En la literatura peruana, la aparición
de un buen libro de cuentos es algo atípico. Un suceso que demora en
concretarse. Después de leer La vida
inevitable, de Lenin Heredia Mimbela, podemos asegurar que esa espera aún
continúa.
Seis
relatos conforman este libro, de los cuales no se podría rescatar ninguno. O
quizá sí; una frase: «Muchas veces desde mi cama la oí despedirse, en voz baja para no despertar a los
chicos, decía, y su susurro ablandaba la almohada y cerraba mis ojos» (12). Muy
hermosa, no hay por qué ser mezquinos. Luego, lo demás es un desierto.
Ambientados
en Piura y Lima, los ejes temáticos son principalmente dos: las relaciones de
pareja y los lazos familiares. En ninguno de ambos Heredia logra contar una
historia. Pese al lenguaje «correctito», hay mucho escombro, mucho despilfarro
del espacio restringido que exige un buen cuento.
Otros
defectos: la innecesaria y larga enumeración de personajes que no tienen la más
mínima importancia o participación en la trama.
Cuestiones
básicas de redacción: abuso de los incisos —esos que empiezan con una raya,
como ven en este ejemplo—. Solo que al autor, en todos los casos, se le olvida colocar
la raya de cierre cuando el final del inciso coincide con un punto.
Frases
cliché: «Pasaron las de Caín...» (17) o «...cruzó entre las mesas como pedro (sic)
por su casa» (45).
Abundantes
lapsus: «...las vecinas regaban baldes de agua todo el día, para que la tierra
endurara...» (28); mejor «endureciera». Los cuerpos no lloran: «Tras revisar el
cuerpo débil y lloroso de Catita...» (31). Redundancia: «...esperó a la expectativa»
(63). «Se peinó una hermosa trenza crespa...» (66); si la trenza se peina,
entonces se deshace. «Se apegó cuanto pudo a su cuerpo...» (69), «Rita le apegaba su cuerpo...» (75): «apegar» no se
usa para indicar que una cosa se junta con otra. Y, para colmo, en la página 73
el personaje «destapa» una lata de cerveza.
La
ilación de lo narrado no es torpe, eso hay que reconocerlo; sin embargo, en estos
cuentos no se percibe una mínima tensión, nada que atrape al lector. Y, además,
todos los finales son insípidos o muy mal cerrados.
Lo
extraño es que ningún relato podría ser calificado como malo. Y eso es peor
pues, si atendemos a la definición de «calidad media», estamos ante un conjunto
mediocre.
HEREDIA MIMBELA, Lenin. La vida inevitable. Lima: Paracaídas, 2014.
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