-Ser reconocido con un galardón de
este tipo habilita que el circuito literario te mire con otros ojos. El canon culto de la literatura nacional suele
mirarte de reojo.
El mío es un lugar absolutamente marginal. En
ese sentido soy un inimputable, porque no tengo una formación académica. Mi
formación es la de un lector. Tengo ese nivel de anarquía, de la inorganicidad
de quien leyó los libros con los que se tropezó, los que intuyó que le
gustarían o que le recomendaron. No tengo una visión de conjunto de la
literatura universal, y eso indudablemente condiciona lo que puedo escribir. Y
está bien, no importa. Por suerte la literatura es enorme y hay un lugar para
todo el mundo.
-¿No necesitás de la bendición académica?
No. Pero tampoco me parece mal que la
academia tenga sus prácticas y preferencias. Hay voces múltiples. Lo que no me
gustaría es que se bendijera un modo de hacer literatura como único. Lo que más
me preocupa de estas canonizaciones o excomuniones literarias es el universo de
posibilidades que se permiten. Sería triste que uno quisiera explorar un camino
y no hacerlo por pensar si voy
por acá, me van a hacer mierda. Eso es lo único que lamentaría.
Fuente: La Nación.
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