Imagen tomada de este espacio. |
“Cuando la soledad se prolonga demasiado, nos volvemos desconfiados y
suspicaces con nuestros semejantes y nos arriesgamos a cometer con
ellos errores de apreciación. No, no son tan malas personas…”, escribe
en la novela. A causa de su historia familiar, ¿tuvo alguna vez la
tentación de la misantropía?
—Nunca he sido un misántropo, pero conozco muy
bien la soledad y sus efectos. La actividad literaria es solitaria por
definición, lo que muchas veces logra afectarte. Y yo llevo mucho tiempo
haciéndolo, desde que tenía 20 años. En el fondo, la escritura es una
actividad antinómica a la juventud, que suele ser un periodo en que
apetece más pasar tiempo con los demás que encerrarse en uno mismo.
En su discurso del Nobel también comparaba al
escritor con un sonámbulo absorto en sus obsesiones, hasta el punto que
“uno puede temer que le atropellen al cruzar la calle”. ¿Un auténtico
escritor lo es durante las 24 horas del día?
—Nunca he entendido a esos autores que juran
levantarse a las 6 y escribir durante ocho horas seguidas. El hecho
material de escribir puede durar solo algunos minutos al día, pero el
resto de mi tiempo lo paso concentrado en lo que aspiro a decir. La
escritura es una actividad que te aparta de la vida. Si tuviera más
contacto con la vida, seguramente no me apetecería escribir.
Fuente: El País.
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