya tengo algunos ahorritos también.
—Pero tú has ganado clientas, pues, Delita. (...) 
NO.
—Tú has viajado de la sierra a la costa. Has conocido tantas cosas. Pero eres tan joven todavía.
—No sé si soy joven, de verdad. (...) Siempre pasaba algo que tenía que irme, así era, pues. Soy una pasajera.
NO.
—Doña Liz. Qué tal.
—Nada. Un poco triste, pues.
NO.
—Dígame cómo llegar. 
Ella lo miraba. De pronto alzó la mano apuntando hacia la pista a su derecha.
—Bueno, pues, mira. Sigues aquí por Huaylas, luego (...)
NO.
—Pero voy a ir igual, señora Liz. He estado montando bicicleta toda mi vida. (...)
—Carajo. Creo que tienes razón, Enrique. Tienes razón, mierda. Tienes que ir. 
NO.

Cueto cree que porque pone palabrotas y pueses en la boca de sus personajes ya los está creando. Ya son verosímiles. Y hay que decirle que NO. Se nota, se infiere, se intuye, se sospecha, etcétera, que el autor no conoce cómo hablan los personajes que quiere retratar. O jamás los ha oído hablar en su presencia.

Pues.

El único mérito de esta novela es su brevedad, pues ya se hubiera hecho insoportable con veinte o treinta páginas más (está diagramada en letra gigante y a doble espacio). Eso es algo que hay que agradecer. El mal sabor de una novela corta se esfuma rápido.

P.D.: Hay película y el tráiler está bueno.

CUETO, Alonso. La pasajera. Lima: Planeta, 2015.

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