En El americano impasible Graham Greene crea una fórmula de triángulo amoroso bastante peculiar. Por un lado tenemos a Thomas Fowler, un veterano periodista, quien constantemente busca la muerte. Su actitud ante la vida y el conflicto armado (recordemos que está cubriendo la primera guerra de Indochina) es la de no tomar partido, no complicarse la existencia; dejarse llevar simplemente. En el otro lado está Alden Pyle, un joven norteamericano que ha llegado recién a Indochina y se muestra muy entusiasta, pese a su ingenuidad e inexperiencia. En medio de estos personajes casi antagónicos está Fuong, una muchacha oriunda del lugar, quien es tratada casi como un objeto de disputa entre ambos.
Es evidente que Thomas Fowler no «siente» el conflicto bélico. No es su guerra, dice en algunos pasajes del libro. Sin embargo, su estabilidad se quiebra cuando llega Pyle. Thomas empieza a observar sus propias debilidades: ya no es joven, su futuro no es nada prometedor y estará condenado a vivir sin ningún tipo de reconocimiento. Empieza a tomar conciencia de la guerra interna que surge en él y eso lo aterra.
Esta novela reflexiona en torno a eso: los miedos internos ante lo desconocido, la visión catastrófica del porvenir y, además, la insensatez de la guerra, que Fowler nos narra en primera persona. Una guerra vista desde su lado cruel pero también absurdo.
Es evidente que Thomas Fowler no «siente» el conflicto bélico. No es su guerra, dice en algunos pasajes del libro. Sin embargo, su estabilidad se quiebra cuando llega Pyle. Thomas empieza a observar sus propias debilidades: ya no es joven, su futuro no es nada prometedor y estará condenado a vivir sin ningún tipo de reconocimiento. Empieza a tomar conciencia de la guerra interna que surge en él y eso lo aterra.
Esta novela reflexiona en torno a eso: los miedos internos ante lo desconocido, la visión catastrófica del porvenir y, además, la insensatez de la guerra, que Fowler nos narra en primera persona. Una guerra vista desde su lado cruel pero también absurdo.
Desde la infancia, jamás creí en la permanencia, y, sin embargo, la anhelaba. Siempre temí perder la felicidad. Un mes después, un año después, Fuong me dejaría. Si no era un año, sería dos o tres años después. La muerte es el único valor absoluto en el mundo. Basta perder la vida para no perder nunca más nada. Envidiaba a los que podían creer en Dios, y desconfiaba de ellos. Me parecía que trataban de mantener su valor con una fábula sobre lo inmutable y lo permatente. La muerte era mucho más cierta que Dios, y con la muerte ya no existiría la posibilidad diaria de que el amor muriera.
GREENE, Graham. El americano impasible. Madrid: RBA, 2000.
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