jueves, 11 de julio de 2019

Elogio de la ruina

Elogio de la ruina (La Travesía Editora, 2018), de Jimmy Marroquín Lazo, inicia con dos preámbulos. En uno, el autor justifica errores y aciertos, y en el otro, de ya-no-recuerdo-quién, se invita a la lectura: «El que lea este libro corre un gran peligro. Cuidado, está a punto de no volver jamás». Esto ya es empezar mal.

El volumen reúne tres poemarios y una plaqueta y tiene 189 páginas y solo dos bellas imágenes. Siempre hay un mérito —mío, claro— en hallar dos granos de arroz entre tanto gorgojo. El resto son páginas en blanco. (Los editores mandan a imprenta páginas en blanco aunque ellos crean que hay algo escrito en ellas. Asimismo, muchos poetas escriben con una especie de tinta invisible).

La poesía de Marroquín es solemne, ceremoniosa, correctita. Vamos, una poesía de misa, y uno a la misa va a dormirse. Pasa lo mismo aquí. El tedio inunda al lector. Da lo mismo leer «He tocado mi rostro y no he sentido la avidez de la piel / Ni la implacable llamarada del tiempo» que «Se han descrito raros casos de ictericia y hepatitis al administrar ketoprofeno, en particular durante tratamientos prolongados» (bello lirismo en el prospecto de un analgésico).

En el primer libro encontramos: «una estrella blanca sin brillo se deposita / imperceptiblemente entre mis manos y la luz». El segundo libro abusa de aquel recurso tan pueril que es dedicar un poema, a riesgo de caer en el chiste privado o el ridículo extremo (o ambos a la vez). En el primer caso, uno lee «Para Juan», por ejemplo, y no sabe quién rayos es Juan y por qué ese poema va dedicado a Juan y cuáles son los vínculos que unen a Juan con el poema. El segundo caso solo se cumple si lo que se dedica tiene por destinatario a alguien célebre e inalcanzable. Es como poner «Para César Vallejo», que es vate muerto e inmortal y aun estando vivo no se daría por enterado nunca. En fin, que los poemas de esta segunda parte están todos dedicados a Juanes y con las bromas privadas uno no sabe cómo reaccionar. Luego viene la segunda y última bella imagen: «un luminoso muñón traza una línea púrpura sin previsible fin, / luego escribe “¿es justificado seguir aquí?” y cae sangrante a mis pies”». Eso es todo. Del tercer libro y la plaqueta no hay signos vitales.

La edición sí merece un elogio. Pero quizá no sirva de mucho enjoyar un libro que posee demasiado paratexto y versos de tufillo burocrático. Y si hay cosas que en un principio no debieron publicarse, ya ni deberían ser reeditadas. Aquí la poesía ha tocado fondo.

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