Austin, Texas 1979 representó para Francisco Ángeles un inusitado éxito que ahora, con su última novela, pretende superar. La noticia es que no lo ha logrado. La valla de su segundo libro aún es muy alta.
Adiós a la revolución (Literatura Random House, 2019) va de un profesor peruano (Emilio) que quiere ligar con su alumna estadounidense (Sophia) y —spoiler alert— lo consigue. Pero antes de involucrarse, ambos leen y teorizan sobre política y, en especial, sobre zapatismo. Dicho esto, la premisa de la novela resulta alentadora, pero su puesta en marcha, en muchos tramos, es pobre o deficiente.
La novela se divide en tres secciones, está narrada en primera persona e intercala dos relatos: el de la relación del protagonista con Sophia y el de la búsqueda que emprende aquel en Chiapas, donde la muchacha se encuentra detenida.
Pesa mucho el relato amoroso. Esta es, ante todo, una novela rosa (con el debido respeto que merece este género) y por momentos uno queda hastiado ante los desvaríos y tormentos adolescentes de un personaje que en realidad va camino de los cuarenta años (un personaje que, por cierto, tiene un inverosímil poder adquisitivo). No obstante, y aunque parezca contradictorio, las mejores partes de la novela ocurren justamente cuando se aborda la experiencia afectiva, sobre todo hacia el final de la segunda sección, donde hay una mezcla de planos narrativos muy vistosa.
En Chiapas, donde ocurre el segundo relato, no sucede nada trascendente. Emilio va de un lado a otro sin que su recorrido aporte algo a su búsqueda. Ningún giro dramático, ningún dato revelador. Todas las acciones están envueltas en un aura de impostado misterio. Aquí queda claro que, pese al desarrollo de algunos personajes, la trama tiene escasa elaboración. Muestra de esto son las escenas poco imaginativas y que tienen como única finalidad servir de mero relleno.
Hay que agradecer, sin duda, que la prosa no sea funcional. Se puede decir que Ángeles intenta agitar el lenguaje y busca imprimir un ritmo veloz a la narración con un particular uso de la frase larga y salpicada de comas. Pero este exceso verbal también le juega en contra. Algo que entorpece enormemente a la novela es su voluntad por engordar en vano. Saturar al lector con párrafos o páginas triviales nunca es buen indicio. En las situaciones narradas, en cada diálogo o escena, hay una dilatación injustificada. Tal vez el autor pudo apuntar esta verborrea hacia otros asuntos más interesantes, como el de la diferencia entre las clases sociales a las que Emilio y Sophia pertenecen (esto apenas queda esbozado) o el dilema entre los intelectuales que plantean una transformación social desde la teoría y los que prefieren pasar a la acción armada.
Tomando en cuenta virtudes y desaciertos, Adiós a la revolución queda como una novela irregular, llena de buenas intenciones y apenas entretenida, sin más (sin los fuegos artificiales ni el entusiasmo de otras reseñas).
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